Juegos y decisiones

221 2 0
                                    

La escuela de artes en Cataluña, se divide en cuatro edificios para cada disciplina: El edificio A consta con las instalaciones necesarias para los alumnos que deseen aprender acerca de la pintura, los salones son grandes, los caballetes esperan ansiosos y el óleo, guardado bajo llave, en la planta baja hay una galería de arte; el edificio B alberga las mejores copias de la literatura, lo mejor de todos los tiempos, en el último piso está la biblioteca y, en la planta baja, una librería especial, con los libros que se han escrito en la escuela, después de clases, dentro de salones o que simplemente, alguien haya tomado la iniciativa de incrementar el número de los mejores libros escritos.

El edificio C da techo a los mejores actores, el drama se vive en la planta baja, mientras que en el último piso, se puede cambiar de personalidad cuantas veces uno quiera.

Sin embargo, el edificio E puede tener sus altas y bajas, no tiene los mejores libros, tampoco una galería de arte, pero nunca está en silencio. En la planta baja se encuentra una espectacular zona donde se puede cantar a cualquier sentimiento, los sonidos son probados y por consiguiente, el alumnado puede disfrutar de un concierto alocado o, deleitarse con un suave jazz. El último piso sirve de bodega, muchos instrumentos viejos, otros nuevos, quizá unos que puedan reprarase y por supuesto, los que esperan ansiosos su propio mantenimiento.

Pero la escuela de Cataluña parecía estar vacía, los pasillos estaban desiertos, los edificios silenciosos, el arte apaciguado como los libros de un romance anticuado. A no ser por una alumna que, nerviosa, se dirigía al auditorio del edificio E, ya que ahí vería al señor Groser, un maestro a quien le gustaba probar a sus alumnos de una manera, en la que a ellos mismos les parecía ridículo, sin embargo, era talentoso, inteligente y sus métodos, aunque inusuales, parecían dar un resultado interesante.

Laisa, una poderosa soprano, seguía dando lo mejor de ella en el escenario, el señor Groser no decía nada, mantenía el lápiz en la superficie de una hoja blanca. No estaba escribiendo las notas que cualquier alumno podria esperar, no porque tuviera algo mejor que hacer o porque no quería, sino porque en realidad, no podía hacerlo. Laisa iba en la segunda estrofa de La Malagueña, y su falcete podria ser peligroso si ella así lo deseaba. Groser estaba más que contento, no podía creer que Laisa estuviera llegando a tan perfectas notas.

«No te ofrezco riquezas, te ofrezco mi corazón, te ofrezco mi corazón, en cambio de mi pobreza».

«Besar tus labios quisiera».

«Y decirte niña hermosa, que eres linda y hechicera como el candor de una rosa».

Daniell entraba al auditorio temblando, no quería estar en el escenario frente a Groser pero no tenía otra opción. Entró justo cuando comenzaba con la última parte del coro. No pudo evitar que su piel se estremeciera.

Laisa no podía ver más allá de la primera fila, en la que Groser continuaba sentado, sosteniendo inútilmente la hoja en blanco, con el lápiz en la mano y está, sobre el posa abrazos de su asiento.

Laisa terminó la canción y se quedó un segundo estática, esperando el aplauso de su inexistente público.

—Tu calificación estará en el sistema en dos días. Buena tarde.

Groser se levantó y caminó por entre las butacas para salir del auditorio. En la entrada, se encontró con Daniell, quien aún seguía conmovida, impactada y en su interior, quizá con envidia.

—¿También tú? —preguntó sin querer saber la respuesta, ya no quería encontrarse con otra Laisa.

—Sí, me dijo que hoy podía aplicar el examen.

—¿Vives en el campus? —cuestionó.

—Sí —respondió Daniell.

—Bien, te veo mañana aquí mismo.

Sexo[S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora