Lo Que Ella Se Llevó

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•• 21 ••
Vincent Millar

Me quito los anteojos al hacerle una seña a uno de los taxistas que esperan a las afueras del aeropuerto. Un Moreno hombre se baja de su auto y al soltar la manija de mi maleta para que el robusto hombre la cargue, soy consciente de lo nervioso que estoy al notar mi sudor en ella. Subo al taxi y le doy las indicaciones de ubicación. Respiro para intentar calmarme. Estos últimos cinco meses han sido duros y muy dolorosos, pero creo que estoy preparado para volver a verla. Para volver a ver a mi esposa.

«Exesposa». Me corrige la cabeza.

Salgo del elevador y camino lentamente hasta el departamento, mi mano es débil al introducir la llave en la cerradura. Cuando la puerta se abre, los recuerdos me golpean. Avanzo lentamente mientras un vacío se instala en mí. Tantos años que vivimos aquí con Angie, y ahora está totalmente vacío, al igual que yo. Tomo asiento en la orilla de la cama. Suspiro y me dejo caer en ella. Son las once de la mañana y a la una me juntaré con Angelina en un restaurante para almorzar. Sería un mentiroso al decir que no tengo los pelos de puntas.

Una vez que he llegado al restaurante tomo asiento en la mesa que reservé hace un par de días antes de viajar. Miro a los alrededores. Es extraño volver aquí después de siete meses. Observo la hora en mi reloj. Angelina ya lleva quince minutos de retraso. La joven garzona se acerca para entregarme la carta. Cuando la chica se aleja, mi atención es atraída por la curviliana mujer que habla con uno de los trabajadores, le señala mi mesa y ella emprende camino. Está hermosa. Qué más podría decir.

—Ho-hola Vincent —saluda y noto su nerviosismo.

Me pongo de pie y recibo su beso en la mejilla.

—Hola —le entrego la carta y ambos la leemos en silencio.

Esto es incómodo.

La chica se va con nuestros pedidos y en menos de diez minutos está devuelta con los platos. Durante todo el tiempo de espera ambos permanecimos en silencio.

—Esta delicioso —dice ella al dar una probada a su plato y yo solo asiento.

Nos juntaríamos a aclarar nuestros temas pendientes para poder cerrar nuestro ciclo, cerrar las heridas y finalmente dar vuelta la página, pero la verdad de las cosas, es que ni uno de los dos tiene idea de cómo comenzar esta conversación.

—¿Quieres agua, un trago, gaseosa? —ofrezco.

—Agua. —Responde y yo asiento frunciendo el ceño. Sé que Angelina es bastante mala para beber agua; siempre prefirió la gaseosa.

Nos quedamos viendo cuando nuestros dedos se rozan luego de que ella recibe la copa, y se atreve a iniciar la conversación.

—¿Cómo has estado? —pregunta al beber un poco de agua.

Esto es tenso.

—He estado mejor. —Sonrío con ironía.

Angelina baja la mirada y comienza a distraerse con las distintas personas que están a nuestro alrededor. Yo la observo en silencio. Está hermosa y luce más delgada de lo que recuerdo. Nota que la veo, y en un acto de nerviosismo, pone uno de sus mechones tras su oreja, exhibiendo parte de la piel de su cuello. Logro ver que, cerca de su oreja, hay una marca roja. Es reciente. Tal vez, de anoche, mientras ese animal la follaba duro hasta saciarse de ella por completo. Bebo un poco de agua y luego seco mis labios.

—Te sigue marcando como si fueras un animal. —Suelto y niego con una sonrisa forzada.

Ella frunce el ceño y yo solo le señalo con un gesto.

Los Malditos También AmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora