P (IV)

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Arriba del auto, mis piernas empiezan a temblar, al igual que mis manos, aun teniendolas sobre mis piernas. Los vidrios están abajo y los culpo por el frío que provoca, pues la sudadera que traigo puesta es muy delgada, por lo que el aire frío -y considerando que vamos a una velocidad considerable-, la traspasa.

-¿Estás molesto conmigo? -me pregunta cuando apenas ha recorrido algunos metros de distancia, su cigarrillo descansa sobre sus dos dedos y esta a su vez, sobre la palanca de velocidades, mientras que la otra, sobre el volante.

-¿Por qué debería estarlo? -respondo sintiendo que mis dientes golpetean contra los otros, el frío me está haciendo quedar mal.

-Por lo de... ¿Tienes frio? Atrás hay una chamarra. No la ocupo diario, sólo para los días que salgo muy tarde -sabía que lo notaría.

-No, no quiero molestar.

-No molestas, no digas eso. Tómala, anda.

Rendido por su insistencia, volteo y veo la chamarra de la que habla, es grande pero dudo que me quede, sigo siendo un poco más alto y un poco más corpulento que él. Lo veo rápidamente y él, igual que yo está mirándome, en cuanto se da cuenta de que nuestras miradas se han cruzado, vuelve instintivamente hacia adelante.

-No va a quedarme -adelanto una posibilidad de la cual, ambos estamos conscientes.

-Sólo pontela, no te la estoy regalando.

Me golpeo mentalmente por eso, es obvio, pero lo dije con una sinceridad, que parecía que quería quedarmela y no devolversela aunque sabía, inconscientemente que debía hacerlo. Me coloco la chamarra y descubro su aroma impregnado, su colonia y el aroma de su piel. Ni siquiera me importa que también descubro un toque a nicotina. ¿En serio no va a regalarmela?

-¿Entonces no estás enojado? -me saca de mi pensamiento haciéndome dar un minúsculo salto sobre el asiento.

-Bueno, en ese momento sí lo estaba, pero supongo que estabas ocupado y no soy de esos que se la viven en plan de reclamos o algo así -quería matarlo.

-En serio lo lamento, teníamos que hacer...

-No tienes que darme explicaciones, es decir, no somos nada, ni siquiera soy quién para pedirte explicaciones o enojarme -sigo enojado.

-Tu voz me dice que estás enojado.

No me mira, se mantiene fijo en la carretera, da vuelta en una calle que desconozco por completo, girando el volante como todo un experimentado dentro de un auto. Finjo que esa idea no es para mí, aunque sí, mi voz refleja mi estado de ánimo a la perfección.

Llegamos después de algunos segundos más, pues se estaciona frente a lo que parece una casa. Una casa de estilo rústico, con las ventanas que parecen vitrales y la puerta abierta, recibiendo a todo aquél quien quiera entrar.

Adentro, el ambiente es cálido, no necesito la chamarra de Román, sin embargo, quiero tenerla por un poco más de tiempo, quisiera quedarmela en serio.

-Elige donde quieras sentarte.

El lugar parecía más humilde que donde trabajo, me parecía sumamente extraño que alguien como él, le gustara visitar estos lugares.

Elijo una mesa que se encuentra detrás de una cortina de piedrecitas, dividen el lugar de una manera agradable. De un lado es un poco más familiar, del otro, se nota que las mesas tienen más provacia una de otra.

Ambos tomamos asiento, él se sienta frente a mí por lo que su mirada se mantiene en mí, no es molesto, pero sin embargo, me hace sentir extraño.

Sexo[S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora