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HAUNTED CAPÍTULO DIECISIETE; PARTE UNO
Mia continuó esperando en la puerta de la habitación de Savannah, como se había pasado por allí varias veces desde que se la había cruzado en el pasillo, habiéndola perseguido hasta allí. Su hermana llevaba horas encerrada, sin responder a sus llamadas, incluso Sam lo había intentado un par de veces.
La comprendía, se había cruzado con Lucifer desde que habían llegado. Sólo un par de veces, no más de lo necesario, prefería evitar llamar su atención. Pero aquellos segundos habían sido suficientes para detectar el aura que desprendía el arcángel. Sus gestos feroces, persiguiéndola con la mirada, probablemente tratando de descubrir de quién se trataba. Lo que no podía imaginarse era cómo se encontraba Savannah al ver el cuerpo de su pareja, o lo que hubiera sido el ángel del que había hablado con ella, ocupado por algo que no era él. Y Savannah ya había tenido que experimentar aquello dos veces.
Escuchó unos pasos provenientes del pasillo, y Dean apareció por la esquina del mismo, con el rostro preocupado. Había vuelto hacia un rato después de que él y Sam se hubieran marchado de nuevo a acompañar a Donatello.
Podía ver que tampoco era fácil aquella situación para él. Debía conocer a Castiel desde hacia mucho más tiempo que Savannah ya que, por lo que había oído de los Winchester, llevaban años acompañados del ángel.
—¿Has conseguido algo? — le preguntó una vez que se detuvo en la puerta, obteniendo una negativa con la cabeza por parte de Mia.
—Sigue sin responder— le contestó esta.
—Savannah— llamó de nuevo Dean, escuchando movimiento dentro de la habitación seguido de lo que parecía un chasquido de lengua—. Vamos a seguir insistiendo hasta que nos abras— advirtió el rubio.
—Idos— les ordenó esta vez, rindiéndose a su negativa de hablar con nadie—. Ya sabéis que sigo viva, ahora dejadme tranquila.
—Save...— la volvió a llamar Dean, bajando el tono al empatizar con la castaña. Mia se giró sorprendida al escuchar el apelativo que usaban tanto ella como su hermano para llamar a la menor de los Young—. Se por lo que estás pasando, créeme. Puede que yo no tenga esa mierda en el brazo que me una a él toda la vida. Dios me libre— ironizó—. Pero para mí también es jodido cruzármelo sabiendo que esta ahí dentro y no puedo pegarle un puñetazo.
—No podéis obligarme a salir de aquí— respondió Savannah—. No podéis obligarme a convivir con él. Es...
—Duro, lo sé— le interrumpió—. Y te entenderé si decides largarte.
Aquello pareció despertar una reacción en la castaña y ambos escucharon sus pisadas y el click del pestillo. La cara de la cazadora apareció pocos segundos después por la puerta, mirando primero a su hermana y después al rubio.
