Capítulo IX

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La linda luz de la mañana despertaba a todo el campamento, que muy contrario a lo que Alfred esperaba ahora Candy ya no se encontraba en ninguno de los vehículos. Albert se había levantando al alba, se duchó y afeitó rápidamente, preparó el desayuno para todos y colocó la mesa. Alfred llegó a la cocina cuando una humeante taza de café fue colocada sobre la encimera.

- ¿Por qué tan alegre Albert? – cuestiona Alfred sorprendido.

- Los secretos no deben decirse, pero hay algo que debo pedirle – refirió el rubio al viejo Alfred.

- ¿Qué cosa? – preguntó Alfred intrigado.

- Estoy en campaña, así que nada de esto debe salir de aquí, ya cometí un error y no pienso cometer otro – advierte el rubio acomodando los platos en la mesa.

- ¿De qué hablas muchacho? – preguntó Alfred sin entender ni una palabra.

- Sabes quién soy yo y también Pierre. Así que por algo que ayer me dijo Candy presiento que Pierre la va a obligar a que se case con él a la fuerza, por el contrato – explica Albert, preocupado.

- ¿Qué dices Albert? – Alfred pregunta enfadado, a sabiendas que fue el mismo Pierre el que le aclaró que sólo la estaba ayudando, en su cara le afirmó que así era.

- ¡Baja la voz, Alfred! Tenemos que impedir que Pierre vaya al telégrafo o que mande a alguno de los ayudantes del campamento.. Su padre y él están confabulados para esto y no sé qué es lo que se traen con Grandchester – informa el rubio.

- ¿Estás seguro? – cuestiona Alfred, sorprendido.

- Sí, pero luego te cuento bien, Candy y yo vamos al pueblo; inventa un favor tenemos que comunicarnos con George, por ningún motivo dejes que Pierre nos acompañe, ¿de acuerdo? – Albert pide afirmación.

- Sí, de eso me encargo. Y ¿en cuál campaña dices que estás? – cuestionó Alfred interesado en el plato que Albert pone en la encimera.

- ¡Pues en ésta, enamorar a Candy! – responde él, emocionado.

- ¿Estás hablando en serio? – pregunta el hombre mayor sonriendo.

- Sí, hemos hablado y ¿sabes si hay algún sacerdote en el pueblo o un juez? – cuestiona Albert, como si hablara de hacer palomitas.

- ¿Tan pronto? ¡Pero no se pueden casar, es menor de edad! – increpó Alfred, muy asustado

- Le daré un anillo de futuro compromiso en San Pedro, si las cosas no salen como espero – Albert atinó a contestar sin dar tanta explicación.

- Buena idea, pero necesitarás un testigo... – refirió Alfred, sonriendo.

- Ya nos las ingeniaremos – suelta Albert volviendo a servir otros platos.

- Bueno, vamos a llamar a todos. Muchachos el desayuno está listo – Alfred avisa en el corredor y uno a uno van apareciendo.

- ¡Buenos días! – saludan.

- Buenos días. Albert quisieras ir a ver ¿por qué no esta aquí, Candy? – Alfred le pidió a Albert que fuera por Candy, una vez que ya todos se habían sentado.

- Por supuesto, en un momento estoy con ustedes – sonrío para todos al levantarse, pero también para sí.

Toc toc

- Adelante... – la rubia dio acceso a su habitación, distraída con su arreglo.

- ¡Buenos días, Candy! – saludó Albert ceremonioso y quedándose en el marco de la puerta.

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