caitulo 4 (parte 6)

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La anciana le guiñó un ojo.


-¡Ja! Ahora huyes, como una


cobarde.


Julia hizo un puchero, fingiendo estar


decepcionada, se levantó y se dirigió al


baño para ponerse la ropa de deporte.


En el vestíbulo abrazó a su abuela.


-Nos vemos el domingo: nos


pasaremos a tomar el té.


La brisa le alborotaba el pelo mientras


corría de vuelta a casa a buen ritmo. En


el bosque, las ramas de los árboles se


movían de un lado a otro como las olas


en la mar brava. Julia inspiraba y


espiraba con fuerza. Había retornado al


bosque esa conocida sensación de serenidad, como si el viento que se


había levantado hubiera arrastrado el


ambiente extraño y opresivo de la


mañana. Lo sentía. Con la mente en


blanco, dejó la senda forestal y atajó a


través de la maleza para llegar al roble:


quizá entonces pudiera relajarse en su


rincón.


Sin embargo, un gesto de


preocupación le cruzó el rostro cuando


rodeó un grupo de árboles y observó a


una figura solitaria sentada, apoyada en


el roble. Contuvo la respiración y se


detuvo, mientras sentía cómo se le


formaba, de nuevo, un nudo en el


estómago. Julia reconocía a aquella


figura.


¿Qué cojones estaba haciendo allí?
Lentamente se acercó al roble.


Michael no parecía notar su presencia,


pues estaba sentado, inmóvil, con los


ojos cerrados y las manos sobre las


rodillas.


Aquel chico la estaba enloqueciendo


poco a poco. Desde que había decidido


evitar a Michael, se tropezaba con él en


cada esquina. Estaba claro que era


injusto culparlo a él por su inquietud,


pero le fastidiaba encontrase a Michael


en aquel lugar. No tenía lógica: era su


rincón de meditación y él no debía estar


allí.


Justo cuando estaba a punto de darse


la vuelta y retirarse en silencio, Michael


abrió los ojos.

El Chico Del Bosque Donde viven las historias. Descúbrelo ahora