¿Puedo? [Explícito]

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Seguía en el suelo, con las rodillas contra el tapete que mi madre me había regalado. Seguía con las manos sosteniendo mi cuerpo. Mi boca seguía estando contra el tazón para perro, el cual rezaba mi nombre sin cansancio.

—Vamos, perrita, trágalo todo —decía Octavio, el mariscal del equipo.

Esta era la tercera vez, la primera había ocurrido en su habitación, la segunda en los vestidores.

—¿Sabías que entre más te tardes más me excitas? —pregunta con la voz cortada—. ¡Responde!

—Sí, lo sé —respondo levantando mi cabeza para mirarlo.

—¿Cómo es que lo sabes?

—Porque sigo tragando tu leche y miras mi culo al mismo tiempo.

—Eres muy inteligente. Sigue, quiero ese plato limpio.

Sigo tragando como perro, el disfraz se mantiene señido a mi cuerpo y él, sentado en el borde de la cama, sigue masturbándose para despues follarme como las dos veces pasadas.

—He terminado —aviso.

—Bien, ahora ven aquí —pide golpeando despacio la cama.

Obedezco según mi papel, subo a la cama y ahí toma mi cadera, retira el plug con cola de perro e introduce toda su longitud en mi cuerpo. No hace falta agregar ningún líquido, solo entra, sale y vuelve a repetirlo mientras salen de mis ojos algunas lágrimas.

—¿Sabes que si no me sirves te dejaré botado?

—Lo siento, papi.

Comienzo a hacer los movimientos que le gustan, grito su nombre y pido más, más leche y más de sus estocadas.

—Debería grabar algún día de estos. Eres una preciosidad.

Sentía como mi cuerpo comenzaba a experimentar esos espasmos, mis mejillas ardían cada vez más y, mi no me cansaba. De repente sale de mí sin cuidado, sus manos giran mi cuerpo y dispara contra mi pecho una dosis más de leche tibia.

—Espera.

Lo veo bajar de la cama, abre un poco la puerta de la habitación y enseguida, entra otro chico. Este al verme, sus ojos se abren sobremanera, sonríe divertido y Octavio le da una mirada. El chico que sigue mirándome sonríe una vez más y se abalanza contra mí, solo para tragar la leche de Octavio desde mi cuerpo.

—¿Estamos a mano? —le pregunta Octavio al otro chico.

—Eso fue como la cuarta parte de toda la deuda. Dime cómo vas a pagar el resto.

—Te juro que lo vas a disfrutar —susurra en mi oído y no soy capaz de hacer otra cosa que permitirlo.

Octavio sale de la habitación y el nuevo chico, de ojos cafés y cuerpo marcado, me mira con ojos tristes.

—Deberías verte, ¿no te sientes inservible ahora?

—Haz lo que tengas que hacer y vete.

—Oh, mírate. Aparentas tener la fuerza necesaria para hacerme saber que aún te queda dignidad. Estaría follándote ahora mismo si lo quisiera.

—¿Qué haces aquí entonces?

—Tratando de hacerte ver las cosas. ¿Por qué estás con él?

—Me gusta.

—¿Te gusta esto o él?

—Ambos.

—¿Si hago lo mismo te gustaré?

—Tal vez.

—Bien, hagamos una cosa. Vístete y te llevaré a otro lado.

—¿Qué le dirás?

—¿Crees que tengo que darle explicaciones? No, nene. Ven.

Cuando terminé de vestirme, salí detrás de él. Octavio nos vio pero no dijo nada. Lo seguí hasta otro edificio del mismo campus y me hizo entrar a una habitación. Al no saber qué íbamos a hacer, me quedé petrificado frente a la cama. Solo escuché el seguro de la puerta.

Lo siguiente que sentí fueron sus manos sobre mis brazos, los recorrían lentamente hasta llegar a mi cadera, a la par, pude sentir sus labios acercarse a mí cuello.

—Te gustaré, aunque no haga lo mismo que él.

Besó mi cuello, mis hombros y por último encontró mis labios. Mientras eso pasaba, quitó lentamente mi playera, luego mis pantalones y así, hizo que me sentara en la cama.

Ahí estaba yo, tendido en la cama, con él encima de mí, sus manos parecían no cansarse de acariciarme y sus labios no se despegaban de mi piel. Con sus piernas, separó las mías, ahí se despojó de su ropa pero lo hizo rápido, no contó los segundos como lo hizo conmigo.

—¿Puedo entrar?

No entendía su pregunta, no entendía su significado y tampoco su propósito. Los busqué pero nada, solo asentí porque sabía que debía hacerlo, de lo contrario, no lo entendería nunca. Lo siguiente fue algo muy diferente a lo que estaba acostumbrado. Entró, él entró en mí, en mi cuerpo.

Lo dejaba entrar y su salida era lenta, luego entraba con cuidado, midiendo el espacio y la velocidad, midiendo la fuerza que necesitaba y la que quería a la vez.

—¿Puedo continuar?

—¿Por qué preguntas eso?

—Porque necesito saberlo, quiero saber qué es lo que quieres.

—¿Yo? ¿Qué hay de ti?

—Quiero tu cuerpo, pero será mejor si quieres el mío.

Quise decirle que podía hacer todo lo que el quisiera, pero las palabras no salieron de mi boca. Las palabras fueron reemplazadas por los movimientos, mis brazos acercaron su cuerpo. Una de mis manos acercaron su cuello para que nuestros labios volvieran a encontrarse, mi otra mano se enredó en su espalda, para hacer la fuerza necesaria y que su cuerpo entrara completo al mío.

Su semilla no entró en mí, quedó bloqueado pero le pedí poder tragarlo. Estaba acostumbrado a eso. Él lo permitió y lo disfruté aún más. Como él lo había dicho.

—¿Cómo te sientes? —preguntó dejándose caer junto a mí.

—Basta ya, no sigas preguntando si vas a dejar de hacerlo en cualquier momento.

—Puedo seguir preguntando si me lo permites.

—¿Quieres que lo permita? —asintió—. Bueno, me siento diferente. Pero Octavio hará algo.

—No puede hacer nada, estás conmigo. Sólo debes estar seguro y no dar marcha atrás.

—Bien, con una condición.

—A ver, dime.

—Quiero tragar tu leche siempre que lo hagamos, déjame hacerlo y tú podrás hacer lo que sea conmigo.

—Lo único que quiero de ti eres tú, tú completito. Tu cuerpo, tus sentimientos, quiero tu persona, con todos tus pensamientos.

—¿Por qué?

—Porque de esa forma, sabré que estás en buenas manos.

—¿Me amas?

—Déjame hacerlo.

—¿Por qué él no pregunta como tú.

—Porque no se detiene a disfrutar de tu compañía. No ve lo que tiene delante de él, solo ve lo que puede hacer con lo que tiene.

—¿Tú sí lo haces?

—Puedes apostarlo.

Sexo[S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora