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Es la novena vez que le leo Cartas sin destino a mamá, podría decirlo de memoria. Estaba dormida junto con Dallas, perro traicionero. Me paré para dejarla dormir e ir a estudiar, me di la vuelta y Ariana estaba asomada tímidamente en umbral de la puerta, la vi y ella apenas notó mi mirada sobre ella, se sonrojó.

— ¿Hace cuanto que estás ahí?

— Hace unos minutos. Yo... lo siento, no quería incomodarte...

— No lo haces, no te preocupes —dije sonriendo para que en serio viera que no me importa, parecía muy inquieta por verme.

— Que bien, me alegra saber que no estaba molestándote —levantó la mirada— Es muy tierno lo que haces.

— ¿Leerle a mamá? —me miró asintiendo con la cabeza —Es lo mínimo que puedo hacer por ella. Es mi deber intentar hacerla feliz entre toda esa tormenta cancerígena que la tiene atrapada.

Ariana me miró fijamente, ya estaba preparado para recibir una mirada llena de conmiseración, o tal vez con lástima disfrazada, es lo que siempre continúa después de contar el estado de mi madre. Por suerte esta vez fue diferente ya que no me dio consuelos de cortesía, solo me vio en silencio, transmitiéndome empatía y comprensión, curvando ligeramente sus labios. Es la primera vez que alguien no me hace sentir incómodo en esta situación

—Entiendo —suspiró, viéndome nerviosa —. Preparé comida, ¿No quieres, antes que mi hermano se lo coma todo? —dijo sonriendo amablemente.

— ¿Ah sí? ¿Qué cocinaste? —pregunté divertido, juntando la puerta del cuarto de mamá.

— Galletas y cupcakes... —respondió orgullosa.

— Bueno, vamos a ver qué tan buena eres— le dije sonriendo. Bajamos las escaleras y nos dirigimos a la cocina, Sebastián estaba comiendo silenciosamente, asumo que para no ser descubierto, ni siquiera había notado como a Ariana se le desfiguró la cara al verlo tragar.

— ¡Sebastián! — lo retó como si fuera un niño, Ariana y yo pudimos ver perfectamente como Sebastián tenía su boca llena, similar a las ardillas. No quedó nada—. ¿Cómo es posible que te hayas tragado todo? Acabo de ofrecerle a Daniel, y resulta que tú, maldito hambriento te comiste todo —le gritó golpeándolo con el guante de goma que es para tomar cosas calientes.

— No te preocupes, puedo preparar algo más...— dije con un poco de miedo, temiendo a que me golpeara a mí también

— Si Ariana, el niño sabe cocinar — dijo Sebastián riéndose, Ariana lo miró mal y se calló—. Pero... Si gustas puedes hacer galletas otra vez... —sugirió con una sonrisa, como si lo acabaran de castigar.

— No — dijo molesta, con un tono de voz más agudo.

— ¿Ilusionaste a Daniel con buena comida? No me parece bien —se cruzó de brazos

— Estoy de acuerdo— Ariana volteó y me vio nerviosa, con los ojos muy abiertos — Podemos cocinar los tres juntos —me encogí de hombros.

Sebastián le rogó, adulándola con todo tipo de halagos. Cuando al fin estuvo de acuerdo, tomó una libreta y escribió. Sacó la hoja y se la dio a su hermano, diciéndonos que si íbamos a preparar galletas teníamos que ir a comprar los ingredientes y además seguir sus instrucciones en la cocina. Sebastián fue hasta la puerta saltando de alegría, miré a Ariana que se burlaba de él y luego me miró indicándome que fuera con él. Lo seguí caminando y lo vi esperándome en la calle, con la puerta completamente abierta.

Sé cocinar, lo justo y necesario, y es por eso que no me sé el supermercado de memoria. Sebastián y yo hemos dado vueltas por todo el lugar, y a estas alturas noté que Sebastián no tiene ni la más remota idea hacia donde vamos. Le quité la lista que Ariana nos dio para poder seguir.

Desilusión IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora