—No me lo puedo creer —dijo Gaby
con un gesto de total incredulidad tras
escuchar la historia completa de Julia
sobre el accidente de Michael sin
rechistar—. ¿Y vas y eres tú la que lo
encuentra? ¿No es casualidad?
Se encontraban en el dormitorio de
Julia, con las cortinas echadas y música
new age de fondo. En la calle aún seguía
lloviendo.
—Estaba más muerto que vivo —
masculló Julia con la vista fija en el
póster de El señor de los anillos que
decoraba la pared—. Anoche tuve
pesadillas por culpa de esa herida en la cabeza.
—¿Crees que se recuperará? Dijiste
que tenía amnesia. ¿no?
—Eso es lo que dijo el paramédico.
—Julia se encogió de hombros.
Intentaba parecer despreocupada, pero,
en realidad, no había dejado de pensar
en el diagnóstico del médico desde el
día anterior. El personal hospitalario
había podido ponerse en contacto con
los padres de Michael tras el accidente
exclusivamente porque Julia estaba
obsesionada con su hijo: era evidente
que no guardaba el teléfono de todos sus
excompañeros en la agenda. Michael
había perdido la memoria y no había
sido capaz de recordar su propio
número de teléfono, ni quiénes eran sus padres, ni siquiera su apellido.
Pero, entonces, ¿por qué sí que
recordaba el nombre de Julia?
Se lo había susurrado débilmente.
¿Era más importante para él de lo que le
había dicho en un principio? La había
reconocido y en sus ojos se reflejaba la
alegría. Sabía quién era Julia a pesar de
no saber siquiera quién era él mismo.
—¿Sabes? Me da un poco de
vergüenza haberle deseado la muerte
aquella noche en el bar —reconoció
Gaby mientras jugueteaba con los
anillos de su mano derecha—. ¿Te
acuerdas?
Julia asintió.
—Sí, y casi se muere. El paramédico
dijo que tuvo suerte de salir vivo de un accidente así. El golpe en la cabeza fue
terrible y de ahí la amnesia.
—Menos mal. No lo dije en serio, de
verdad.
—Ya sé que no. Pero bueno, por lo
que parece, Michael se olvidará de sus
malas costumbres para siempre y podrá
empezar una nueva vida —dijo Julia con
alegría, aunque sabía que era
improbable, pues había demasiadas
preguntas sin respuesta en todo aquello.
—¿Queréis algo de comer? —gritó la
madre de Julia desde el piso de abajo
—. Estoy haciendo tortitas.
—Ahora vamos —respondió Julia.
—Genial. —Gaby se llevó la mano al
estómago—. Me muero de hambre. Aún
no he desayunado.
—Yo me tengo que ir después de
comer —anunció Julia mientras bajaban
las escaleras—. Tengo una entrevista de
trabajo en la librería.
—¡Qué bien! Mantenme informada.
Irrumpieron en la cocina y se sentaron
a la mesa. Anne miraba por la ventana
haciendo pucheros.
—Qué día tan malo hace —dijo con
tristeza—. Así nunca vamos a acabar la
casa del árbol.
—Vamos, no te asustarás por un
poquito de lluvia, ¿verdad? —le dijo
Gaby a la niña en tono jocoso.
—¿Y por qué no le pedís a Thorsten
que haga todo el trabajo sucio? —
añadió Julia guiñando el ojo.
Anne miró de reojo a su alrededor
—Te lo encontraste el otro día,
¿verdad? Me lo ha dicho Sabine.
—Sí. —Julia se llevó una buena
porción de tortita a la boca. Su hermana
pequeña la miraba como un halcón y la
joven no pudo evitar ruborizarse
ligeramente.
Anne chilló triunfante:
—¡Lo sabía! ¡Sabía que te gustaría!
Gaby miró Julia desde el otro lado de
la mesa.
—Oye, ¿por qué no he sido yo la
primera en enterarme? —preguntó—.
¿Quién coño es ese tal Thorsten?
—Es el hermano de mi mejor amiga
—respondió Anne, quitándole las
palabras de la boca a Julia—. Su familia
se acaba de mudar al barrio. Y es un chico monísimo. —Miró de reojo a su
hermana mayor—. Pues él también ha
hablado de Julia con Sabine.
Julia se puso aún más colorada.
—Ah... Eh... —balbuceó, demasiado
aturdida como para fingir indiferencia
—. ¿De verdad?
Anne esbozó una sonrisa tan amplia
que podía rivalizar con la del gato de
Cheshire.
—Sí, de verdad —asintió con
autocomplacencia.
Gaby le dio una patada en la espinilla
a Julia bajo la mesa.
—¡No te escaquees! Ya me lo estás
contando.
—Sí, su alteza Gabriella. A sus
órdenes.
Después de comer, Julia y Gaby
caminaron en silencio hacia la parada
del autobús hasta que Julia decidió
romper el hielo.
—Hay algo que me mosquea —
masculló con cautela.
—Dispara —dijo Gaby.
—Cuando encontré a Michael, abrió
los ojos y dijo mi nombre, pero no
recordaba nada más. ¿No te parece raro
que aun así se acuerde de cómo me
llamo? Se supone que tiene amnesia.
Gaby se mordió el labio.
—Por favor, Jules, no vayas por ahí.
Te reconoció justo antes de volver a
perder el conocimiento. ¿Y qué? No
significa nada.
—Pero... —murmuró.
—Mira, ya sé lo que quieres. Quieres
creer que siente más por ti de lo que
decía antes del accidente. Pero, de
verdad, no quieres ir por ese camino. Te
desfloró y ni siquiera se preocupó por
volver a llamarte y solo por eso ya
debería quedarse para siempre en tu
lista negra. Michael no te merece y tú no
te mereces que te rompa el corazón una
y otra vez. —Casi sin aliento, después
de su alegato, Gaby cogió a Julia de la
mano—. Olvídalo —le suplicó.
Julia suspiró.
—Vale, está bien. Solo pensé que era
raro.
—Raro pero cierto. Y, ahora, pasando
a otro tema: Thorsten. ¿Quién es?
¿Cómo es? ¿Y cuándo volverás a verlo? Julia no pudo evitar reírse.
—Es el hermano de Sabine y viven
justo enfrente. Tiene el pelo negro y los
ojos azules. Y, en cuanto a lo de cuándo
volveré a verlo, no tengo ni idea. Solo
hablé con él unos minutos.
—Pues asegúrate de que la próxima
vez sean horas. —Gaby le guiñó el ojo.
Julia levantó la vista.
—¡Que viene el autobús! ¡Corre!
Las dos jóvenes echaron a correr para
coger el autobús que las llevaría a la
ciudad. Entre jadeos y risas, subieron al
vehículo y se dirigieron a la parte
trasera.
—¿Me devuelves el MP3? —preguntó
Julia una vez sentadas.
Desde el accidente de Michael, no había vuelto a escuchar la música de
Gaby, pues aquellas canciones le
recordaban al extraño momento en que
encontró el exánime cuerpo de Michael
en el bosque. Y no era capaz de
olvidarlo. Gaby podía discutir todo lo
que quisiera, pero esos pocos segundos
en los que Michael la miró con una
intensidad tan poco habitual en sus ojos
verdes se quedaron grabados en su
memoria.
—Nos vemos esta noche en
O’Malley’s —dijo Gaby cuando se
levantó para bajar del autobús—. Ya me
contarás lo de la entrevista. Buena
suerte, guapa.
Julia se despidió de ella cuando el
autobús arrancó. Aquella noche habían quedado en O’Malley’s y Florian le
había prometido por teléfono que se
traería a Moritz. El júbilo era evidente
en su voz: estaba en una nube gracias a
su nuevo enamorado. Julia sonrió con
dejadez al pensar en aquella noche en
Shamrock. Estaba feliz por Flo. Seguro
que no tardaría en querer llevarse a su
nuevo novio a Londres; al fin y al cabo,
Moritz había vivido de niño en la
capital inglesa y sería el perfecto guía
turístico.
La vibración del móvil en el bolsillo
sacó a Julia de su abstracción.
Probablemente se tratara de otro
mensaje de alguno de sus amigos.
Sacó el teléfono y se quedó sin aliento
al observar la notificación en la pantalla: «1 nuevo mensaje. Michael».
Aquellas palabras la asaltaron e
hicieron que su corazón latiera a toda
velocidad. Menos mal que Gaby no
estaba allí para ser testigo de su
reacción, pues lo más probable era que
le hubiese regalado otro sermón sobre
cómo debía olvidarlo.
Con los dedos temblorosos, pulsó en
el icono de mensaje.
«hola julia :) t aptc pasart x aki esta
tard? bs mick».
Julia miró boquiabierta el «bs»
situado antes del nombre. Seguro que no
significaba nada. Nada de nada. Solo
quería darle las gracias por haberlo
salvado de la muerte en medio del
bosque. No había razón para alarmarse Puede que su madre quisiera regalarle
una cesta de fruta o que su padre deseara
condecorarla.
Sin embargo, una voz en su cabeza
insistía en lo contrario. ¿Lo ves?
Michael pensaba que era especial y
quería quedar con ella después del
terrible accidente.
Con un suspiro de frustración, apartó
la vista de la pantalla y empezó a
considerar sus opciones de respuesta al
mensaje, pero entonces se dio cuenta de
que el autobús había llegado a su parada
y ya se estaban cerrando las puertas.
—¡Espere! —gritó Julia mientras se
colgaba el bolso del hombro—. ¡Yo me
bajo aquí! —Por el retrovisor observó
el ceño fruncido del enfadado conductor cuando interpuso el pie entre los
sensores para que la puerta volviera a
abrirse.
Ruborizada, se bajó del vehículo y se
sentó en el banco de la parada.
«stas en ksa a las 3?», escribió
después de mucha reflexión, omitiendo
su nombre adrede. Por el momento, era
mejor parecer distante.
Justo cuando se levantaba del asiento,
le sonó el móvil en la mano. Dios santo:
¡Michael la estaba llamando! Julia tragó
saliva. La vibración del aparato parecía
recorrerle todo el cuerpo; una y otra vez,
zumbaba en la palma de su mano como
un enjambre de abejas furiosas.
La chica que estaba sentada a su lado
la miró con gesto confuso.
—¿No vas a cogerlo? —preguntó.
—No, no creo que esté preparada.
Su vecina se rio:
—Que deje un mensaje en el buzón de
voz.
Julia sofocó una risa nerviosa.
—Buena idea.
Se levantó a toda prisa y empezó a
caminar hacia la entrevista de trabajo:
no quería llegar tarde por culpa de
Michael y su invitación. Maldiciendo
entre dientes, cruzó el puente que
llevaba al casco antiguo. Debería haber
hecho caso a los sabios consejos de
Gaby e ignorar su invitación. ¿Por qué le
resultaba tan difícil dejar de lado su
obsesión por él? La había tratado como
una mierda; ¿acaso no se respetaba a sí misma?
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El Chico Del Bosque
Teen FictionJulia lleva años enamorada de Michael, el chico más guapo del instituto, y se siente la persona más afortunada del mundo cuando al fin se besan durante el baile de graduación. Sin embargo, su sueño no dura mucho: tras varias citas, Michael la deja p...