capítulo 11 (parte 3)

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La señora Gunther las esperaba junto
al mostrador de recepción. Las ojeras le
hacían parecer aún más pálida de lo que
ya era, pero la sonrisa le iluminaba el
rostro.
—Me alegro de que estéis aquí —dijo
con entusiasmo—. Anne lleva toda la mañana preguntando por vosotras. Ha
pasado muy buena noche.
—¿Eso es que tú no? —La anciana le
acarició la mejilla a su hija—. Pareces
agotada.
—No pude dormir. —La señora
Gunther sacudió la cabeza como si
estuviera intentando librarse de
recuerdos espeluznantes—. Sigo
pensando en lo que pudo haberle
sucedido a Anne, una y otra vez; en que
ese tal Andreas pudo haberla tocado,
deshonrado...
—Es asqueroso —dijo Julia sin
mostrar emoción alguna—. Es un tío
guapísimo, pero tiene la mirada sin vida,
como si algo en su interior se hubiera
marchitado. Las tres se dirigieron hacia los
ascensores.
—Anoche, mientras Anne dormía, fui
a la comisaría —les contó la madre de
Julia con tranquilidad—. Quería mirarlo
a los ojos, al chico que se atrevió a
tocar y a secuestrar a mi hija. Pero,
cuando me acerqué a su celda, no pude
entrar. Podía haberlo hecho, pero hubo
algo que me frenó. Él no me vio, pero yo
sí logré verlo.
—¿Por qué lo hizo? —preguntó la
abuela con la misma tranquilidad que su
hija—. ¿Ha hablado de los motivos en
su confesión?
La señora Gunther suspiró.
—El inspector Spitzer me ha contado
que habló con la madre de Andreas. No se crio precisamente en un entorno
familiar estable antes de mudarse a
Salzburgo. Ella estuvo casada con un
hombre que no solo la maltrataba casi a
diario, sino que también había abusado
de su hija. No llegó a saberlo hasta que
terminaron los abusos, pero fue
suficiente motivo como para pedirle el
divorcio. Y por eso se mudó aquí.
—¿Y nadie pensó en mandar a
Andreas a un psiquiatra para que
acabara con su trauma infantil? —
preguntó Julia, anonadada.
—Al parecer, no. A su hija sí que la
inscribió en un centro infantil y solicitó
para ella atención psicopedagógica.
Ahora que Andreas está en la cárcel, se
cree probable que él también fuera
víctima de abusos, como su hermana.
—Lo que podría explicar su necesidad
de escapar a un mundo fantástico repleto
de entradas a reinos mágicos —dijo la
abuela—. O por qué tenía una imagen
tan distorsionada de la sexualidad.
Era extraño, pero, de repente, Julia se
apiadó del chico que había engañado a
su hermana y había abusado de ella.
Había escapado a un mundo de ensueño
con el objetivo de soportar su
existencia, al igual que ella misma había
hecho tan a menudo; la única diferencia
era que Julia nunca había infligido daño
a nadie con sus acciones. Lo más
probable era que aquel chico ni siquiera
supiera distinguir el bien del mal.
—Entonces, ¿ahora va a recibir ayuda profesional? —preguntó con timidez—.
¿O simplemente lo condenarán a varios
años en la cárcel sin ningún tipo de
asistencia psicológica?
—Eso no es algo de lo que debas
preocuparte —respondió su madre con
una voz tranquilizadora—. La policía se
encargará, cariño.
Julia seguía abrumada por la historia
que le acababa de contar su madre
cuando entraron en la habitación de
Anne. Tenía un cuarto para ella sola y su
hermana pequeña parecía tan frágil y
vulnerable en la inmensa cama de
hospital que Julia no pudo evitar correr
hacia ella para abrazarla.
—Estoy tan feliz de que sigas viva —
susurró. Anne apretó su diminuto cuerpo contra
el de Julia y un sollozo ahogado se le
escapó de la garganta. En silencio, no se
separaron la una de la otra durante un
instante que pareció durar una eternidad.
—Estaba protegida —dijo Anne en
voz casi inaudible.
—¿Protegida? ¿Por quién? —Julia
parpadeó perpleja.
Anne sonrió.
—Mientras dormía, oí voces que creo
que procedían del bosque y que me
decían que iba a recibir ayuda y que
estabais en camino. Por eso no tuve
miedo.
Julia miró por encima del hombro de
su hermana, pero su madre y su abuela
seguían charlando y no habían escuchado la historia de Anne.
—¿También oíste la voz de Michael?
—preguntó con curiosidad.
Su hermana negó con la cabeza.
—Bueno, no conozco la voz de
Michael, pero no pudo haber sido él.
Era una voz distinta; creo que pertenecía
a alguien que vive en el bosque desde
hace siglos, alguien mayor, aunque su
voz sonaba joven. Era muy raro.
Julia frunció el ceño. Parecía como si
Anne aún creyera en sus cuentos sobre
el príncipe del bosque y aquello tenía
que acabar. Era peligroso que siguiera
creyendo en estúpidas fantasías.
—El príncipe del bosque no existe,
¿vale? —espetó—. Te lo has inventado,
Anne.
