Capítulo I

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Nota de la autora: Hola estimados lectores, de antemano les agradezco que estén leyendo esta súper novela y digo súper por la cuestión del tamaño, pero creo que debo advertir sobre el tipo que ésta es, es una novela multipersonaje y multitiempo (algo así como Lost en referencia con el tiempo). Deben prestar atención a la cuestión de las acciones para no perderse en la historia.

¡Disfrútenla mis estimados lectores!

Un hermoso paisaje se encontraba delante de sus ojos, era de mañana en el Continente Africano; San Pedro era el puerto al que Albert había llegado esa mañana, cuando recién se había bajado del tren que le llevaba hasta allá. Era verano y ya se disfrutaba del calor, sus ropas eran lo menos adecuado ya que su costoso vestuario se había manchado de lodo apenas hubo subido al tren que lo llevaba hasta allí.

Para la próxima vez, le recordaría a George que debería mudarse de ropa cuando se escabullera de la mansión hacia apenas un mes y que no permitiría que la Tía Abuela le encargase todo tipo de negocio hacia su paso a la aventura, ahora ésta ya no ayudaba mucho. La última vez que se duchó ya ni la recordaba, ansiaba un refrescante baño y ropa limpia, pero antes de eso, debería seguir caminando hasta la clínica del campamento guía donde buscaría a la doctora Louise, antigua amiga que lo había recomendado para que trabajase allí hacia tres años, con ella.

Louise Thompson le había dado todo lo que una mujer de aquella época le daría a un hombre de su posición, el que había pensado como un hombre pobre, no lo fue desde que descubrió su identidad años atrás todo gracias a un telegrama enviado desde América como el distinguido señor William Albert Andley, el patriarca del Clan Andley de Escocia. Ella le dio una linda amistad, lo acogió en su trabajo en el campamento, pero desgraciadamente también le dio su corazón; ese que ofreció sin chistar, ya una vez había sido herido indirectamente por una tal señorita Candice Andley y sin darse cuenta de lo que ocasionaba esa noche en la que ella le entregaba su cuerpo y alma, él se limitó a levantarse del camastro que compartieron y sin despedirse se fue para volver tan sólo tres años después. Albert había sido descuidado sin intención, Louise era una hermosa mujer africana, muy alta y demasiado bella, su cabello hubiera sido lo que más recordaría, le gustaba su color y su textura, pero era mentirse a sí mismo, irradiaba una atracción salvaje hacia ella, no sin antes, pensar que todo ello no valía tanto como la salud y el bienestar de Candy, su hija adoptiva.

El hecho de que nunca supo ni adivinó, fue que Louise cuando despertó y se dio cuenta que él ni siquiera se había despedido, ocasionó en ella una fuerte impresión dejando un corazón destrozado que en medio de la desesperación acabó por romper. Cuando la alta morena se levantó de aquel camastro y dirigió la vista al piso, se dio cuenta de que a él se le había caído un papel, lo recogió y observó con cuidado, era un telegrama dirigido a él de un señor llamado George, éste le había mandado hacia tan sólo unas horas, leyó su contenido que omitió al ver un nombre que jamás olvidaría: Candice Andley. Ésta acción hizo que ella llorara de decepción y lo guardó entre sus pertenencias hasta que lo volviera a ver, suponiendo claro está, que lo hiciera nuevamente. Así mismo, aguardaría su corazón lo que ella pensaba como una traición al amor y al cuerpo que había entregado en esa noche.

Volviendo de sus recuerdos, Albert tenía que seguir su camino, así que comenzó a andar las cuatro leguas faltantes, eran ya las diez de la mañana, el sol calentaba el ambiente, sus cálculos eran que aproximadamente al anochecer llegaría al campamento y sería un alivio, debido a que ese lejano y extenso paraje en la obscuridad de la noche, no era de lo más seguro y solía muchas de las veces ser muy peligroso. En sí la sabana africana era una aventura, pero esa aventura era por demás, de cuidado.

Ya había caminado por mucho tiempo, le faltaban unas cuantas leguas más, sin detenerse buscó la cantimplora de agua y al encontrarla, la abrió, dándose cuenta de que su provisión era casi nula y por demás pronto serían inexistente. A ésta hora el sol de África vengaba a todas sus víctimas, eran sin duda las tres de la tarde y para el atardecer todavía faltaban unas cuatro horas, tiempo en el cual el sol desaparecería de ese lado del mundo. Caminaba a paso constante, esperando encontrar equipos de caza y observación, por lo que rogó a los cielos hubiese unos por allí. Había pasado otra hora, el sudor que trasminaba su ropa ni siquiera mojaba un poco lo necesario para mantenerlo fresco, el bochorno era todo menos refrescante, su mente maquinaba cualquier tipo de historia con tal de mantenerse entretenido, pero no era necesario, había alguien que le endulzaba la memoria. Cuando se alejó de Londres, estuvo tentado a volver, sólo debía tomar un tren y estaría allí, pero no debía dejarse vencer por lo que su corazón quería, lo que su corazón verdaderamente amaba era a una alegre rubia, pero cual hubo sido su sorpresa al ver que ella ya no quería a su sobrino Anthony, sino que ahora había puesto los ojos en Terrence Grandchester, donde la creyó muy segura mientras todavía se quedaran en el Colegio San Pablo.

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