Capítulo 20

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Las clases de sistema informático eran muy aburridas pero Axel también acudía junto con Edvin, mi ex compañero de habitación. Le expliqué  a Axel
todo lo que me había pasado y él lo entendió y me tranquilizó. Daba gusto poder hablar con alguien y no ser juzgado. Me decía que Antonia me echaba mucho de menos y que se moría por verme. También me habían cambiado los horarios de las comidas así que no podía coincidir con nadie. Estaba sola y por algún segundo lamenté haber llegado a ser una Pro.

La habitación que me asignaron no estaba muy cerca de la de Max pero no quise discutir. Me hacía un poco de miedo dormir sola en una habitación tan grande y sin detalles ni pertenencias mías. No parecía un hogar para nada. Las clases de Sistema Informático con el señor Engen eran mucho mejores que las de lucha con el señor Laufer. De momento sólo estudiabamos movimientos y llaves pero sabía que cuando toda la temática acabara pasaríamos a la práctica.

El señor Laufer era joven y apuesto. Tenia unos veintiocho años y estaba en forma. Todas las chicas suspiraba cuando él estaba en tirantes o hacia un movimiento para enseñarlos. Yo en cambio, solo veía una copia mal hecha de Max. Él me quiso entrenar y la directora le denegó, por lo que yo me sentía mal. Paul nos trataba muy bien pero de alguna manera sabía que íbamos muy lento. Max lo hubiera acelerado todo.

Después tenia que ir al gimnasio y practicar deporte con Hugo, el hermano de Antonia. Sabía que Agnes lo hacía a propósito, porque era el único Pro con el que no me hablaba. Hugo era moreno, alto, delgado y con un rostro duro y misterioso. Era guapo, al igual que Antonia. De hecho, era más guapo que Max, técnicamente. Max parecía como un niño adorable en comparación de Hugo, que este, se veía como un hombre fuerte e interesante.

Me daba mucha vergüenza hacer deporte con él. Yo no podía correr ni dos minutos sin tener que parar, por no hablar de los abdominales, flexiones, sentadillas y pesas que me hacía hacer. Él estaba tan en forma y yo era su contrario, incluso pensaba que algún día renunciaría a entrenar a un saco de patatas como yo, pero no lo hacía.

También me cambiaron la dieta, y eso era lo peor que llevaba. Me hacían comer un bocadillo pequeño de pavo con calabacin, comer un puré de verduras con una porción pequeña de carne magra o pescado y, cenar una pieza de fruta. Mi estómago rugía cada segundo de mi vida. Pensaba que la dieta de aquí era mala al principio pero ahora sé lo mala que puede llegar a ser. Mataría por un huevo o un batido de fresa, y eso que eran saludables. Ya se me había olvidado el sabor del chocolate y creo que si pudiera comer un estofado que mi madre cocinaba, lo vomitaría al instante.

No veía a Max nunca y cuando lo hacía él salia corriendo mirando al suelo. Eso era demasiado doloroso de ver. Eira la veía de tan en cuanto y a veces hablábamos pero ella tenia asuntos que hacer y cuando estaba libre, yo era la ocupada. Con Kay pasaba lo mismo y, Axel y Antonia eran imposibles de localizar. Me habían aislado de todos.

Cada noche era fría y fantasmagórica. Lloraba siempre cuando llegaba exhausta a la cama, incluso me tapaba con la almohada y gritaba hasta que me quedaba afónica. Siempre hacia lo mismo durante semanas e incluso meses hasta que decidí aceptar el reto.

Agnes quería que le fuera útil o al menos eso apunté en la libreta. Esa misma noche me prometí que lo cumpliría. A partir de allí me puse las pilas. Llevaba mi inhalador siempre encima y no me quejaba cuando Hugo me hacía hacer cosas duras en deporte. Cuando llegaba a casa meditaba y creé mi propio yoga para hacerme a la idea que la tonta, indefensa y débil Janne había muerto. Cuando quería llorar por las noches, cogía la almohada y le daba puñetazos hasta desahogarme. Luego, la almohada me parecía poco así que la sustituí por la pared o algo más fuerte. El dolor sustituía mi tristeza.

Hugo me curaba las heridas de las manos al día siguiente y me enseñó a hacerlo. Habían días donde me enseñaba reavivación y como sanar heridas pequeñas o serias. Esas clases eran las mejores. Hugo y yo seguíamos sin ser amigos o incluso buenos compañeros pero yo sabía que me tenía cariño. Cada vez me hablaba más y se sentía mas orgulloso cuando hacía lo que me pedía sin parar. Sólo paraba de correr cuando me desmayaba o él me lo pedía.

El asma se fue yendo cada vez que Hugo me daba un mejunge de color gris. Eso hacía que mis pulmones se convirtieran en los más sanos del mundo. También me regaló dos pares de lentillas y un montón de ropa nueva porque la antigua me iba ya grande.

Siempre cuando acabábamos las clases le daba recuerdos para su hermana, aunque cuando la nombraba se ponía algo nervioso. Tampoco me importaba mucho.

Pasaban los días y cada vez me cansaba menos, Hugo corría conmigo por el jardín exterior y hacíamos gimnasia juntos por lo que me alegraba saber que por fin estaba a su nivel. En clase de Lucha, ya empezamos a hacer combates. Gracias al entrenamiento con Hugo yo ya estaba en forma y tenia más fuerza. En Sistema Informático todo iba mejor también. Edvin me miraba y yo aproveché y empecé a entablar una conversación con él. Edvin era muy callado y solitario por lo que me costaba obtener respuestas. En verdad me caía bien.

Él me contó que había llegado nuevo no mucho antes que yo. Me sentía mal por jo haberlo sabido antes. Algunas veces me ayudaba sin que yo se lo pidiera y gracias a él aprendí mucho más rápido. Nunca en mi vida me había sentido tan completa. Por primera vez, era buena con mi cuerpo y mi mente.

Fui al baño a echarme una ducha después de todo mi día ajetreado. La única cosa que me tranquilizaba al máximo era una buena ducha caliente y duradera al final de mi día. Pasé la toalla alrededor de mi cuerpo  y una en mi cabeza para secar mi cabello. Fui hasta mi cama donde estaba mi ropa interior y me vestí. Caminé delante del espejo de tamaño grande y me paré en seco. Me giré sobre mis talones y me observé detenidamente.

Todo mi cuerpo había cambiado. No llevaba mis gafas de culto de botella, mi cuerpo era delgado y ligeramente musculoso. Gracias a esto, ahora tenia las curvas donde debían estar. Mi cabello era más largo y con los rizos marcados. ¡Ya no tenia ojeras! 

Parecía otra chica. Incluso la ropa interior me quedaba bien. Mi cara estaba más bonita porque ya no sufría bullying  y eso me hacía estar más feliz y se reflejaba perfectamente. Me sentí avergonzada igualmente. Esta chica no era yo. Me vestí rápidamente para tapar mi cuerpo justo cuando llamaron a la puerta.

☆ J. R. Third ☆

El código olvidado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora