—¡Me voy! —gritó Julia en dirección
a la cocina. Se encontraba en el
vestíbulo, brincando a la pata coja
mientras intentaba atarse los cordones
de un zapato y hacía equilibrismos con
una bolsa de viaje repleta que llevaba
colgada del hombro.
—¡Hasta mañana! —respondieron a
voz en grito Anne y su madre.
A Julia le habría encantado desayunar
con ellas, pero se había quedado
dormida y tenía que correr como loca
para llegar a tiempo al trabajo. Hacía
dos minutos que había entrado en la
cocina para coger un plátano y preguntarle, indignada, a su madre por
qué no la había despertado.
—¿Porque eres tú la que debe ponerse
la alarma? —respondió su madre con
una sonrisa de satisfacción—. Ya tienes
dieciocho años y deberías ser una adulta
responsable. ¿Quieres que también te
despierte para ir a la universidad
cuando acabe el verano y te revise los
deberes?
—Que sepas que sí me puse la alarma
—gruñó Julia, que no soportaba el
sarcasmo de su madre a primera hora de
la mañana.
Una vez que se hubo atado los
cordones, atravesó el jardín a la carrera
y giró a la derecha para tomar la calle
que llevaba a la parada de autobús. Por desgracia, ya no era tan rápida como
antes y había perdido forma física desde
que empezó a ir en serio con Michael.
No tenía mucho tiempo, pues trabajaba
cuatro días por semana, y en sus días
libres solía quedar con Michael. Días
atrás, Gaby se quejó y le pidió una foto
enmarcada para acordarse de ella. Por
suerte, el viaje a Londres estaba al caer,
lo que supondría la oportunidad perfecta
para estar con su amiga. Mientras tanto,
Michael también se había comprado un
billete de avión para unirse al viaje;
habían acordado que los chicos
dormirían en su propia habitación del
albergue, mientras que las chicas se
alojarían en otra. Tamara era la única de
la pandilla que no tenía pareja y se había quejado de que el viaje iba a
parecer «una excursión de parejitas con
una sujetavelas».
—No te preocupes —le había
respondido Gaby con una sonrisa
burlona—. Te buscaremos un inglés que
esté bueno y no nos importará que te lo
subas a la habitación.
Julia dobló la esquina y fue testigo de
cómo el autobús cerraba las puertas.
—¡Espere! —gritó aunque el
conductor no pudiera oírla. Aceleró aún
más mientras gesticulaba con los brazos.
De forma inesperada, la puerta
delantera se volvió a abrir y de ella
asomó la cabeza de Thorsten, que le
sonreía.
—¿Tienes prisa? —dijo entre risas—. Le he pedido al conductor que esperase
a la rubia guapa que intentaba frenar el
autobús con sus propias manos.
Mientras intentaba recuperar el
aliento, Julia se subió al autobús y, con
un gesto, dio las gracias al conductor,
antes de acompañar a Thorsten a tomar
asiento en la parte central del vehículo.
—¿Adónde vas tan pronto? —preguntó
la joven—. ¿No coges el otro autobús,
el que va a Eichet?
—No, hoy no trabajo. Me toca hacer
algunas cosas en la universidad, que me
sellen el papeleo y cosas del estilo. Ya
sabes la lata que es.
Julia asintió. Thorsten iba a comenzar
segundo curso en la Universidad de
Salzburgo tras el verano, lo que implicaba mucho papeleo. Por suerte, a
ella le había ayudado su madre con la
solicitud, por muy «adulta responsable»
que fuera.
—¿Y adónde vas tú con esa bolsa tan
grande? —preguntó Thorsten,
observando el equipaje a punto de
reventar de Julia—. ¿Siempre te llevas
tantas cosas al trabajo?
Julia negó con la cabeza.
—Es mi bolsa de viaje. Me quedo a
pasar la noche en casa de Michael
después de trabajar. Ya sabes. —Se
ruborizó ligeramente después de
pronunciar aquellas palabras. Era la
primera vez que iba a pasar la noche en
su casa desde la primera cita y estaba
algo nerviosa. Claro que su casa era gigantesca y contaba con al menos
cuatro habitaciones de invitados, pero
también estaba la cama extragrande de
su propio dormitorio.
Thorsten se fijó en el rubor de sus
mejillas.
—Ah, vale. —Asintió e hizo una
pausa que duró algunos segundos—.
Bueno, lleváis un mes saliendo, ¿no? Se
supone que pasar la noche juntos es
parte de una relación. —Le dio un
codazo en el costado de forma jocosa, lo
que le hizo sonrojarse aún más.
Probablemente Thorsten se preguntara
por qué le daba tanta importancia: él era
dos años mayor que ella y ya había
empezado la universidad el año anterior.
—¿Tú crees? —masculló. El joven sonrió.
—Qué va, solo te estoy tomando el
pelo. Para esto lo mejor es que te tomes
el tiempo que necesites y no te metas
prisa.
Julia asintió y se quedó en silencio
cuando un grupo de niños pequeños, que
portaban mochilas de colores, entraron
en el autobús escoltados por una madre,
como una gallina con sus polluelos.
Parecía una fiesta de cumpleaños.
Anne lo había celebrado días atrás. La
fiesta había transcurrido bastante bien,
aunque Anne estuvo más callada y
reservada con sus amigos que de
costumbre, pues la horrible experiencia
vivida había hecho verdadera mella en
ella. La señora Gunther decidió contratar sesiones con una psiquiatra
infantil dos veces por semana para
minimizar el riesgo de que Anne sufriera
un trauma posterior.
—¿Sigues feliz con él? —preguntó
Thorsten de repente. Trató de parecer
tranquilo, pero no lo logró.
Julia se giró hacia él y parpadeó
sorprendida.
—¿Por? Sí, estoy muy feliz —
tartamudeó—. Sé que la gente aún no
entiende cómo ha podido funcionar,
pero...
Thorsten había oído historias sobre lo
sucedido gracias a Axel, quien aún no se
había acostumbrado a la idea de que
Michael y ella estuvieran juntos. Días
atrás, se reunieron todos en el jardín de Julia para celebrar el cumpleaños de
Anne, y Julia, por accidente, escuchó
una conversación que mantenían
Thorsten y Axel. En ella, su vecino le
preguntaba a su primo acerca de su
historia con Michael, y Axel le relataba
cómo su novio la había dejado tirada
antes de cambiar de opinión de forma
repentina. No era que Axel odiara a
Michael, pero tampoco le tenía
demasiado aprecio.
—Si alguien hace daño a mi familia,
tardará años en volver a ganarse mi
confianza —le había confesado a Julia
en una ocasión—. Pero mientras a ti te
haga feliz, no diré nada.
Thorsten lanzó un triste suspiro.
—Yo no creo que haya nada que entender —masculló en voz baja—. Veo
la forma en que te mira y eso es lo que
importa. El pasado ha muerto. Y es un
chico fantástico. —Se aclaró la garganta
—. Creo que sigo celoso.
Julia intentó no mirarlo a los ojos.
—Ah.
Dirigió la vista a través de la ventana.
Las palabras de Thorsten la
confundieron: no entendía por qué
seguía sintiendo algo por ella si estaba
fuera del mercado. Además, su vecino
podía ser perfectamente el sueño
húmedo de toda universitaria, por lo que
no tardaría en echarse novia en cuanto
acabara el verano. Sin embargo, parecía
incapaz de olvidarla, lo que le hacía
sentir culpable: al fin y al cabo, hubo un momento en que conectaron de verdad y
ella estuvo encantada hasta que volvió a
aparecer Michael.
Julia se sobresaltó cuando Thorsten le
puso una mano en el brazo.
—Oye —dijo con ternura—, no quiero
ponerte las cosas más difíciles. Solo que
has despertado algo en mí que nunca
antes había sentido. Por eso me está
costando tanto olvidarte, y el hecho de
que vivas justo enfrente tampoco ayuda.
El tono áspero de su voz hizo sonreír a
Julia, pero, a la vez, sus palabras le
cogieron por sorpresa, tan dulces,
genuinas y directas. Por una décima de
segundo, le dolió acordarse de la odisea
que supuso llamar la atención de
Michael, quien necesitó más de unos cuantos días para darse cuenta de que
había despertado algo en él. Pero no
debía pensar así. Se había convertido en
alguien radicalmente distinto tras el
accidente en el bosque y ella ya lo había
perdonado por su espantoso
comportamiento previo hacía mucho
tiempo.
—Gracias —dijo con una voz algo
ahogada y una tierna sonrisa—. Y lo
siento, Me mudaré lo antes posible.
Thorsten se echó a reír.
—Anda, venga. Tampoco es
necesario. —Ladeó la cabeza—. ¿O
acaso tenías pensado alquilar una
habitación en el centro cuando
empezaras la universidad?
Julia se encogió de hombros. —La verdad es que no. No me queda
lejos y me gusta vivir en casa. Es
cómoda. Y barata, claro.
—Bueno, pues la única solución que
veo es que me mude yo —respondió—.
Como soy multimillonario y no soporto
a mis padres...
Julia puso los ojos en blanco.
—No aguanto el sarcasmo. Mi madre
y tú deberíais fundar una asociación. A
ella también se le da genial.
Thorsten levantó una ceja.
—¿Y tú crees que fundar una
asociación con tu madre me iba a ayudar
a encontrarme menos contigo?
—Tienes razón. —Julia se ruborizó—.
Al final no va a ser tan buena idea.
—Oye, ¿no te bajas aquí? —dijo de pronto Thorsten, alarmado.
Julia pegó un brinco cuando se dio
cuenta de que tenía razón: el autobús se
había frenado junto a su parada.
—Gracias, no estaba atenta. —Se
colgó la bolsa del hombro y se despidió
de Thorsten antes de bajarse del
vehículo para dirigirse a la librería. Iba
a ser un día muy cálido: aún no eran las
nueves de la mañana y el sol ya
calentaba implacablemente. Julia notaba
el sudor en su piel bajo la correa de la
bolsa. Esperaba que Martin volviera a
sacar la mesa de la cocina al patio, para
que pudieran almorzar al aire libre; a
aquellas temperaturas, la primera planta
era un verdadero infierno.
—Servus —saludó a Marco y a Silke, que esperaban en los escalones de la
parte frontal de la tienda—. ¿Aún no
está abierta?
Silke negó con la cabeza.
—Martin llegó hace un minuto, pero
ha acompañado a Michael hasta la
parada de autobús. Se encontraba fatal.
—No puede ser. ¿De verdad?
De inmediato, Julia cogió el teléfono
para comprobar si Michael la había
llamado. Aún no, así que le envió un
mensaje sin más dilación: «silke m a
dixo q stas enfrmo. t veo n qanto salga,
¿ok? bs».
—Oye, estás muy pálida —dijo
Marco, preocupado—. ¿Quieres salir
antes hoy? ¿Después de comer? Te
puedo hacer el turno, si quieres. —¿De verdad? Sería genial. —Julia
lo miró agradecida. Marco le acababa
de salvar la vida: así se iría después de
comer a casa de Michael para cuidarlo.
Sus padres no estaban en casa porque su
madre se había ido de vacaciones y su
padre, de viaje de negocios.
Cuando Martin abrió la tienda pasadas
las nueve, Marco preguntó si podía
cambiarle el turno a Julia, y a Martin no
le importó.
—Seguro que agradece tu visita —le
dijo a Julia—. Tenía muchas náuseas.
Debe haber comido algo en mal estado.
La mañana se le hizo larguísima a
Julia, que solo deseaba que llegara la
hora de comer. Cuando la tienda cerró a
mediodía, volvió a darle las gracias de todo corazón a Marco antes de salir
corriendo por la puerta. Ya en la calle,
decidió caminar hasta casa de Michael,
en Giselakai: hacía muchísimo calor y
montar en autobús no sería precisamente
agradable. Además, necesitaba hacer
ejercicio. Si escogía la ruta adecuada,
podría ir por la sombra casi todo el
trayecto. El camino peatonal que
recorría el río estaba bordeado de
grandes sicómoros y castaños, así que el
único tramo bajo el sol sería el puente
que debía cruzar para llegar al otro lado
del Salzach.
Por suerte, soplaba una suave brisa.
Julia se colgó la bolsa de un hombro, se
apartó el pelo de la cara y se hizo una
coleta. Todo a su alrededor estaba en calma. En el río flotaban pequeños
botes, pero no se veía un solo barco. El
nivel del agua era muy bajo debido a la
sequía del mes de julio; aquel verano el
tiempo estaba siendo cálido y seco en
toda Europa, pero lo peor aún estaba
por llegar. Julia sonrió al pensar en
Londres: podrían montar en los
autobuses de dos pisos para recorrer la
ciudad, visitar las zonas turísticas y
hacer fotos de los monumentos antes de
descansar en Hyde Park por la tarde.
Tardó veinte minutos en llegar a casa
de Michael. Cuando abrió la puerta de
la entrada, Julia contempló boquiabierta
la palidez de su rostro.
—Madre mía. Estás hecho una mierda
—exclamó.
—Gracias por el piropo —respondió
Michael con una débil sonrisa—. Pasa.
—¿Has comido algo en mal estado?
—Ni idea. —Michael la acompañó a
la sala de estar y allí se dejó caer en el
sofá con un suspiro—. No me apetece
comer nada, eso está claro. Solo quiero
tomar el aire.
Julia se sentó a su lado.
—¿Quieres que salgamos?
El joven asintió.
—Cuando me encuentre algo mejor,
quiero ir al bosque que hay detrás de tu
casa, para pasear bajo los árboles, a la
sombra.
—Me parece bien.
Julia sirvió a ambos un vaso de agua
de la jarra que había sobre la mesa.
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El Chico Del Bosque
Teen FictionJulia lleva años enamorada de Michael, el chico más guapo del instituto, y se siente la persona más afortunada del mundo cuando al fin se besan durante el baile de graduación. Sin embargo, su sueño no dura mucho: tras varias citas, Michael la deja p...