A Anne se le inundaron los ojos de
lágrimas. Y de pronto sonrió, con un
aspecto adulto, sabio y eterno.
—Ya sé que ese chico no era él.
Ahora lo sé. Pero me protegió algo en el
bosque, Jules. Sentí amor a mi
alrededor.
Julia decidió rendirse. Anne parecía
haber sufrido una experiencia cercana a
la muerte, incluidas todas las
sensaciones de amor infinito y las voces
del más allá. Lo único que faltaba era la
luz al final del túnel. Sin embargo,
aquella terrible experiencia que había
vivido Anne podía haber sido peor. Casi
había fallecido en un agujero bajo el
suelo y, en el ascensor, su madre le
había contado que los sedantes de Andreas casi mataron a Anne; sin
embargo, no hubo ningún signo de abuso
sexual, pues gracias a Julia lograron
detener a Andreas antes de que tuviera
la oportunidad de cometerlo.
Era el momento de sacarle todas esas
ideas de la cabeza. Julia le acarició con
ternura la frente a Anne mientras
susurraba:
—Me alegro de que te hayan
protegido, cariño. Y ahora te
protegemos nosotras.
Su abuela se acercó a la cama para
abrazar a su nieta pequeña.
—¿Te van a dar el alta hoy? —
preguntó.
—A media tarde —asintió Anne—. El
doctor me ha dicho que quieren que me quede unas cuantas horas más para ver
cómo evoluciono.
—Qué buena noticia, cariño.
Julia, mientras escuchaba ausente la
conversación entre su madre, su abuela y
su hermana, escribió un mensaje en el
móvil sobre el estado de Anne y se lo
envió a todos sus amigos, incluido
Thorsten, quien la había ayudado y
apoyado tanto antes de que llegaran los
demás que, sin él, no habría podido
soportarlo. Michael probablemente
leería el mensaje en el descanso del
trabajo. Julia le había pedido que le
contara al jefe las razones por las que
aquel día no había ido a trabajar, así que
Martin tendría que ponerle un turno en
uno de sus días libres para que recuperara las horas de trabajo
perdidas.
«¡m alegro d q ste bien!! ¿t viens a ksa
de flo? nos a invitado a su terraza. bs»,
le escribió Gaby minutos después.
«claro. ¿a q ora?», respondió.
El resto de mensajes no tardaron en
llegar. Todo el mundo estuvo de acuerdo
en quedar en la terraza de Florian a las
cuatro en punto. ¡Por fin había llegado el
momento de poder hablar con su mejor
amiga! Desde que Gaby y Axel eran
pareja, Julia ni siquiera había tenido
tiempo de preguntarle sobre su nueva
relación.
La joven sonrió. Con Anne a salvo, el
verano se le antojaba esperanzador.
Tenía un novio maravilloso, Gaby salía con su primo, le gustaba su trabajo y el
mes siguiente se iban todos de viaje a
Inglaterra.
«oye, tienes q contarm TODO sobr lo
d Axel ;)», le escribió a Gaby.
«¿m qdo a dormir en tu ksa? en ksa de
flo todos qrrian cotillear. ¿o acaso
michael m a sustituido? :p».
Mierda. Su abuela sabía que Michael
había pasado la noche en casa y a su
madre no le haría ninguna gracia si lo
descubría. ¿Sería capaz su abuela de no
decir nada? Nerviosa, comenzó a mirar
a su madre y a su abuela, primero a una
y luego a otra. En aquel momento
deseaba tener poderes telepáticos para
rogarle a su abuela que no le dijera
nada. —¿Ignaz podría dejarme más tarde en
la librería? —preguntó—. Quiero hablar
con Michael y pedirle perdón a Martin
por haberlo dejado colgado hoy.
Su abuela le sonrió con ternura.
—Claro. Seguro que tienes muchas
ganas de contarle cómo ha ido todo.
¿Qué les diría Michael a sus padres
cuando llegó a casa anoche? Menuda
historia, ¿eh?
Julia le guiñó un ojo a su abuela con
solemnidad. Quizá sí que había
funcionado la telepatía... o,
simplemente, su abuela había vuelto a
ser tan sabia como de costumbre para
evitar causar problemas innecesarios.
—Gracias —masculló modestamente.
Anne debía seguir descansando, por lo que la enfermera acompañó a la puerta a
las visitas. Al salir del hospital, vieron
a Ignaz en el aparcamiento. El vecino
dejó a Julia junto al casco antiguo y
prometió regresar al hospital más tarde
para llevar a Anne y a su madre a casa.
Julia silbaba una alegre melodía
mientras se dirigía a la librería. Quizá
fuera buena idea trabajar durante
algunas horas antes de visitar a Florian,
pues se sentía optimista y con energía.
Anne ya estaría en casa por la noche,
Gaby se quedaría a dormir y podrían
charlar sobre todo lo que quisieran.
Todo había acabado bien gracias a
Michael. Julia pensó en las palabras de
su abuela: Michael veía más allá que el
resto. ¿Se lo había contado a sus padres? ¿Y al resto de sus amigos? No
era probable. Había cambiado y ella era
la única que lo sabía. Además, aunque
no existiera explicación, no le
importaba. Así eran las cosas y eso era
lo que le daba chispa a la vida.

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