Dulce Tormento

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•• 19 ••
Angelina Raynols

Observo como poco a poco el sol comienza a descender por el horizonte y deslizo el puño del delgado suéter negro que visto por mi mejilla, arrastrando una rebelde lágrima que al fin de cuentas no logré controlar. Termino de beber el trago de margarita que me han traído a la habitación del hotel y enciendo un cigarrillo; dejo que el humo viaje lentamente por mi garganta y, luego de unos segundos, escape por mis labios.

Cierro los ojos por un momento, para así disfrutar del dulce sonido que provocan las olas. Llevo un par de semanas en Hawaii, destino preciso para desconectarme del mundo y todos sus problemas. Sé que debo tomar decisiones. Lo sé bien.
Estos últimos días han resultado difíciles y... se me ha hecho imposible no recordar la última pelea que tuvimos con Vins. Finalmente y luego de su insistencia en reparar las cosas, decidí que lo mejor para nosotros era darnos un tiempo. Yo necesito meditar las cosas, y si bien Hawaii es un lugar lleno de naturalidad que me ha hecho sentir relajada, no he podido concentrarme en qué es lo que realmente quiero. Me siento confundida. Despedirme de Vincent hace unos días en el aeropuerto resultó ser más duro de lo que pensé.

—Demonios —Reclamo cuando unas náuseas me molestan el estómago. Respiro lentamente para poder controlarme.

He tratado de bloquear lo que pasó hace unas noches atrás con Vincent, pero me es imposible. Sus manos y su rostro siempre me terminan atormentando; él parecía ser otra persona. Cuando Vincent me lanzó a la cama y razgo mi ropa, en ese momento, en ese preciso momento... él dejó de ser el hombre que yo tanto admiraba y respetaba. Sé bien que mi error es enorme, pero nada justifica sus intenciones. Desde ese día lo comencé a ver con otros ojos, y temo mucho, que eso no cambie. Luego de mi grave desliz con Adam y el perdón que Vincent me dio, creí que estaba dispuesta a darle todo. Lo iba a cuidar, amar e incluso estaba totalmente dispuesta a hacer lo que él creyera conveniente para los dos. Cedí. Cedí ante todos sus pedidos; incluso estaba dispuesta a dejar que me embarazara. Estaba dispuesta a darle un hijo y formar una familia pero, no era la manera.

Observo el cigarrillo casi consumido por las cenizas y frunzo el ceño al ver una oscura silueta a una lejanía prudente. No conozco muy bien los alrededores, ni su gente, es por eso que me he limitado a estar en el hotel, su habitación y pequeña terraza. Termino por apagar el cigarrillo, desconfiada, entro a la habitación asegurando el amplio ventanal y bajando las persionas sin cerrarlas. Me dirijo al baño y antes de acostarme, veo el teléfono móvil una ultima vez.

Suspiro, esta vez, con un sabor amargo.

Se me dificulta tratar de pasar desapercibido lo que sucedió con Vins, pues el simple hecho de tener un nuevo móvil en las manos, me recuerda su violento comportamiento. Me recuerda a lo agresivo y malvado que se puede volver, detrás de esa faceta tan dulce que creí que tenía. Dejo el teléfono sobre la mesa de noche y me meto bajo las gruesas mantas. Decido apagar las luces de la habitación y cerrar los ojos para dejar de pensar, relajándome con el sonido de las olas del mar.

Muy temprano por la mañana salgo del cuarto de enfermería al haber tenido un fuerte dolor de estómago durante la noche, acompañado nuevamente de náuseas. Doblo en una de las esquinas del amplio corredor y el choque con alguien que aparece de imprevisto me hace perder el equilibrio levemente. Logro no caer gracias al firme agarre de mi distractor. Sonrío avergonzada con la intención de dar las gracias, y al levantar la cabeza, mi sonrisa se desvanece por completo al verlo.

—¿Estás bien?

—¿Qué haces aquí? —pregunto al soltarme rápidamente de su agarre.

Los Malditos También AmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora