Marcas

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•• 16 ••

Mi mano se empuña al ver el par de enormes camiones de mudanza fuera del departamento en que vive Angelina junto a su marido. Alrededor de siete hombres son los que activamente entran y salen de la torre departamental, para cargar los muebles del joven matrimonio. No puedo creerlo. ¿Cómo fue que llegamos a este punto? Hace un poco más de una semana que había tenido a Angelina gimiendo y sudando bajo mi cuerpo, y, ahora, me encontraba viendo desde una considerada distancia como me sacaba de su vida. Otra vez.

Mi móvil vibra en la oscuridad de mi vehículo y le resto importancia cuando leo el nombre de Sam escrito en la pantalla. Tantos años que pasé junto a ella y nunca le dí un nombre que la hiciera resaltar del resto de mis contactos.

Alzo la mirada y veo a Vincent salir del edificio con el móvil en su oído. Sonríe y asiente al mismo tiempo que quita la alarma de seguridad de su vehículo, estacionado a las afueras de aquella torre. Habla con una seguridad envidiable y la aparente felicidad parece resaltar de su rostro. Luce como un sujeto completamente realizado; cuenta con un buen trabajo, estabilidad y una esposa perfecta. ¡Já! Ojalá todo eso fuera mucho más que solo apariencia. Es un imbécil que demuestra algo que no es. Patético.

De golpe se esfuman las críticas que mi mente le hacen al Millar al ver a aparecer a Angelina cargando un bolso de mano. Viste un ajustado vestido de cuello alto color gris, que le cubre un poco más abajo de la rodilla, encima lleva un delgado abrigo beige y unos zapatillas de plataforma color negras. Se ve tan hermosa. Espera a que Vins termine su llamada, mientras en silencio voltea a observar a los sujetos que ya sacuden sus manos y finalizan el trabajo al cerrar el enorme camión de mudanza.

Vincent Millar corta la llamada y luego de una amplia sonrisa, voltea hacia la gente que lo ve y espera nuevas instrucciones. Él intercambia unas palabras con el sujeto que parece ser el encargado y luego salen del lugar.

Angelina voltea a ver a Vincent y luego ve la torre frente a ellos. Él no le pone mucha atención. Tranza unas cuantas palabras con ella y ambos suben al vehículo que lleva rato encendido. Angelina se asegura el cinturón y parten. Se van. Ella se va.

Y me quedo ahí, observando como tremendo idiota.

El sol es jodidamente tedioso y lo único bueno es el tráfico, que por ser día domingo, se nota considerablemente disminuido.

—Hola Adam —saluda Sam al verme llegar al café que me citó—. Luces deplorable.

Asiento. Es lo único que puedo hacer al sentarme frente a ella. Estas últimas noches han sido difícil. Mi aspecto de verdad es deplorable.

—Vuelvo a casa —dice ella, tomándome por sorpresa.

—¿Cuándo? —finjo interés y ella lo nota al forzar una sonrisa.

—Mañana.

—Okay —apoyó los codos sobre la mesa y decido cubrir los ojos bajo las gafas de sol.

—El trabajo está estresante. Además Jeremy se la pasa en casa de su novio.

—Espera... ¿Novio? —ella asiente sin dejar de sonreír.

—Sí.

—Bien, genial. —Ambos sonreímos y poco a poco, nuestros rostros quedan serios.

Los Malditos También AmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora