Capítulo XLIII

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- ¡Papá! – corre Annie hacia su padre, emocionada.

- Sr. Brighter, ¿cómo ha estado? – lo saluda con felicidad de saberlo ahí.

- Sr. Brighter es mi nombre, por supuesto – refiere el castaño, que abraza a su hija.

- ¿Usted fue? – cuestiona Abahinn, quizás no se haya dado cuenta de que él fue el único que se quedó en Londres.

- Sí, fui el que se quedó en Londres y apenas llegó, al parecer todos se olvidaron de mí, menos mi pequeña hija – refiere abrazando a una delgada Annie.

- ¡Ya no soy tan pequeña papá! - reclama ella.

- Apenas tienes quince años, por supuesto que eres pequeña, ¿te sientes bien? – pregunta él acariciándole el rostro cuando se colocó a su altura.

- Dentro de lo que cabe... - responde ella.

- ¿Es usted quien armó todo esto? – preguntó Abahinn, no salía de su asombro sobre todo cuando no se veía como un hombre que tomase decisiones de ningún tipo.

- Creo que ustedes saben ¿quién lo hizo? ¿Verdad Candy? – refirió el señor Brighter observando como la rubia ladeaba la mirada y después observaba las decoraciones de ese techo que había visto el ultimo mes, si acaso 4 veces.

- Se los dije... - acertó Abahinn, si Candy había planeado todo esto, como es que Albert había dicho que él lo ordenó.

- Tenías razón Candy, ¡nadie me creería que me haya prestado! Yo, el hombre que parece recto y silencioso – exclama el señor Brighter, sentándose al lado de su hija que en estos momentos le abraza. Nadie creería que una persona como yo hubiese urdido la parte más importante del plan... reunirlos a todos no fue sencillo y de eso, George no puede decir que se le ha abandonado totalmente – refiere haciendo que George le vea con otros ojos.

- Se lo dije... - sonríe Candy, cómo es que nos conocía tanto.

- Candice ¿qué haces fuera de la cama? – cuestiona la Hermana María cuando los ve a ambos sentados a la par en un sólo sillón y colocando los dorsos de las manos a los lados de sus caderas.

- Platicando... - refiere la rubia.

- Lo veo detenidamente, ¡ustedes dos deben descansar! - refiere la hermana.

- Y está peor que la señorita Ponny, Hermana María – sonriendo Albert ayuda a su esposa a levantarse para después comenzar a caminar.

- ¡Anden, sin discutir, arriba! – les dice, ansiándoles que comiencen a caminar.

- Te acompaño... - refiere Annie a Candy que alegremente se levanta para ayudarla.

- Bien, vamos Annie – responde la rubia mientras la Hermana María comienza a caminar detrás de ellos.

- Annie, ayuda a Albert, yo ayudaré a Candy – ordena la Hermana María haciendo que Annie se dirigiese hacia el rubio.

- Bien, en un momento voy a verlos... - aseguró el señor Brighter.

- Los verá cuando hayan tomado una siesta señor Brighter, por favor – le pide la Hermana María.

- Por supuesto Hermana María, con su permiso iré a dejar mis cosas a mi habitación, ¿alguien sabe dónde queda? – pregunta el señor Brighter.

- Te indico papá, de echo estas justo enfrente del señor Andley – exclama a lo lejos Annie y su padre se reúne con ellos en la escalera.

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