Capítulo LXV

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- Necesito que todos se queden en sus habitaciones, que nadie salga ante el llamado de Lady Andley y por favor que nadie esté con los niños - mientras entraban a la mansión el rey daba esa única orden y los demás sires comenzaron a buscar a las matronas.

- Pero su majestad, alguien debe de estar con ellos – protestó Sir Campbell.

- Necesitamos que lady Andley los atienda, es imperante que ella los conozca, ¿me han entendido? – preguntó enérgico

- Sí su majestad, permiso – todos acataron la orden al pie de la letra y después de una venia, se retiraron cada uno a sus habitaciones.

- Bien, vamos – dijo el rey esperando no ver la actitud conformista que todos tenían.

Todo en la mansión Andley estaba en silencio, Candy comenzaba a despertarse cuando escuchó a uno de sus hijos llorar, pero pasaban los minutos y nadie lo atendía, la verdad era que el láudano la tenía mareada; apenas y lograba levantarse, pero los niños necesitaban de ella y lejos de sentirse desfallecer, se tenía que levantar y más cuando dos llantos diferentes se escuchaban a lo lejos, eso la alertó aún más, entonces trató de levantarse, pero sus piernas no entendían lo que la necesidad de atender a sus hijos imperaba por lo que éstas se doblaron tan pronto como intentó ponerse de pie, ahora es que pensaba que caminar era doloroso, pero cambió de parecer cuando cayó sobre el piso de su habitación, eso dolía más. Cuánto podría doler intentar levantarse, no creía que más que caerse, pero fue un error pensarlo, cuando quiso levantarse, se le doblaron los tobillos y volvió a caerse, no, levantarse de nueva cuenta era un completo error, entonces decidió arrastrarse, eso dolía menos, comenzó a tomar muebles con la mano jalando su cuerpo, ya luego se preocuparía de quejarse por el dolor.

Había sido todo un triunfo llegar a la puerta, ahora tenía que tomar la perilla, por lo que alzó una mano y se dio cuenta que no la alcanzaba, se decidió entonces en recargar la espalda en la puerta, se rodó y logró colocarse sobre las rodillas, fue entonces que comenzó a abrirla haciéndose hacia atrás para después prácticamente gatear por el pasillo hasta la habitación de sus hijos.

- ¿Qué nadie escucha? Ya mero llego, ¡qué cansada que estoy! – resopló repetidamente.

- ¡Candyyy! – se oyó un murmullo a lo lejos, que fue detenido por Sir Campbell.

- ¿Alguien habló? No, creo que no, dos llantos son suficientes, si el tercero se despierta me enojaré demasiado, debo darme prisa – se dijo así misma, no pensaba que salir de la habitación fuera tan difícil.

- Espera Albert, debes dejar que ella llegue hasta ellos... - le dijo Sir Campbell.

- ¿Por qué? – quiso saber mientras se sentía detenido por otras manos.

- Estuvimos conversando con Buchanan y nos va a ayudar para averiguar qué trama Lemarque – informó Sir Campbell.

- ¿Eso es bueno? – preguntó Albert mientras observaba que Candy gruñía con su imposibilidad de llegar a la habitación de sus hijos.

- Muy bueno, mire – el rey salió al rescate de Sir Campbell cuando le mostró a Albert el escudo de armas de los Buchanan.

- ¿En serio? ¿Cuándo? – sí, Albert estaba maravillado.

- Hace unas horas hasta se fue caminando... ni esperó a que le ofreciéramos un caballo – respondió Sir Campbell.

- Bien, parece que le dieron más información de la que deseaba saber – agregó George que solo miraba la figura de su dulce señora.

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