¿Amor o sexo?

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Entro al salón con la frente en alto, dispuesto a dejar atrás los comentarios de que soy demasiado viejo para estar en primer grado de preparatoria. Elijo un lugar ni tan cerca ni tan lejos del pizarrón. Un asiento en medio.

Aun no está llena el aula, hay apenas una par de chicas; una de ellas está sonriéndole a la pantalla de su celular y la otra, sigue tratando de que su labial quede perfecto; hay tres chicos también; uno de ellos está completamente perdido en la pantalla de un iPhone, el otro no deja de garabatear en su libreta y el último, saca de su mochila un cigarrillo, no lo haría si me conociera, pues por la forma en la que está sentado, puedo saber que se piensa el chico mas gañan del colegio.

—Oye —le hablo y él levanta la vista en un gesto despreocupado, encendiendo el cigarrillo y calándolo —¿tienes otro?

Él lo saca sin problemas de la cajetilla, lo extiende para que yo lo tome pero no lo hago.

—Ah, pues guárdalo, vaya a hacerte falta en un momento del día.

Las chicas comienzan a reír, uno de los chicos también. El tipo de los cigarrillos no se inmuta, solo se sienta mejor en la silla y me alegra, pues cuando uno es de los peores alumnos lo es, no se esfuerza tanto en parecerlo.

—Buenos días, chicos —entra la profesora de matemáticas y el chico anterior se levanta sin responder el saludo. Se dirige a la puerta y antes de salir, patea el bote de basura con una actitud dramática a—. Adelante, adelante. Tomen asiento y saquen sus libros.

Nos dice a todos mientras el resto entra sin darle mucha atención al que se ha ido.

Todos van tomando sus asientos, hasta que un chico de cabello castaño, ondulado y ojos miel se queda frente a mí, esperando a que alguien diga más que algo relacionado con la materia y los objetivos.

—Este es mi asiento —me dice con un deje de molestia.

—Ah, lo siento, no vi tu nombre tallado.

—¿No eres muy grande para estar aquí?

—Chicos, por favor. Toma un asiento y atiende la clase, Hugo.

Hugo se va de mi vista para sentarse en la banca del chico malo. La clase empieza a estar atenta y la profesora comienza su clase.

•     •     •

El primer día avanza y todos dejan de lado el hecho de que parezco mayor a los demás. El timbre suena anunciando el final del primer día y todos salimos del aula como una bala. La mayoría espera en la puerta pero yo me dispongo a salir de la escuela por completo, lo único que se me antoja es ir al parque y practicar con mi tabla.

—Oye tú... El viejo de primero.

Sin dudas sé que me hablan a mí, pero no volteo porque la voz se me hace conocida. Sin embargo, él me hace voltear cuando sostiene mi brazo. En cuanto me tiene de frente, no duda un segundo para presentarle su puño a mi cara. Lucho por seguir en pie pero de cualquier forma, termino en el suelo.

—No vuelvas a hacer que se burlen de mí.

Una vez mi madre me dijo, cuida tu boca, eres un boca floja y eso te traerá problemas. Cómo sea, siempre desobedecemos a nuestros padres y pensamos «al diablo, mis papás qué van a saber».

—No hace falta, tus acciones son tan patéticas que tú mismo lo provocas.

Y entonces, viene lo que todo científico llamaría: «una reacción»; un padre lo llamaría: «Lo vez, te lo dije», y quizá un amigo diría: «eres un pendejo».

—Eres un pendejo —escucho una voz que también ya había escuchado este mismo día.

Levanto la mirada y, aunque sigo viendo doble, logro enfocar al chico de la banca por un segundo.

Sexo[S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora