—Gracias, Gab. Es un gran alivio.
Tenía miedo de volver a sacar el tema
porque no quería que te volviera a dar el yuyu de antes.
—Ya veo. —Gaby esbozó una pícara
sonrisa—. A veces puedo intimidar.
En ese momento, sonó el timbre y
Gaby le dio un suave empujón a Julia.
—En el umbral tienes el segundo
plato.
Julia se rio y se dirigió a la puerta. Al
abrirla, se topó con los ojos azul
brillante de Michael y tragó saliva.
Estaba cañón. Había sido tonta por no
fijarse más en él: estaba bueno,
interesado en ella, soltero y vivía justo
enfrente. Si Dios existía, seguro que se
estaba dando de cabezazos contra la
pared, frustrado por su indecisión.
—Hola, me alegro de verte —lo
saludó, algo nerviosa—. Ya ha llegado Gaby, mi mejor amiga.
Gaby apareció en el vestíbulo y se
presentó. Los tres entraron en la cocina
y no tardaron en empezar a hablar sobre
el instituto, las vacaciones y la
universidad.
—Voy a empezar segundo de
Sociología aquí en la Universidad de
Salzburgo —les contó Thorsten—. Hice
primero en Graz, pero, por suerte, no ha
habido problemas con el traslado de
expediente.
Julia se quedó helada durante unos
segundos nada más oír el nombre de la
ciudad a la que Michael se mudaría al
acabar el verano. Era demasiado bueno
como para ser cierto: Michael se iba de
Salzburgo, pero había llegado Thorsten para ocupar su lugar. Era casi como un
cambio de guardia.
—Sociología parece interesante —
masculló Gaby con un trozo de patata en
la boca—. Yo me lo planteé, pero al
final me decidí por Psicología.
—Como Axel —dijo Anne con aire
despreocupado. Ya había terminado de
cenar y estaba coloreando un dibujo de
un unicornio, tan concentrada que entre
sus labios se asomaba la lengua.
Julia miró a Gaby por el rabillo del
ojo y fue testigo de cómo su amiga se
ruborizaba.
—Sí, no podemos separarnos el uno
del otro. —Gaby se llevó la mano al
corazón en un gesto jocoso y, a
continuación, quiso darle un trago tan grande al refresco que casi se acaba
atragantando—. Por cierto, ¿a qué hora
nos vamos?
Julia se rio con disimulo.
—¿A las ocho y media? —sugirió
mientras sacudía la cabeza de forma casi
imperceptible. ¿Cómo se le podía haber
escapado lo que había entre su primo y
su mejor amiga? De repente, todo estaba
clarísimo. Pero ya tendría tiempo para
interrogar a Gaby.
Después de la cena, Julia y Gaby
subieron a cambiarse y a maquillarse,
mientras que Anne secuestró a Thorsten
y se lo llevó al salón para que viera
Robin Hood con ella.
—Están buscando la inspiración para
su casa del árbol —explicó Julia frente al tocador—. Thorsten está ayudando a
Sabine y a Anne a construir una en el
bosque.
—¿En serio? Hala, es tan increíble
que se merece una capa con una «T»
gigante bordada. Trata a Anne como si
fuera su hermano mayor. —Gaby le
guiñó el ojo.
—Sí, bueno, para ya. Pareces un
anuncio de Thorsten. No estoy ciega; ya
veo que mi vecinito es un partidazo.
—Pues si no lo quieres tú, puede que
llegue yo y te lo robe.
—Ni hablar. Tú... —Julia se frenó a
mitad de frase. Era evidente que Gaby
estaba interesada en Axel, pero se
suponía que ella no debía saberlo.
Gaby parpadeó como un ciervo a punto de ser atropellado.
—¿Yo qué?
Julia dejó la máscara de pestañas en el
tocador.
—Nada, déjalo.
Su amiga se puso los brazos en jarras
y ladeó la cabeza.
—Eh, eh, no tan deprisa. ¿Qué ibas a
decir?
—Que Thorsten no es tu tipo —
masculló Julia—. Espero.
—¡Ja! ¿Te crees que tanta máscara de
pestañas me impide ver o qué? Incluso
un murciélago ciego vería que es
guapísimo —se mofó Gaby y se dirigió
al gran espejo del rincón.
Julia lanzó un suspiro: tendría que
esperar a que fuera Gaby quien sacara el tema de Axel.
Aquella noche, Julia les habló con
entusiasmo a sus amigos acerca de su
nuevo empleo y se saltó la parte en la
que Michael también trabajaba allí; en
su lugar, se centró en las ventajas del
puesto y en sus nuevos compañeros.
—De hecho, una de las chicas me ha
invitado a su fiesta de cumpleaños. —
Sonrió—. Todos son muy majos y
simpáticos.
—Ojalá fuera igual en el centro de
equitación —refunfuñó Gaby—. Tamara
y yo tenemos unas ganas tremendas de
matar a esos cabezas huecas, que no
dejan de extasiarse con todo lo que tiene
que ver con los caballos y los ponis.
Axel se echó a reír.
—¿Y por qué no hacéis vosotras lo
mismo?
—Eh... no.
—Pero os gustan los caballos, ¿no?
Gaby dejó escapar un largo suspiro.
—Hay una diferencia, Efecto Axe, una
clara distinción entre ellos y yo. Te
puede gustar montar a caballo como
deporte, porque mola; o puedes vivir en
un sueño azucarado en el que los
caballos son tus mejores amigos, te
comunicas con ellos por telepatía,
sigues teniendo pósteres de Mi pequeño
poni en tu habitación y sueñas en secreto
con que aparezca en tu vida un caballero
galopando en un corcel blanco.
Florian le dio un codazo a su amigo en
las costillas.
—Olvídate de alquilar ese caballo
blanco, tío. —Sonrió—. Cree que es una
chorrada.
En el silencio posterior, Gaby y Axel
se pusieron rojos como tomates.
—¿Quién quiere otra copa? —Tamara
rompió el hielo en un intento de acabar
con la tensión que se palpaba en el
ambiente.
—Yo —respondió Thorsten, ajeno a
la metedura de pata de Florian. Se
levantó de la silla—. Espera, que te
ayudo. ¿Quieres otra? —le preguntó a
Julia.
—Sí, claro. Yo quiero una cerveza de
trigo pequeña —respondió con rapidez.
Cuando Thorsten y Tamara se alejaron
lo bastante como para no poder oírlos, Florian comenzó a reírse y le dio un
pícaro codazo a Julia.
—Bueno, Julio César, creo que
tenemos a un buen candidato. Tu vecino
es monísimo y le gustas un montón.
¡Buen trabajo!
—¿Qué trabajo? Si aún no he hecho
nada...
—Bueno, le has pedido salir, ¿no?
—Sí, eso es verdad. —Julia le puso
un brazo sobre los hombros a Gaby—.
Gaby me ha dicho que actúe. Tiene buen
ojo para los candidatos. Por cierto,
antes de venir cenamos en casa.
Axel, Florian y Moritz siguieron
parloteando y Julia sintió cómo Gaby
relajaba los hombros poco a poco. Era
increíble lo bocazas que podía llegar a ser Florian. ¿Le había confesado Axel a
Florian que le gustaba Gaby o
simplemente su amigo lo había
averiguado? De cualquier modo, Julia
esperaba que no se hubiera cortado de
raíz lo que había entre ellos.
Por suerte, nadie más volvió a
nombrar a Gaby y a Axel en la misma
frase desde ese momento. Axel hablaba
sobre todo con el resto de los chicos,
mientras que Gaby se escondía detrás de
su hermana y Julia. Axel no se volvió a
acercar a Gaby hasta que cerró el bar y
se levantaron para volver a casa; se
dirigió a ella y le puso una mano en el
hombro.
—¿Quieres que te lleve a casa? —
preguntó con media sonrisa. Gaby abrió los ojos como platos.
—Pues, eh... He venido en autobús,
así que...
—Yo he venido en moto.
—Pero le prometí a Tamara que
volveríamos juntas a casa.
—En realidad, yo todavía no me
vuelvo —soltó de sopetón Tamara a su
lado—. Acabo de escribir a Anna y a
Gretchen y nos vamos juntas a la nueva
discoteca. Hace tiempo que no las veo.
Gaby deseaba estrangular a Tamara
con la mirada allí mismo.
—Ah, vale. —Se giró hacia Axel de
nuevo y se mordió el labio, nerviosa—.
Pues... bueno.
Axel no dijo nada; simplemente,
esbozó una sonrisa aún más grande y corrió en busca de su ciclomotor.
Julia había escuchado la conversación
al completo con una sonrisa traviesa.
—Y bien —dijo—, ¿te veo mañana en
la fiesta de Silke?
Gaby asintió, aún ruborizada.
—Sí, me paso por tu casa a las cinco.
Así que ¿te vuelves con Thorsten?
Entonces fue Julia a quien le tocó
sonrojarse.
—Eso parece. Cogemos el mismo
autobús.
En ese momento, llegó Axel y aparcó
el ciclomotor en la acera junto al bar.
Miró a Gaby con expectación.
—¿Lista?
—Lista, Calixta.
Julia observó cómo Gaby se subía a la moto de Axel y le rodeaba la cintura con
los brazos con mucho cuidado, como si
temiera partirlo en dos. Se despidió de
los demás y bajó la calle hacia la parada
del autobús acompañada de Thorsten.
—Me lo he pasado genial hoy —dijo
—. Gracias por invitarme.
—De nada. Sé lo difícil que es hacer
amigos en pleno verano. Pero, cuando
empieces la universidad en octubre,
harás un montón de amigos en muy poco
tiempo.
—No sé. No creo que conozca a nadie
así —respondió su vecino en voz baja.
Julia miró al suelo.
—Gracias. —No sabía si ese «así» se
refería a ella o a todo el grupo de
amigos, pero no se atrevía a preguntar. Se sentaron juntos en el autobús y
compartieron los auriculares del MP3
de Julia. De vez en cuando, la joven
señalaba algún lugar de interés por la
ventana o Thorsten le preguntaba algo
acerca de la música que estaban
escuchando, pero, aparte de eso, no
dijeron nada más durante todo el
trayecto, al igual que en el camino a pie
desde la parada del autobús hasta casa.
El silencio pasó a ser demasiado
elocuente para el gusto de Julia cuando
se pararon frente a la puerta de su casa y
Thorsten le recorrió el brazo con la
mano. La joven tragó saliva cuando su
vecino se acercó y se inclinó hacia ella.
—¿Te importa si te beso? —susurró.
Julia lo miró con timidez.
—No, claro que no. No me importa.
Solo que... no creo que debas. No sería
justo.
Thorsten la miró con seriedad en el
gesto.
—¿No te gusto?
Se ruborizó.
—Sí, pero hace poco tuve algo con un
chico que me gustaba desde hacía una
eternidad y aún no lo he superado.
Todavía me gusta. No tiene nada que ver
contigo.
Thorsten esbozó una sonrisa amable y
le acarició la mejilla.
—Vale, lo entiendo. Necesitas tu
tiempo. También podemos ser amigos,
¿vale?
Julia sonrió.
—Gracias —dijo con timidez—. Y
siento haberte enviado señales
contradictorias.
—No te preocupes. —La besó en la
mejilla—. La esperanza es lo último que
se pierde.
Se dio la vuelta y cruzó la calle. Julia
espiró tras haber contenido el aliento y
no entró en casa hasta que Thorsten
cerró la puerta.
Menuda nochecita.
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El Chico Del Bosque
Novela JuvenilJulia lleva años enamorada de Michael, el chico más guapo del instituto, y se siente la persona más afortunada del mundo cuando al fin se besan durante el baile de graduación. Sin embargo, su sueño no dura mucho: tras varias citas, Michael la deja p...