Enredados en Mentiras

46 12 7
                                    

•• 9 ••

Cierro la puerta del baño y me apoyo en ella por un par de segundos, bajo la cabeza y me siento la basura más grande del jodido mundo. Suspiro y luego apoyo mis manos sobre el lavabo, dándome valor para enfrentarme al espejo; observo el derrotado reflejo frente a mí y un revoltijo de sentimientos comienzan a brotan. Después de lo de anoche con Angelina, en ningún momento se me pasó por la cabeza lo difícil que sería enfrentar a Sam a la cara. Sé que la he cagado, que la he cagado muy feo pero lo que anoche pasó en esa cueva..., no..., yo no lo cambio.

Después de siete años, el acercamiento que tuvimos, el impulso... ¡Mierda! Golpeo el espejo con la palma de mi mano.

Soy un maldito hipócrita.

El agua caliente comienza a salir junto con el vapor, me quito el pantalón y lo tiro al agua antes de entrar. El agua escurre por mi cuerpo y siento como los músculos, que antes habían estado tensos, poco a poco se comienzan a relajar. Bajo la mirada y piso el pantalón tanto como puedo, porque quiero borrar todo rastro que haya quedado del semen que Angelina logró hacer expulsar de mí tan solo con el movimiento de su mano durante la noche. Demonios. Doy un nuevo golpe en los azulejos de la muralla, frustrado. Todavía no logro creer que lo que acabamos de hacer hace apenas unas horas, no haya significado algo más para ella.

¡Joder!

¿Cómo puede ser eso posible?

La vi disfrutar de mí y luchar contra los demonios de su interior por tratar de contenerse, finalmente, estallando de pasión en mis manos. Sé que le costó trabajo pero si aceptó que mis manos volvieran a rozar su cuerpo después de tanto tiempo, probablemente, es porque algo, muy en el fondo, de mí sigue despierto en ella.

La amo.

Yo la sigo amando.

La sigo deseando.

El recuerdo de mi mano metida bajo su braga, acariciando la zona más sensible de su sexo, me tortura duramente. No puedo dejar de pensar en lo realmente mojada que estaba, haciendo que la parte más egocéntrica que existe en mí se asome al pensar que nadie, ni siquiera el patético Millar, la ha hecho correrse de la manera en la que yo lo hice anoche. Sus ojos estaban profundamente cerrados, sus labios entreabiertos y su espalda se arqueó cada vez que hundí mis dedos en ella. De verdad, lo que más espero, es que el recuerdo de la sensación de mis caricias en su cuerpo la torturen por mucho tiempo; cuando se duche, cuando Vincent la toque y hasta cuando le haga el amor mirándola a los ojos.

Deseo que piense en mí.

Deseo que me vea a mí.

Entro a la habitación y me encuentro con Sam sentada en la orilla de la cama y con mi teléfono móvil en sus manos. Frunzo el ceño de inmediato.

—¿Qué buscas?

Ella me ve directo a los ojos.

—Sé que ya lo dijeron abajo pero... necesito que seas honesto conmigo y me digas qué es lo que pasó realmente anoche en esa cueva con ella. —Pide y noto el brillo en su mirada.

Suspiro.

¿Qué puedo decirle? ¿Podría partirle el corazón? ¿Podría hacerle daño? ¿Podría ser honesto y decirle que lo que anoche pasó, fue lo más maravilloso que he sentido en años, sin importar el daño que eso le puede causar?

Los Malditos También AmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora