capítulo 1

1.1K 29 4
                                    

Las parpadeantes luces de discoteca
iluminaban un mar de rostros y cuerpos
en movimiento. El resonante ritmo de la
música trance procedente de los
altavoces hacía vibrar el aire del salón.
A las once de la noche, la temperatura
en el interior del edificio era agobiante,
a pesar de que era tarde y las ventanas
estaban abiertas.
Junto a la pista de baile, Julia Kandolf examinaba la multitud al ritmo de la música. No encontraba a sus amigos.
¿Adónde había ido Gaby? ¿Y dónde
estaba Axel?
—Hola, Julia. —La sobresaltó una voz conocida.
A Julia se le aceleró el corazón y se
dio media vuelta para posar la vista en el chico que estaba tras ella, Michael.
La joven no pudo evitar entornar los
ojos con timidez ante el inconfundible descaro de su sonrisa.
—Llevas un vestido precioso —
prosiguió al no recibir respuesta de
Julia, quien lo miraba fijamente,
boquiabierta, y señaló el disfraz
medieval que había alquilado para la
ocasión.
Julia tragó saliva; los nervios le
habían secado la boca.
—Tu disfraz también mola mucho —
respondió al fin, recorriendo con la
mirada su cuerpo, de arriba abajo.
Llevaba un disfraz de Napoleón que le sentaba de miedo.
—¿Te apetece bailar? —Dejó el vaso
de cerveza en una mesa y le tendió la mano cortésmente.
—Claro —tartamudeó; le había dado
un vuelco el corazón. Cruzaron juntos la muchedumbre que abarrotaba la sala y Julia vio por el rabillo del ojo a Gaby, quien, al otro lado de la pista, asentía y levantaba el pulgar en un gesto de aprobación antes de quitarse los colmillos de plástico para engullir galletitas saladas de la mesa. Julia se rio nerviosa y siguió a Michael, que la llevaba de la mano hasta la pista de baile.
—¿No te parece raro que acabemos ya  
el instituto? —La miró pensativo—.
Llevamos toda la vida aquí, hemos
crecido en este instituto y ahora estamos celebrando nuestra graduación.
Julia sintió cómo Michael le rodeaba
la cintura con sus brazos y le posaba una mano en la parte inferior de la espalda para atraerla hacia él.
—Pues sí. —Se ruborizó—. Es genial
que todos hayamos aprobado, pero
ahora iremos a universidades distintas y me da pena. Puede que no volvamos a vernos.
—Bueno, nunca se sabe —comentó
Michael, despreocupado—. No te
olvides de las maravillosas reuniones de antiguos alumnos que se suelen
organizar.
—Sí, supongo que tienes razón. —
Julia le miró, mordiéndose el labio—.
Aunque no me importaría volver a verte
—susurró de forma casi inaudible.
Mierda. ¿Lo había dicho en voz alta,
o, al menos, todo lo alta que le permitía su timidez? Lo miró, insegura, y fue Testigo de la sorpresa en su rostro.
—¿A mí? —preguntó, aferrándole la
mano aún más fuerte—. ¿Por qué?
Tragó saliva para hacer desaparecer
el nudo que se le había formado en la garganta. El corazón le latía a toda velocidad, a pesar del discurso de motivación que había pronunciado Gaby y de las tres copas de vino que se había
bebido durante la fiesta.
—Pues... —titubeó, con la voz quebrada. En la oscuridad de la sala,
vio surgir una sonrisa de los labios de Michael; esa sonrisa tan familiar,
sarcástica, incluso burlona, que la había cohibido en su presencia durante los últimos dos años y que incluso la había perseguido en sueños.
Michael agachó la cabeza para acercar su rostro al de
Julia.
—Te entiendo. Yo tampoco quiero
perderte de vista esta noche —masculló
mientras le recorría el brazo con los
dedos hasta llegar al cuello, cuya
sensible piel acarició.
A Julia se le cortó la respiración a
medida que Michael se acercaba más y más a ella hasta besarla en los labios de forma seductora. La apretó contra su pecho, se inclinó y volvió a besarla, esta vez de manera aún más intensa.
Julia no se creía lo que estaba
sucediendo: ¡la estaba besando! ¡La
estaba besando de verdad! No era un
sueño: Michael la tenía entre sus brazos.
Se fundieron en un solo ser. Cuando,
al fin, Michael la soltó y le preguntó si quería otra copa, la joven se estremeció de emoción. Con una sonrisa exultante,
se situó junto a la pista y buscó entre la multitud a Gaby, su mejor amiga, quien la saludaba desde el otro lado de la pista, esta vez con los dos pulgares levantados. A Julia no se le borraba la sonrisa tonta de la cara.
Cuando Michael regresó con una
cerveza en cada mano, el corazón ya no le latía a tanta velocidad, por lo que ya no le temblaban las manos y pudo, rápidamente, apuntarle su número de teléfono en la Blackberry.

El Chico Del Bosque Donde viven las historias. Descúbrelo ahora