Un Frío Paseo

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Al salir de la iglesia observo a Gabe besar con ternura a su amada Rosie, casados legalmente ahora por todas las leyes. Mika va de la mano de la madre de Gabe, Charlie es cargado por el padre de él y el pequeño bebé es cargado con mucha protección por la madre de Rosie. El sol ya ha caído, todos nos subimos a nuestros autos y conducimos en filas, presionando las bocinas de nuestros autos en honor a los recién casados.

—Algún día esos podríamos ser tú y yo. —Dice Sammy al acariciar mi mejilla.

Yo sonrío y le guiño un ojo.

Nos estacionamos frente al elegante salón que Gabe y Rosie rentaron para festejar su matrimonio, acompañados por más de cien personas; entre amigos, colegas y familiares.

La pareja comienza a bailar el clásico vals de los novios y luego se integran a la pista los padres de ellos, y mis manos sudan cuando me dicen que debo bailar con Angelina por ser los padrinos. Suspiro al ver el desagrado en el rostro de Sam y, la verdad, yo no esperaba que esto pasara.

Angelina besa a Vincent y es ella quien se acerca a mí.

—Tus manos —dice y yo las pongo en su cintura.

La melodía sin letra musical cambia y todos continúan bailando, me acerco más a ella, aspirando el exquisito olor de su dulce perfume. Las últimas dos semanas las hemos pasado juntos, participando de las citas con los sacerdotes y los ensayos al matrimonio. Por un momento, sentí que todo lo que vivimos alguna vez y nos marcó en el pasado, se había desvanecido. En estos momentos mientras ella y yo bailamos, todo desaparece. Solo somos ella y yo.

Cuando el baile termina y todos aplauden, las manos de Angelina están tomando las mías. Mi corazón late con fuerzas y ella no deja de verme. El sonido de la regulación del micrófono del animador que Gabe y Rosie han contratado resuena por todos los parlantes, dañando todos los oídos de los que estamos ahí.

Angelina suelta mis manos, me sonríe y se aleja.



Cerca de las seis de la mañana abro los ojos al no sentir el cuerpo de Samantha a mi lado, me siento sobre el colchón y la observo en silencio en medio de la oscuridad, viendo hacia el amplio ventanal de la habitación. Su cabello está todo revuelto y viste únicamente una bata de seda. Toda nuestra ropa ha quedado regada en el suelo en cuanto cruzamos la puerta de la habitación hace unas horas. Noto su mirada perdida en el bosque que da con la parte trasera de la mansión, su mirada luce ida en la lejanía. Me acerco a ella en silencio y da un pequeño brinco cuando mis brazos la envuelven desde su espalda.

—¿En qué piensas? —pregunto y beso su mejilla.

Samantha suspira y apoya su nuca en mi hombro sin dejar de ver el cielo que amenaza con tomar claridad.

—Extraño que estemos en casa, ¿recuerdas? Tú en tu departamento y yo frente al tuyo.

Suspiro.

—Sé que prometí que esto sería solo una semana y luego apareció papá con todo esto de la constructora... Lo siento nena, sé que te fallé —le digo en serio.

Samantha voltea, me ve directamente a los ojos y luego acaricia mis mejillas entre sus manos.

—No tienes nada porqué disculparte, amor. Supongo que, muy en el fondo, yo sabía que algo así podría presentarse, es natural.

Beso sus labios.

—Quiero que sepas que mi intención nunca ha sido querer hacerte sentir mal. Eso jamás. Eres importante para mí.

Ella suspira.

—Yo mañana debo volver.

—¿Por qué? —frunzo el ceño.

Los Malditos También AmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora