Prejuicios (III)

218 7 0
                                    

Desesperado, reviso mi Rolex de muñeca, pasan de las 2:20, no puedo seguir aquí, pensará que me estoy burlando o que quiero humillarlo.

-Román -quisiera ir y que vea que me interesa intentarlo, quisiera llegar por él e ir por ahí-... ¡Román!

-¿Qué? -pregunto confuso a los cinco pares de ojos frente a mí.

-Si no te importa el trabajo y la calificación, deberias irte.

-Estoy aquí, si no me importaría ya me hubiera ido hace media hora, créeme que es más importante ver alguien más que a ti -le respondo a Fabián que me mira como toro en ruedo.

-Vamos, chicos. Hay que terminar esto y cada quién podrá irse. Sólo nos falta poner en orden el desarrollo.

Beca, como siempre, pone orden y es la que se mantiene en calma por si los demás explotamos, como siempre, yo y Víctor.

Rendido con la idea que jamás iba a salir temprano hasta terminar el proyecto, me alejo del grupo para marcar al número de Adrián. Por una razón quería disculparme, pero la verdad es que sólo quería escuchar su voz, sería la única manera de mantenerme de pie y con la cabeza concentrada en el tema.

Tres tonos de la llamada entrante pero su voz nunca llegó a mí.

Las actividades se terminan, la información importante está sobre el papel, la introducción y el desarrollo están hechos, las horas se deslizan llevándose con ellas al día, mientras que mi mente, regresa a ese primer día que procesó su belleza entera.

-¿Me llevas a la estación? -me pregunta Beca como todos los viernes que salimos de la universidad.

-Oh, sí claro -respondo sin poder decir que no.

-¿Vas a ir a otro lado?

-Sí, ayer Adrián me mandó mensaje y vamos a salir.

-¿Quién es Adrián? -inquiere mientras ambos caminamos al estacionamiento.

-El chico del restaurante. Iba a salir con él a las 2:00, no tenía contemplado el trabajo para el señor Gutiérrez.

-Bueno, supongo que si hablas con él te entenderá. Además, no podíamos hacerlo otro día, era hoy o nunca.

El señor Gutiérrez era un profesor y doctor muy comprometido en sus empleos, pero cuando se trata de trabajos y prácticas de campo, es el tipo de hombres que si hay una falla, por mínima que sea, todo va para atrás, sin remordimiento lo manda a la basura. Así que no nos podíamos dar el lujo de hacerlo todo el fin de semana, contemplando que algunos de nuestros compañeros tienen que hacer otras actividades fuera de la universidad.

-Súbete. Son las 5:30, puede que esté trabajando.

Una vez abordo, conduzco rápidamente por las calles de la ciudad, paso por algunas calles secundarias para evadir el tráfico y así, llegar más rápido a la estación de Beca.

-Gracias, cielo. Espero que te vaya bien con tu chico.

-No es mío -respondo poniéndome rojo al momento, pues sí quisiera que esa idea fuera real. Sólo escucho una risa antes de irse, pongo la mirada al frente después de verla bajar las escaleras del metro.

Vuelvo a poner mi auto en marcha ahora en dirección al restaurante donde lo conocí, donde ahora trabaja y dónde espero que él esté. El recorrido no es muy largo, pero paso por algunas calles y en estas, voy buscándolo. Es sorprendente cuando quieres ver sólo un rostro entre tantos que hay.

Doy vuelta en la última calle para llegar al restaurante, el cielo se está poniendo naranja con unas pinceladas rojas y unas rosas, tan tenues que parecen los restos del algodón de azúcar, me pregunto si aún estoy a tiempo de pedir perdón y que me dé una oportunidad, que sepa que en realidad sí quisiera que intentaremos algo.

Sexo[S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora