31-.Dudo que se pueda más.

282 9 0
                                    

  ― No puede estar aquí. Es área restringida.

Levanté la mirada media dormida, y frente a mí había un médico alto, y de brazos cruzados, supongo que esperando a que salga de aquí.

  ― Lo siento. Necesitaba entrar.

  ― Que desgracia. Tienes que salir.―lo miré mal. 

Me quité la mascarilla y el gorro. Ignoré la mirada fija de este tipo. Me quité el delantal y se lo di. Lo recibió aún mirándome. Que mirada tan confusa, no sé si le gusto o si me odia. 

¿No harás nada al respecto Daniel...?

Al notar que el médico terriblemente alto que estaba frente a mí no tenía intenciones de hablarme, pasé junto a él para salir de la sala.

  ― Oye...― me di la vuelta― Lo siento.

  ― ¿Por qué?― dije tan antipática como él me respondió antes.

  ― Por como te respondí. Es que no tuve un buen día... y tú no tienes la culpa.―asentí con indiferencia.
  ― Perdonado.―iba a seguir caminando pero tomó mi brazo. ― ¿Qué quieres?

  ― Tu número de teléfono...― levanté una ceja mirándolo sorprendida.

  ― ¿Ah si? ¿Y se puede saber para qué? ―me miró nervioso.
  ― Para que así... Si tengo tu número podré llamarte cuando haya poca gente, y así te quedes con tu hermano o amigo, en fin, lo que sea.

  ― Es mi novio.―dije cortante.― No voy a darte mi número.

Y seguí caminando hasta el ascensor. 

El médico era guapo, y creo que no funcionó su coqueteo. Aunque fue bastante original... ¿pero si lo decía en serio? 

No estoy segura si guiarme por mi orgullo e irme, o volver humildemente con la cola entre las patas para darle mi maldito número para que me llame para poder ver a Daniel.

Mejor me voy con mi orgullo.

Ahora que lo pienso debo estar indecentemente horrible. Hubiera salido con mascarilla.

Antes de subirme al auto, recordé que iba a visitar a Rebeca. Tengo que saber que pasó.

Miré la hora. 

Son las nueve de la mañana, dormí como cuatro horas con Daniel, no como yo quisiera, pero me conformo conque esté vivo. Esperaba que él me despertara, pero por supuesto, eso no iba a pasar.

Me metí al auto un momento, y saqué mi bolso.

Fui a la cafetería que estaba frente a la clínica, pasé al baño. Lavé mi cara con agua fría, y después me maquillé un poco. 
Peiné mi cabello en una coleta.

Cepillé mis dientes y al fin salí  renovada del baño.

Me senté en una de las mesas y mientras esperaba que me atendieran, miré mi teléfono.

Milagrosamente no tengo llamadas ni mensajes de Sebastián. Supongo que debe estar durmiendo. Me alegro que haga lo que yo no puedo hacer.

Estos días tengo mi sensibilidad al máximo, en ambos sentidos.

El mesero que me atendió, sin poder evitarlo noté que tuvo una infancia terrible y una vida difícil en general.
Le di las gracias y empecé a comer mi pastel ya tomar mi café de chocolate.

Diez minutos después, cuando terminé, lo llamé para que me diera la cuenta, pagué y fui generosa con la propina. Pobre chico.

Y hablando de pobres personas, entré al hospital otra vez para ver a la desgraciada de Rebeca.

Desilusión IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora