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Al fin sábado, la ansiedad porque este día llegara hizo que los últimos tres fueran lentos y tortuosos. Ya que hoy me juntaré con Rebeca, Sebastián está hurgando en mi armario eligiendo un conjunto de ropa para mí. Es gracioso lo emocionado que está por mí, quiero dejar claro que no pedí ayuda para vestirme.

― Ponte esto ―dijo sonriendo― ¡No! Mejor no, no es adecuado ―volvió a mi armario.

Dallas brillaba por su ausencia, mamá se enteró casualmente porque despertó con el cachorro durmiendo junto a ella ayer, y Luz lo encontró hace dos días haciendo un agujero en el jardín. Por suerte a mamá le gustó, dice que le da vida a la casa cuando yo no estoy.

― ¿A dónde irán exactamente? ¿A un restaurante, a la playa, un parque, una fiesta elegante...?

―A su casa ―dije encogiéndome de hombros.

―Hubieras empezado por eso, dijo alejando la ropa que me iba a pasar.

―Fue lo primero que te dije.

―Claro que no, lo recordaría ―. Se devolvió a mi armario, no sé que tanto busca, no es que tenga muchas prendas ni mucha variedad

― Toma, estoy harto de tus súplicas de ayuda― solté una carcajada.

― Oye, yo nunca pedí ayuda, fuiste tú el que llegó solito a buscar ropa. Me sé vestir solo, imbécil.

― Rompiste mi corazón.

Caminé al baño con el conjunto que Sebastián me dio, me cambié y me di cuenta que en realidad no sé vestirme bien. Me dio ropa que tenía de hace mucho y que nunca se me ocurrió combinar con otras prendas más actuales. Es un jean clásico, una camiseta blanca y una chaqueta de mezclilla negra con una bufanda del mismo color.

― Te ves... ¡Di-vi-no! ―dijo haciendo énfasis en cada sílaba, con un tono de voz exageradamente femenino. Ambos reímos y me paré frente a él.

―Creo que empezaré a pedirte asistencia cuando deba vestirme para ocasiones especiales.

Al rato, comimos algo y después de cepillarme los dientes me sentó en mi cama otra vez. Me roció un poco de su perfume y peinó mi cabello con un talco extraño que es para darle volumen. Me estaba poniendo nervioso, creo que ya es hora de irme.

― Sebastián ya tengo que irme ¿puedes dejar de peinarme? Está igual que antes...

―Por supuesto que no está igual, te lo dejé mucho mejor. Te perdono ―pasó su mano por mi cabello. Lo imité, de verdad quedó más sedoso ― Bueno, ya vete ― me paré ― ¡Espera! ― dijo tomando su chaqueta, rebuscando en sus bolsillos.

― ¿Condones? ¿Es en serio? No voy a eso.

―Llévalos, Rebeca es fácil― dijo de una forma desagradablemente natural.

―Cuida tus palabras ― dije molesto.

―No seas sensible, te lo digo en serio. Cuando fue mi novia, solo tardó una semana.
― No quería saberlo. Ya dije que no los llevaré.

― Que terco eres ―los echó en el bolsillo trasero de mi pantalón ―. Piénsalo así, solo estoy cuidando que no traigas niños al mundo o que te contagies de algo.

― ¿Contagiarme? ¿Puedes dejar de tratarla de promiscua?

―Bien, bien, lo haré. De todos modos, aunque tú seas su única pareja, hay otras formas de contraer ETS. Estudio medicina, no hablo estupideces porque sí.

En fin, que otro día me dé la charla de como se hacen los bebés y sus riesgos. Le agradecí igual, me despedí de él y bajé las escaleras para irme. Caminé hasta la casa de Rebeca, me quedé parado frente a ella cuando llegué y tardé varios segundos en golpear la puerta, miré mi reflejo en la puerta de vidrio para verificar que todo estuviera en su lugar. Sebastián hizo un buen trabajo. Cuando vi una sombra borrosa del otro lado me incorporé, parándome con la columna recta, Rebeca abrió la puerta y cuando me vio se apoyó en el umbral, marcando su figura.

Desilusión IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora