capítulo 7 (parte 4)

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Julia desvió la mirada a la ventana y
contempló la casa de enfrente. Thorsten
salía del cobertizo cargando con una
pila de tablones, que dejó en un
remolque de bicicleta tal y como le
indicaba Sabine. La joven sonrió: así
que estaba ayudándolas con su proyecto
de construcción en el bosque. Quizá
debía pedirle información sobre la casa
del árbol para saber cuándo la
acabarían Mientras Sabine se ocupaba de
enganchar el remolque a la bicicleta,
Thorsten levantó la vista hacia la
ventana de la habitación de Julia, como
si hubiera sentido su mirada. La saludó
con una sonrisa amable y Julia hizo lo
mismo. No había reproches en sus
sinceros ojos azules, pero, aun así, se
sentía culpable.
Por el rabillo del ojo vio a Gaby
doblar la esquina, así que, rápidamente,
se alejó de la ventana y bajó corriendo
las escaleras para arrastrar a su amiga al
interior de la casa antes de que le diera
tiempo a ponerse a charlar con Thorsten.
Mientras se dirigía a la puerta de
entrada, oía cómo Gaby le gritaba algo a
su vecino, que seguía ayudando a su hermana pequeña. Rauda, abrió la puerta
y tomó a Gaby del brazo.
—Hola, Gab. Vamos adentro.
Gaby se rio.
—Estás impaciente por contarme las
buenas noticias, ¿eh? —Entró en la casa
y abrazó a su amiga—. Vamos a la
cocina, Afrodita; nos hacemos un té,
abrimos un paquete de galletas y me
cuentas todo lo que te ha pasado hoy
desde el principio.
Julia, ruborizada, le contó a su mejor
amiga todo lo sucedido en la librería y,
a continuación, recitó de memoria el
poema de Michael.
—Es precioso —susurró Gaby—.
Entonces, ¿habéis quedado mañana?
Madre mía, Jules, es como un sueño. —Sí, a veces creo que estoy soñando.
Me sigue pareciendo bastante
surrealista. —Se quedó mirando la taza
de té que tenía entre las manos y se
aclaró la garganta antes de proseguir—.
También he cantado una canción hoy,
con Thorsten.
Gaby levantó una ceja.
—¿Por qué? ¿Has ido a un
cumpleaños?
Julia tosió nerviosa.
—No, Thorsten estaba tocando una
canción con la guitarra cuando pasé
junto a su casa y, como estaba
componiendo la canción, me preguntó si
quería sentarme junto a él y ayudarlo
con la letra. Al final, le gustó tanto cómo
canté que me besó. Su amiga tenía los ojos como platos.
—¿Qué? ¿De verdad? ¿Y qué hiciste?
—Pues... le devolví el beso —
balbuceó Julia, sonrojada—. No quería,
pero toda la situación fue tan... tan
auténtica.
Una sonrisa atravesó el rostro de Gaby
mientras cogía otra galleta de chocolate
del plato.
—¡No puede ser! O sea que tenía
razón al llamarte «Afrodita». Jules, pero
¿cómo se te ocurre besar a dos chicos el
mismo día?
—No es algo que tenga pensado hacer
a diario. Mañana he quedado con
Michael y se lo ha dicho a Thorsten. No
quiero que se piense lo que no es.
En ese momento, oyeron cómo se abría la puerta de la entrada.
—¡Hola! —saludó la madre de Julia
—. Ya he llegado. —Asomó la cabeza
por la puerta de la cocina—. Servus,
Gaby. ¿Te quedas a cenar?
Gaby negó con la cabeza.
—No... Hoy voy a cenar con Axel.
Quería que quedáramos para probar el
nuevo restaurante mexicano que han
abierto en el centro, porque no conoce a
nadie más al que le guste la comida
picante y los jalapeños y esas cosas, así
que me lo pidió... Y yo no tenía planes,
así que pensé: «Pues oye...». Y eso.
Además, tienen una oferta de dos
entrantes por el precio de uno, así que
por eso me ha pedido que vaya con él y
tal. —Sí, vale. —La señora Gunther
asintió lentamente, algo desconcertada.
Desapareció por el pasillo y dejó a las
dos chicas en un incómodo silencio.
Gaby agachó la cabeza, con las
mejillas sonrojadas, hasta que Julia
estalló a reír.
—Gracias por esa explicación tan
clara. ¿Ahora me vas a leer la carta del
restaurante entera?
Gaby se ruborizó aún más.
—Venga ya, me has entendido, ¿no?
No quiero darte la impresión
equivocada.
—Ah, ¿y qué impresión es esa?
—Bueno, pues que te pienses que es
una cita o algo así —masculló Gaby.
—No, claro, porque tener una cita con Axel sería una soberana tontería.
—No, no es eso lo que he dicho. Pero
es tu primo, ya sabes, y somos buenos
amigos. —Gaby cogió otra galleta del
plato y la engulló como si su vida
dependiera de ello.
Julia se rio.
—No te quites el apetito, anda. Al fin
y al cabo, tienes una carta entera
esperándote.
Gaby la miró con el ceño fruncido.
—¡Deja de agobiarme! Estoy...
—¿Nerviosa? ¿Tensa? ¿Contenta?
¿Impaciente?
—Déjalo. No pienso volver a contarte
nada.
Se miraron fijamente la una a la otra
durante unos segundos y, entonces, se echaron a reír a carcajadas. Cuando la
madre de Julia regresó a la cocina, ya no
había tensión en el ambiente y Gaby
incluso le había prometido a Julia
escribirle un mensaje al día siguiente
para contarle su particular Desde
México con amor.
Después de tomar el té, Julia
acompañó a Gaby a la puerta.
—¿Puedes decirle a Anne que vuelva
a casa? —le pidió su madre—. Seguirá
con los vecinos.
—No estoy tan segura —respondió
Julia mientras se despedía de Gaby—.
Creo que Sabine y Anne siguen con su
trabajo en el bosque. Antes de que
llegara Gaby, vi a Thorsten cargado con
tantos tablones de madera que parecía una tienda de bricolaje.
—Pues ve a averiguarlo. Vamos a
cenar dentro de unos minutos. Seguro
que Thorsten sabe dónde están.
Arrastrando los pies, Julia cruzó la
calle siguiendo las indicaciones de su
madre. Tenía que volver a hablar con
Thorsten: ignorarlo se había convertido
en una misión imposible.
Para su alivio, vio cómo Sabine se
bajaba de la bicicleta y desenganchaba
el entonces vacío remolque en el jardín.
—Hola, Sabine —dijo—. ¿Está
contigo Anne?
La niña negó con la cabeza.
—Acabo de dejar unos tablones en el
lugar en el que estamos construyendo
nuestra casa del árbol, pero ya se había ido. ¿No ha llegado aún a casa?
—No. —Julia frunció el ceño,
consternada. Estaba muy bien que a
Anne le gustara la naturaleza y la
soledad, pero había sido una
irresponsable por desaparecer sin dejar
rastro. Era probable que estuviera
buscando inspiración para el libro, pero
seguro que su madre volvería a
tomárselo mal.
Julia cogió el teléfono; Anne debía
llevarlo también, así que merecía la
pena llamarle. Después de tres tonos,
saltó el buzón de voz, pero Anne no
tardó en devolverle la llamada.
—Hola —sonó la aguda voz de Anne
a través del auricular—. Estoy llegando
a casa. —¿Dónde estabas?
—En ningún sitio en concreto,
dibujando bocetos para mi cuento. Ya
estoy llegando.
Diez minutos después, Anne llegó al
jardín en bicicleta. Julia la estaba
esperando junto a la puerta.
—Menos mal que llevabas el móvil —
dijo con seriedad—. No vuelvas a salir
toda la tarde sin decirle a nadie adónde
vas.
Anne se encogió de hombros.
—Es que no puedo decirle a nadie
adónde voy.
—¿Qué quieres decir?
—Da igual —murmuró su hermana.
Anne apartó a Julia y corrió por el
pasillo. Julia la miró, enfadada: no se podía creer lo que acababa de oír.
Estaba claro que Julia y Sabine querían
que su casa fuera un secreto y solo se la
mostrarían a la familia una vez que
hubieran terminado, pero nada de
aquello tenía sentido. Desde ese
momento, se aseguraría de que Anne le
dijera siempre adónde iría o sus
excursiones al bosque pasarían a la
historia. Su madre estaba hasta arriba de
trabajo y no podía hacerse cargo de
Anne, por lo que su hermana siempre
acababa saliéndose con la suya. Cuando
Julia era pequeña, jamás habría soñado
con travesuras así, pero era cierto que
su padre aún estaba con ellas y
compartía las responsabilidades. En
general, al hijo pequeño de una familia siempre se le suele consentir más que a
los mayores, pero, aun así, no le parecía
bien.
Julia lanzó un largo suspiro y entró en
la cocina para preparar la cena. Aquella
noche le tocaba a ella.

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