Una Crueldad del Destino

60 9 7
                                    

•• 1 ••

Mi cabeza duele y todo da vueltas cuando comienzo a tomar conciencia de que ya es un nuevo día. Me apoyo en mis antebrazos, sobre la amplia cama en la que he pasado la noche, oigo algo de ruido a las afueras y siento que puedo respirar en paz. Regresé. Miro a los alrededores, aunque sigo un poco desconcertado y, luego, me vuelvo a tirar sobre el colchón al reconocer perfectamente la habitación en la que estoy. Cierro los ojos y medito la pesadilla que por tanto rato me mantuvo envuelto, y aún más cuestionable, mi desesperación al no querer despertar. Niego despacio al ser tan iluso por haber creído que todo estaba superado.

Suspiro con pesadez.

¿Qué demonios fue todo eso? ¿Qué hace el pasado queriendo volver después de tantos años?

Se supone que toda esa historia quedó archivada hace mucho tiempo en algún rincón de mi cabeza; en una zona negra llamada: olvido. Fue así y es así. Todo lo que estuvo relacionado a ella ya es parte del pasado. Así quedó el día en que decidí dejarla atrás, completamente, para intentar volver a iniciar y dejarla ser feliz de una vez por todas hace siete años.

Siete años.

¡Joder!

¡Ya han pasado siete años!

Boto aire de mis labios.

Cuando dejé la casa de Angelina esa tarde luego de hablar con Millar, salí del país, esperanzado en recibir alguna llamada de su parte, un mensaje, alguna señal... pero no fue así. Luego de nueve meses de espera y guardarle fidelidad, fue que decidí dejarla atrás. Desvíe mi viaje y cumplí con mi objetivo inicial, por supuesto, con un amargo sabor en la boca, un corazón hecho mierda y con ella, de algún modo, siempre presente atormentando mi cabeza. Por mucho tiempo pasé las noches de bar en bar y luché una y mil veces con los mil demonios que me incitaban a llamarla; quienes se apiadaban de mí y me dejaban hacerlo con tranquilidad cuando ya no era consciente. Cada vez que le marqué, borracho, me enlazaba a su buzón de voz. El primer año sin ella fue todo un infierno, hasta que por fin me dí totalmente por vencido. Comencé pasando días enteros encerrado en la habitación de algún hotel, bebiendo, drogándome y pasando las noches con algún cuerpo curvilíneo de turno. Apenas comía. Sentía que ya nada me importaba. Comencé a sentir que ni siquiera tenía las ganas suficientes para vivir.

Durante las noches, las pocas en las que me mantenía consciente, revisé cientos de veces su facebook, una y otra vez, para tener noticias de ella. Necesitaba saber cómo estaba. Qué estaría haciendo o si..., muy en el fondo, de vez en cuando ella seguía pensando en mí como yo lo hacía con ella.

Alguna pista.

Alguna esperanza.

Algo...

Pero siempre había nada.

Seguí mi viaje, extendiéndolo por otros cinco meses y cada vez comenzaba a sentirme más solo que nunca.

Aún así decidí no volver.

Después de casi dos años tomé la decisión de vender mi departamento, para demostrarle a ella, que ya no volvería, que cumpliría mi promesa y que ya no sabría de mí. Todo sería como si no me hubiera conocido, como si yo jamás hubiera existido en su vida. Sin embargo, cuando el alcohol me llenaba por completo, siempre me obligaba a reconocer lo mucho que quería volver; buscarla y pedirle una última oportunidad.

Los Malditos También AmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora