Mientras tanto, Gaby se había instalado frente al ordenador. Abrió
Google y tecleó «druidas robles» en la
barra de búsqueda. Cuando Julia se
sentó en el reposabrazos y miró por
encima del hombro de su amiga, esta
había pulsado en un enlace llamado «El
árbol mágico».
—¡Hala! —dijo Gaby en voz baja—.
¿Has visto? Los robles pueden alcanzar
los dos mil años de vida. Y también
atraen los rayos. Y mira, el hombre
verde es un ser mitológico británico, un
dios del bosque cuya cara está formada
por hojas de roble. —Señaló la imagen
en la pantalla.
—Venid, empollonas —les dijo Axel
cuando pasaba a su lado con sus bebidas
—. Si estáis tanto tiempo frente a la pantalla, os vais a quedar ciegas.
—¡Mira quién habla! —replicó Gaby
mientras se levantaba y cogía la jarra de
cerveza que Axel le ofrecía—. Si
prácticamente vives frente al ordenador.
Se sonrojó cuando Axel le puso un
brazo sobre los hombros y respondió:
—De todos modos, no deberías imitar
mis malas costumbres. Venga, vamos a
la terraza. Te libraré de esta máquina
infernal y te salvaré.
Julia se fijó en los ojos de Gaby y no
pudo evitar sonreír cuando contempló el
rubor en su rostro. De pronto, le vibró el
móvil en el bolsillo; un vistazo a la
pantalla bastó para comprobar que al
menos no era Michael, sino su madre.
—Hola, mamá. ¿Qué pasa? —Hola, cariño. ¿A qué hora volverás
a casa?
—Sobre las nueve, supongo. ¿Por
qué? —Su madre parecía nerviosa.
—Nada, nada. Acaba de llamar tu
padre y Anne estaba en la habitación
conmigo cuando empezamos a discutir
por teléfono, así que ha salido de casa.
Se debe de haber ido al bosque, porque
no está su bicicleta.
—No te preocupes, no tardo nada.
Julia colgó con un suspiro. Anne no
llevaba muy bien las discusiones, lo que
empeoraba si se trataba de una pelea
entre su madre y su siempre ausente
padre. No cabía duda de que estaba
disgustada y había huido al bosque para
tranquilizarse. A ese respecto, Anne era idéntica a ella. Su madre probablemente
se sintiera muy culpable en ese
momento.
—Me voy a ir yendo —anunció a sus
amigos en la terraza—. Tengo que
ayudar a mi madre.
—¿Quieres que vaya contigo? —
preguntó Gaby.
—Vale. —A Julia le interesaba la
página web que Gaby acababa de
descubrir y quería seguir leyéndola en
casa—. ¿Te quedas a dormir?
—Buena idea. Hacía mucho que no
celebrábamos una fiesta de pijamas.
Bajo la luz del sol que se escondía
lentamente tras el horizonte, Julia se
acercó al borde de la terraza y
contempló el río Salzach, que serpenteaba junto al edificio. A su
espalda, oyó las carcajadas de Tamara y
Florian tras un chiste de Axel. Intentó
imaginarse a Michael entre su grupo de
amigos y luego lo sustituyó por
Thorsten. Era inútil: sabía de sobra que
Thorsten encajaría a la perfección, pero,
aun así, todavía no estaba preparada
para tomar esa decisión.
Gaby se acercó también a la
barandilla.
—¿Nos vamos? —preguntó.
—Sí, venga. Quiero estar en casa
antes de que se haga de noche.
—Tamara se ha ofrecido a llevarnos
en coche, así que podemos pasarnos
primero por mi casa para coger una
mochila con la ropa que necesito mañana para trabajar. Ya sabes, unos
pantalones que no me importe que se
pongan perdidos de mierda de caballo.
—Pobrecita. Pero no sé yo con qué es
peor trabajar, si con mierda de caballo o
con Michael. —Julia puso los ojos en
blanco—. Por cierto, esta noche vemos
qué podemos descubrir sobre los celtas
y su horóscopo de árboles.
Gaby se rio.
—Lo más probable es que
descubramos que todos los que tienen el
roble en su horóscopo son unos
gilipollas prepotentes.
Quince minutos después, Tamara
detenía el coche frente a la casa de
Julia. Cuando esta se bajó del vehículo,
observó en la puerta a su madre, que miraba en una y en otra dirección.
A la señora Gunther se le iluminó el
rostro cuando vio a su hija mayor.
—Hola, cariño. Qué bien que ya estés
aquí. Anne aún no ha llegado y tampoco
está en casa de Sabine.
A Julia no le pasó desapercibido el
matiz de intranquilidad en la voz de su
madre. Gaby y ella cruzaron miradas.
—Vamos a buscarla al bosque —dijo
su amiga con decisión—. Venga, vamos
en bici.
Se dirigieron al cobertizo y allí
cogieron dos bicicletas. Julia no podía
borrar la preocupación de su rostro
mientras pedaleaba junto a Gaby hacia
el bosque.
—Voy a tener unas palabras con Anne —dijo con seriedad—. No puede hacer
algo así. No puede irse de casa y no
aparecer hasta horas después y dejar a
mamá preocupada. Ya cree que es mala
madre de por sí porque no consigue que
mi padre se pase por casa más a
menudo, así que esto solo empeora las
cosas.
Cuando llegaron al bosque, las dos
jóvenes se bajaron de la bicicleta. Julia,
dubitativa, contempló la senda que
serpenteaba entre los árboles: el bosque
no tardaría en sumirse en la más total
oscuridad y Anne, que era muy miedosa,
no podría desenvolverse en ella.
—¿La llamamos? —propuso Gaby,
algo perdida.
Julia asintió. —¡Anne! —gritó con toda la fuerza de
sus pulmones—. ¿Dónde estás?
—¡Anne! —chilló Gaby en la otra
dirección—. ¡Vuelve a casa!
Para el alivio de Julia, poco más de un
minuto después surgió una diminuta
figura en bicicleta que doblaba la
esquina del camino. La joven llamó la
atención de Gaby.
—Ahí está.
Cuando Anne se paró frente a ellas,
Julia la rodeó con los brazos; era
incapaz de enfadarse con su hermana y
solo sentía un profundo agradecimiento
por tenerla a su lado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó con
dulzura, mientras le acariciaba el suave
cabello. —Que se estaban peleando otra vez —
respondió Anne en voz baja— y no
quería oírlo.
—Mamá está triste. No deberías haber
estado fuera tanto tiempo.
—Lo sé y lo siento. No sabía qué
hacer.
—Bueno, menos mal que ya estás con
nosotras —dijo Gaby con cariño,
mientras le ponía una mano en el
hombro.
Entonces las tres volvieron a subirse a
las bicicletas.
—¿Y dónde has estado? —preguntó
Julia con curiosidad.
Anne se quedó en silencio durante
algunos segundos.
—No te lo voy a decir —respondió con decisión y aceleró el pedaleo para
adelantar a Julia y a Gaby. Julia se
quedó mirando la espalda de Anne,
parpadeando con asombro. Qué reacción
tan rara: si no hubiese querido darle la
información exacta, normalmente le
habría dicho que había estado en «un
sitio», pero no fue así. Quizá tuviera un
rincón especial en el bosque que no
quería compartir, al igual que ella.
Julia suspiró. Su rincón especial había
perdido casi todo su atractivo: el
accidente de Michael había sucedido
cerca del roble, que, además, parecía
moribundo. Probablemente estuviera
enfermo o le hubiera alcanzado el
relámpago, como en la leyenda druida.
Entonces empezó a pensar en las historias de Silke y en la información
que Gaby había encontrado en Internet.
En cuanto llegaran a casa, se pondrían a
investigar.
Su madre recibió a Anne con una
mezcla de alivio, indignación y mimos.
Gaby y Julia cogieron una bolsa de
patatas fritas y unos refrescos de la
despensa y desaparecieron escaleras
arriba para trasladar el colchón de sobra
a la habitación de Julia y encender el
ordenador portátil.
—Detectives de Google en acción —
declaró Gaby mientras pulsaba el icono
de Firefox. No tardaron en volver a
encontrar la página web que habían
visitado antes y siguieron leyéndola,
fascinadas por todas las historias que en ella figuraban. Había información sobre
los robles más antiguos del mundo, el
significado del roble en distintas
culturas y un largo párrafo sobre los
druidas y sus técnicas de meditación.
Julia abrió los ojos como platos cuando
leyó algo que le resultaba familiar.
—Mira, esto es lo que nos dijo Silke.
—Señalo la pantalla y leyó en voz alta
—: «El roble conecta la fuerza cósmica
del rayo con el poder de la tierra.
Además, la fuerza de este árbol abre una
puerta a los poderes sobrenaturales del
verano en su solsticio».
—Solsticio de verano —masculló
Gaby mientras desplazaba la página
hacia abajo—. Voy a ver cuándo es.
Aquí lo dice. Julia miró la pantalla, boquiabierta,
sin poder articular palabra. Con
incredulidad, observó fijamente la tabla
de festividades celtas en el ordenador:
el solsticio de verano era el 21 de junio.
El día del accidente de Michael.
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El Chico Del Bosque
Teen FictionJulia lleva años enamorada de Michael, el chico más guapo del instituto, y se siente la persona más afortunada del mundo cuando al fin se besan durante el baile de graduación. Sin embargo, su sueño no dura mucho: tras varias citas, Michael la deja p...