—. El bajista guapo viene directo hacia
nosotros.
Julia se dio la vuelta para observar
cómo el chico alto de la cresta se bajaba
del escenario y se abría paso hacia
ellos.
—Me muero de sed —se quejó Axel.
—Tranquilo, sé hacer el boca a boca.
Tú espera.
El bajista parecía atravesar la multitud
como si se tratara de un mar de cuerpos
abriéndose al paso de un hombre con
una misión. En ningún momento dejó de
mirar a Florian, que empezaba a
parecerse a un tomate infartado y a quien
Julia casi oyó tragar saliva cuando el
atractivo músico se paró frente a él.
—Hola —dijo el bajista con una voz suave pero decidida—. ¿Vienes por aquí
a menudo?
Florian parpadeó: se había quedado
mudo. Axel se estremeció ante aquella
carta de presentación, pero acudió en
ayuda de Florian, le agarró del hombro y
respondió por él:
—Sí, mucho. De hecho, creo que a
partir de ahora vendrá todas las
semanas.
—Qué bien. —El bajista le dedicó a
Florian una sonrisa indolente.
—¿Quieres...? ¿Quieres tomar algo?
—logró articular al fin Florian.
—Claro, no le haría ascos a una
cerveza —asintió el roquero mientras
tendía la mano—. Por cierto, me llamo
Moritz.
Florian se la estrechó.
—Florian. Pues ahora mismo te traigo
esa cerveza —balbuceó.
—Ahora bien que te das prisa —dijo
Axel con indignación mientras ambos se
dirigían a la barra y Moritz se quedaba
con las tres chicas. Julia sonrió y miró a
Tamara y a Gaby con un gesto de
sorpresa.
—Vuestro grupo es genial —comentó
Gaby para iniciar una conversación—.
¿Vais a dar más conciertos?
—Eso espero. Ya veremos cómo va
este. Si queréis que volvamos, decídselo
al propietario y así nos vuelve a
contratar.
—¿De dónde eres? —preguntó Julia
con curiosidad. Moritz hablaba un alemán neutro, sin acento austriaco, pero
en su voz percibía un extraño matiz.
—Mi padre es inglés y de niño viví en
Londres. A los diez años nos mudamos a
Colonia durante algún tiempo y ahora
vivimos aquí.
—¿En Londres? —dijo Tamara—.
Qué gracia, el mes que viene nos vamos
allí de viaje. Podrías recomendarnos
algunos lugares.
Axel regresó en cuestión de segundos
acompañado de Florian, que hacía
equilibrismos con una bandeja en la que
llevaba dos cervezas y un refresco. Julia
miró a Axel con incredulidad.
—¿Se ha cargado al resto de gente de
la cola o qué? Menuda rapidez.
—Resulta que Florian es un hacha saltándose las colas cuando le hace
falta.
Mientras tanto, Moritz hablaba
entusiasmado con los demás acerca de
los mejores albergues del centro de
Londres. Antes de que Moritz regresara
al escenario, Florian consiguió su
número de teléfono.
—No me puedo creer que me esté
pasando esto —dijo entusiasmado
mientras miraba de forma provocativa la
musculosa espalda de Moritz, quien
desaparecía lentamente entre el público
—. Yo le miré, él me miró, cruzamos las
miradas y ¡ya está!
—¿No deberías tranquilizarte un
poco? —Julia intentó calmarlo—. Aún
ni siquiera lo conoces.
—Aún no, pero pronto lo haré.
Mañana a primera hora me voy a
recargar el móvil con saldo para los
próximos cien años.
De pronto, Julia sintió un fuerte ataque
de celos. No comprendía por qué a
Florian todo le resultaba tan sencillo ni
cómo había tenido la fortuna de conocer
tan fácilmente a un chico atractivo al que
gustaba de verdad.
El resto del concierto pasó como un
vago recuerdo. Cuando el público se
amontonó a la salida una vez finalizado
el espectáculo, Julia se dirigió a Moritz,
Florian y Gaby, que estaban fumando en
la calle.
—Me voy a casa —anunció—. Estoy
reventada.
—Vale —Gaby le acarició la cabeza
con dulzura—. ¿Al menos te lo has
pasado bien?
—Sí, la música era genial. Y no lo
digo porque esté Moritz delante. —
Sonrió a la nueva conquista de Florian,
quien le devolvió la sonrisa.
—¿Quieres mi MP3? —Gaby se sacó
el aparato del bolsillo—. Así puedes
seguir escuchándola de camino a casa,
pero a cambio tienes que prestarme el
tuyo.
—¿Y no vas a echarte a llorar por
tener que despedirte de tu siniestra
música rock y gótica? —preguntó Axel
con una mueca burlona.
Gaby lo negó:
—No, me gusta Enya. Además, no quiero volver a estar hecha una mierda
por haberme estropeado el lápiz de ojos.
—Mientras no huelas a mierda...
—¡Cállate! —Gaby empujó a Axel.
Julia se despidió de todos y se subió
al primer autobús que pasó junto al bar.
Nada más entrar, sobre el techo del
vehículo comenzaron a tamborilear las
primeras gotas de lluvia de una
sofocante tormenta de verano.
El martes y el miércoles siguió
lloviendo sin descanso. La ciudad de
Salzburgo se vio tomada por largos
chubascos de verano que, en cambio, no
aliviaban en absoluto el agobiante calor.
Tras la lluvia, las altas temperaturas
eran incluso más sofocantes y entre la
cima de las montañas flotaban volutas de nubes como niebla misteriosa
procedente de otro mundo.
Julia olía el aire del jardín. Quería
salir a correr por el bosque, pero seguía
haciendo mucho calor. Lo cierto es que
prefería correr bajo la lluvia y estaba
esperándola.
—¿Estás mirando las nubes? —
preguntó Anne, quien apareció de
repente a su lado con el libro de cuentos
bajo el brazo.
—No, las estoy llamando. Quiero que
llueva para salir a correr.
Anne se sentó en el banco bajo el
toldo.
—Sabine y yo hemos estado pensando
en nuestra casa del árbol. Mira,
queremos que se parezca a esta —señaló el dibujo de un palacio en un
árbol que pertenecía a las hadas del
cuento.
—Hala, qué proyecto tan ambicioso.
¿Vais a poder con él?
—Ya lo verás, hermanita. Te vas a
quedar boquiabierta. Además, Thorsten
nos ha dicho que nos va a ayudar. Ya
sabes, el hermano de Sabine.
—Ah, ya, el chico ese que te gusta.
Anne bufó:
—A mí no me gusta. Pensaba que
podía ser tu tipo.
En ese momento, apareció Axel desde
el interior de la casa. Había llegado en
su viejo ciclomotor para comer con
ellas y coger unos libros.
—Me voy. Por cierto, Jules, ¿aún no has tenido esa entrevista de trabajo en
Höllrigl?
—Mañana por la tarde. Los llamé
ayer, pero el jefe no se pasa por allí
hasta mañana.
—Pues acuérdate de comentarme lo de
los descuentos para empleados. Me
pasaré a recogerlos cuando estés tú en la
caja. Las ratas de biblioteca siempre
tenemos hambre.
—Y las ratas de alcantarilla también
—añadió Anne, abstraída en el libro.
Axel se contuvo la risa.
—Eres como una pequeña
enciclopedia. —Le sonrió con orgullo
—. Ven, ¿quieres que te lea un cuento?
—Se sentó junto a Anne en el banco.
Mientras Anne volvía a escuchar El príncipe de los árboles una vez más,
Julia entró en casa para ponerse la ropa
de deporte y coger el iPod de Gaby.
Cuando volvió a salir, estaba lloviendo,
tal y como ella deseaba. En el cielo se
reunían nubes negras de tormenta.
Axel puso mala cara al arrancar el
ciclomotor y ponerse el casco.
—Espero que mejore —dijo mirando
al cielo.
—No podría ser mejor. —Julia se
despidió de él antes de salir corriendo
con los auriculares puestos. Al final de
la calle, bajó el ritmo y llegó al bosque.
Los árboles azotados por el viento
silbaban y dejaban caer gotas de lluvia
en su cabeza. Aún no llovía mucho, pero
el sonido de las gotas al golpear la copa de los árboles le hacía estremecerse de
placer. Se dirigió a su roble especial y
se sentó, apoyada en él, durante un
minuto. Estiró los gemelos y miró
fijamente las ramas que serpenteaban
hacia el cielo, buscando la luz, huyendo
de la siempre presente gravedad de la
tierra. El follaje de los árboles impedía
que se mojara.
Julia dejó de escuchar a Nina Hagen
en el reproductor de MP3 que le había
prestado su amiga, cerró los ojos y
apoyó la cabeza contra el roble. De
cuando en cuando, oía el estruendo de un
trueno en la distancia, tan lejano que
casi no se percibía.
Cuando la lluvia empezó a caer con
mayor intensidad, Julia se puso en pie y regreso corriendo al camino en
dirección a Eichet: quería visitar a su
abuela por sorpresa y tomarse un té con
ella. Veinte minutos después, llegó al
final del bosque y recorrió la carretera
de asfalto a un ritmo cómodo. Durante el
trayecto, la lluvia le había empapado la
ropa, pero no le importaba, pues la
temperatura seguía siendo agradable.
Julia corrió hasta la puerta principal
de la casa de su abuela y llamó al timbre
con el dedo mojado y resbaladizo. En el
hogar resonó la Serenata n.º 13 de
Mozart. Julia se cobijó de la lluvia bajo
el toldo y se escurrió el pelo mojado.
—¿Hola? —gritó por la ventana de la
cocina, que estaba entreabierta—.
Abuela, ¿estás en casa? Nada. Julia observó a través del cristal traslúcido de la puerta delantera y pudo distinguir la silueta de un paragüero vacío en el vestíbulo. Al parecer, su abuela también se había arriesgado a salir a la calle a pesar de la lluvia. Era posible que se hubiera ido
hacía tan solo unos minutos.
Julia, decepcionada, se dio la vuelta y
abandonó el jardín. Entonces, al final de
la calle, reconoció a Sabine, que
caminaba hacia ella flanqueada por un
chico alto de unos veinte años con un
paraguas rojo. Julia los saludó y los
esperó bajo la lluvia.
—Hola, Julia —dijo Sabine con
alegría—. ¿No te has traído un
paraguas?Julia se rio.
—¿Para correr? No es muy buena
idea. —Sus ojos se trasladaron al chico
que acompañaba a Sabine, quien la
observaba con una leve sonrisa. Se
cruzaron miradas y él le tendió la mano.
—Thorsten Ebner —se presentó—, el
hermano de Sabine.
—Encantada. Yo soy Julia Kandolf, la
hermana de Anne. —Le devolvió la
sonrisa. El joven tenía los ojos azules y
alegres y una sonrisa cautivadora, y bajo
la capucha del chubasquero se asomaban
los bucles de su cabello negro.
—Debes de ser muy deportista para
salir a correr con la que está cayendo —
comentó.
—Tampoco es para tanto —respondió Julia en el momento exacto en que un
relámpago azul partía el cielo en dos y
tronaba justo encima de ellos. Segundos
después, las nubes parecieron explotar y
comenzó a diluviar como una cortina
impenetrable sobre su cabeza empapada.
—¿Qué...? —Miró con odio hacia las
nubes. Thorsten se echó a reír y Julia
optó por reprocharle en tono jocoso—:
Es todo culpa tuya. No deberías haber
dicho «la que está cayendo». Ahí es
donde empezó a ir todo a peor.
—¿De verdad me estás echando la
culpa? No es la mejor forma de hacer
amigos. ¿Sabes qué? No pienso decir en
ningún momento la palabra «sol». —
Sonrió con picardía.
—Thor, ¿podemos ir a la parada de autobús? —preguntó Sabine de forma
lastimera mientras tiraba de la manga de
su hermano con los puños bien
apretados—. Tengo miedo de las
tormentas.
—Claro —dijo Thorsten con una
sonrisa tranquilizadora y miró a Julia—.
No creo que decir «sol» haya ayudado
mucho. ¿Quieres un hueco bajo el
paraguas?
Julia negó con la cabeza.
—Me volveré corriendo. Bajo los
árboles no me puede pasar nada. ¡Hasta
luego!
—¿Estás segura? —Thorsten parecía
confuso.
—Sí, claro. No te preocupes. —Se dio
media vuelta y empezó a correr en dirección al bosque, acompañada del
molesto sonido de los calcetines
mojados en las zapatillas. Pasó junto a
la parada de autobús y dudó por un
momento, pero decidió continuar a pie.
Además, no se había traído el abono de
transporte y no le apetecía pedir
prestado dinero a un chico al que
acababa de conocer hacía tan solo un
minuto, por no mencionar el sentarse
junto a él empapada y desaliñada.
Cuando llegó al bosque, la sonrisa
regresó a su rostro. Por una vez, Anne
tenía razón: Thorsten era muy mono. Por
eso Julia quería causarle buena
impresión a ese nuevo vecino cuya
presencia tanto la había animado.
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El Chico Del Bosque
Dla nastolatkówJulia lleva años enamorada de Michael, el chico más guapo del instituto, y se siente la persona más afortunada del mundo cuando al fin se besan durante el baile de graduación. Sin embargo, su sueño no dura mucho: tras varias citas, Michael la deja p...