Mañanas navideñas.

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Sus brazos rodeándome, me mantenían más cálido que las mismas sábanas. Sentir su cuerpo desnudo junto al mío, era más reconfortante que una taza de café en la mañana, aunque al recordar que hoy se va, es peor que levantarse de la cama caliente para salir a la nieve.

—Buenos días —me saluda con besos por toda mi cara y mis hombros.

—Buenos días —respondo sin ánimos por la idea que ha instalado en mi cabeza.

—¿Por qué estás triste?

—Pues porque hoy te vas, ¿qué otra razón hay?

—Que me tenga que ir no significa que dejaremos de vernos.

—¿Es en serio? —comenzaba a ponerme furioso—. Te vas a tu casa, con tu esposa. No sé cuándo podré verte de nuevo porque ni siquiera puedo llamarte.

—Oye, siempre te llamo yo.

—Maldito mentiroso, tuve suerte de pasar estos días contigo, pero después, no te veo por meses, sólo cuando consigues un día y me llamas a escondidas de ella. Ni siquiera puedo imaginarte ahí. Sonriendo para ella y ¿piensas en quién cuando lo están haciendo?

—No empieces, Esteban.

—¿Por qué te enamoraste de mí? Si es que lo estás.

No me responde la pregunta, sólo lo veo levantarse con la nota del hotel donde nos trajo, me mira como siempre me ha mirado, con vehemencia, se inclina y besa mis labios lentamente.

—¿Me lo preguntas cuando tú mismo me sedujiste hasta obtener lo que querías?

—Es que me cuesta creer que sigas con ella y al mismo tiempo conmigo.

—Mira tu rostro, mira tu cuerpo, eres el mismo Narciso encarnado. ¿Cómo no caer rendido a ti?

—¿Y ella? No me digas que es Danae.

—A veces lo es. Y yo soy simplemente un asqueroso mortal.

Y se va, dándome la espalda para dirigirse a la ducha.

Me levanto con pesadez, me visto lentamente y pienso en irme para no verlo nunca más, como siempre cuando despierto a su lado. Pero como todas esas veces, me arrepiento, porque sé que del 100% tengo el 50% de culpa.

Hace tres años, entré a trabajar a la misma empresa donde él. En ese tiempo él tenía un puesto en el área de supervisión, yo tenía el trabajo de mensajería, pero después, le dieron un puesto más alto, ya que siempre había trabajado duro para conseguirlo, por eso, le dieron el puesto de gerente de planta. Hoy está a pasos de ser director general junto con otros tipos.

Sin embargo, desde el primer día que entré a trabajar, me equivoqué en poner los ojos sobre él, aún recuerdo que el primer paquete que debí dar, fue uno para él.

Cuando llegué al piso donde estaba su pequeña oficina, él se encontraba de pie, dándome la espalda atendiendo una llamada, entonces pude ver su cuerpo perfectamente marcado. Cuando terminó de hablar por teléfono, me miró preguntándose qué hacía yo ahí, parado con una gorra y una playera de la empresa, con una credencial que decía mi nombre y con el cargo de mensajero.

—¿Te puedo ayudar en algo, niño? —tenía 25 años en ese entonces, él, parecía de 30 con ese cuerpo, el tamaño de sus manos, su barba recortada y su mirada endemoniadamente seductora.

—Hola, soy el nuevo mensajero y esto es para usted.

—Déjalo ahí —me señaló un costado de su escritorio. Al dejar el paquete en el suelo, vi un porta retrato con la foto de una mujer hermosa. También recuerdo que me quedé un momento mirándolo mientras se ponía su saco. —No recibí el memo donde decía que debíamos darle propina a los mensajeros.

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