La Que Ella Es

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Durante todo este tiempo, desde que Samantha se presentó y contó sobre su embarazo, puedo jurar que jamás tuve mis dudas; estaba seguro que el bebé que ella esperaba no era mío. Podía haber apostado todo lo que tenía, pero la última vez que Angelina habló conmigo, y pidió honestidad, logró hacerme reflexionar. Fui realmente consciente de las posibilidades que existían de que la hija de Samantha también fuese mía. Por un largo tiempo me cerré a la idea de ser padre, y no quise aceptarlo. El solo hecho de pensar que el bebé de Sam podría ser mío, me hacía sentir un extraño sentimiento de pérdida. Temía perder a Angelina, porque mis dudas más grandes, eran acerca de que si ella finalmente podría ser capaz de lidiar con todo lo que se nos vendría encima.

Cuando fui al laboratorio a retirar los resultados del examen de ADN, y estuve a punto de abrirlo, mi mano tembló y mi mente me jugó una mala pasada. Durante la última semana mi rutina había sido vivir prácticamente en el hospital, ver a Ángela, pasar tiempo con ella y ayudar a Sam en lo que sea que necesitaran. Por un lado quería estar con Angelina, pero por otro, también debía ser honesto y admitir que esa pequeña había cautivado una parte de mi corazón. Me hacía sentir cierta necesidad de querer tenerla cerca.

Habían noches en las que pensaba de manera positiva, que si Ángela resultaba ser mi hija, Samantha me la podría pasar los fines de semana, y junto a Angelina nos encargaríamos de sus cuidados. Nos iríamos de vacaciones y todo sería perfecto... Pero era una lástima que solo yo viviera en las nubes. Porque cuando Angelina leyó el resultado, tuve una fría oleada de sentimientos. No sabía cómo reaccionar, mucho menos qué decir. Vi a Angelina y note su mirada humedecida.

Me vio, fingió una sonrisa y simplemente dijo: "felicitaciones, eres papá".

Hizo su mayor esfuerzo y aún así note el nudo de su voz. Dejé que se fuera, ella necesitaba tiempo para asimilar nuestra nueva realidad. Solo me quedaba esperar.
Me eché en el sofá y solo deseé que esto no arruinara lo que ya teníamos y tanto nos había costado conseguir, porque ahora, sinceramente, no sabría qué hacer para poder retenerla a mi lado. Y embarazarla ya no era una opción, me lo había dejado claro al retomar nuevamente sus anticonceptivos.

Cerca de las diez de la noche, Angelina llegó. La había estado llamando pero ella nunca me contestó. También llamé a Rosie, a Tammy y hasta a su madre, que gracias a Dios nunca era grosera conmigo, pese a la última pelea que habíamos tenido con su hija.

—¿Dónde estabas? Me tenías preocupado. Te estuve llamando. —Dije al acercarme y darle un beso en la frente primero, precisamente, en esa marca que yacía en su piel.

—Por ahí. —Contestó simplemente.

Su beso fue frío y su actitud seca. Avanzó hasta la sala, se quitó su chaqueta y me vio.

—Iré a la habitación, estoy cansada.

—Pero necesitamos hablar.

—Por ahora no, Adam.

—¿Cuándo entonces?

Ella se encogió de hombros.

—Por ahora no.

—Pero cariño-

—Dije que no. —Repitió firme y subió las escaleras.

Cuando finalmente Angelina desapareció de mi vista, me frustre. No sabía cómo mierda debía actuar y sentirla distante comenzaba a desesperarme. Sabía que debía ser paciente y cuidadoso, pero el temor a perderla siempre estaba ahí, haciéndome sentir amenazado.

Salí a la terraza y encendí un cigarrillo.

Más tarde, subí a la habitación y me encontré con todo a oscuras. Solamente entraba la luz natural de la noche al estar las cortinas abiertas. Me quité la ropa y entré a la cama. Me pegué a su cuerpo y disfrute de su calor. Olí su cabello y desperté mi instinto de dominio cuando la tenía cerca. La volteo y me monto sobre ella, besando su cuello y masajeo lentamente uno de sus rosados pezones.

Los Malditos También AmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora