Capítulo 11

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No había hablado con Max en todo este tiempo. Me sentía débil y quería llorar todo el rato por cosas que ni comprendía.

La profesora Dorothea me dijo que también quería hacerme un test para aprobar su clase pero me dejaba tiempo para que acabara con disparo.
Esto era peor que los finales en el instituto.

Me senté con Felix y sus amigos en el comedor. Hoy daban otra vez brócoli. Por supuesto, lo eché a un lado.

Me sentía absorta de la conversación. Ellos discutían por tonterías como ropa o productos faciales mientras yo me hundía lentamente en el fondo de este barranco.

Después de clases de disparo, algo me atrayó hacia el gimnasio. No me di cuenta hasta que entré en él que todo estaba demasiado tranquilo y desolado. Abrí la puerta y la cerré intentando no hacer mucho ruido. Caminé por el gimnasio observándolo. Era muy familiar para mi. Acaricié la pared sintiendo su textura lisa. Eran paredes enormes, altas y de color azul claro.

Oí un gruñido y un repiqueteo metálico. Me giré sopesando una bronca por estar allí pero lo que me encontré fue peor. Era una bola viscosa con una cola metálica que daba fuertes latigazos al suelo. Me paralicé y lo observe con los ojos como dos platos. La bola se movía hasta alcanzar una figura amorfa humana. Parecía un zombie sin ojos, con extremidades metálicas y una cola que ahora producía chispas eléctricas. Me ajusté las gafas y caminé lentamente hacia atrás. El bicho se movió y entonces empecé a correr. Miraba hacia atrás y veía que me estaba adelantando.

Me choque contra una tubería y todo el gas se escapó. El bicho se volvió loco y aprovechando la niebla que había creado me escondí detrás de unos colchones de gimnasia. Sabía que no ganaría corriendo así que opté por esconderme. El ruido del gas cesaba y el oído capto el repiqueteo del metal. Mi respiración era acelerada y mantenerla en calma era una pesadilla.

Oí el ruido de la puerta del gimnasio abrirse. Sentí alivio pero tristeza por no poder avisar al pobre chico en lo que se estaba metiendo. No oí ningún grito de miedo o desgarramiento, solo unos cuantos gruñidos. Asome la cabeza y vi ese cabello blanco como la leche moverse ágilmente.

Era Max. Él estaba luchando contra el zombi metálico solo. Corrí hasta él. No quería que muriese y si tenia que arriesgarme lo haría. Max me dedicó una mirada asustada en cuanto me vio. Mi cerebro reaccionó en un deja vu. Por un momento me imaginé a Max haciéndome lo mismo en otra situación que no recuerdo. Negué con la cabeza y seguí gritando al monstruo.

《¡No oye ni ve nada!》gritó Max moviéndose para clavarle un cuchillazo en la espalda.
《¡Vete!》me chilló.

《¡No te dejaré aquí!》dije ajustándome las gafas.

El monstruo gruño furioso cerca de mi. Me volví pálida al ver lo grande que podía abrir la boca. Caminé hacia atrás pero trastabillé y me caí al suelo.

《¡No te muevas!》me gritó Max precavido.
Hice lo que el me dijo y me quedé quieta en el sitio. El monstruo estaba a centímetros de mi cara y me buscaba. Si diera un paso mas adelante, estaría muerta. Contuve el aire durante unos segundos aunque parecían eternidades.
De repente el monstruo empezó a derretirse.

《Hasta la vista.》dijo Max con una sonrisa de lado.
《¡Cuidado! Su cuerpo es radiactivo. No lo toques.》él me ayudó a salir antes de que el bicho me impregnara.

《Gracias.》le dije sonriendo un poco. El monstruo emitía sonidos roboticos mientras su cuerpo viscoso se derretía.

《¿Estás bien? ¿Qué hacías aquí?》me preguntó con el ceño fruncido. Yo caminé saliendo de la que me pensaba que seria mi tumba.

El código olvidado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora