capítulo 10( parte 2)

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—Iremos a echar un ojo —les
prometió el inspector que lideraba el
grupo—. Puedo conseguir una orden de
registro de inmediato. Si tiene retenida a
la niña en la casa o en las
inmediaciones, la encontraremos.
—¿Podemos ir? —preguntó Julia
tímidamente.
El inspector negó con la cabeza.
—No le conviene: no es algo
agradable. Volveremos lo antes posible.
En cuanto se fue la policía, la señora
Gunther se dejó caer en el banco de la
cocina junto a Julia y Thorsten.
—Debería haberle prestado más
atención —masculló con gesto ausente
—. Tendría que haber estado más en
casa para que no pasara tanto tiempo sola.
A Julia se le partió el corazón cuando
oyó a su madre culparse a sí misma.
Debía reconocer que ella había pensado
exactamente lo mismo días atrás, pero su
madre no tenía la culpa y, además, no
había nada que hubiese podido cambiar;
al fin y al cabo, era una madre soltera
con dos hijas.
—No sigas, mamá —susurró y la
abrazó—. No seas tan dura contigo
misma. Era imposible saber lo que
estaba sucediendo en el bosque.
—Lo siento —respondió su madre con
un sollozo de desesperación en la voz.
Thorsten se puso en pie.
—Voy a volver a preguntarle a Sabine
qué sabe exactamente —dijo con decisión—. Quizá las preguntas
adecuadas le refresquen la memoria. Mi
madre me ha dicho que sabía más cosas
acerca de las visitas de Anne al bosque.
Julia levantó la vista.
—¿Vas a volver? —De forma
repentina, necesitaba su apoyo; Thorsten
le daba la fuerza necesaria para creer en
un final feliz.
El joven asintió.
—Ahora vuelvo —prometió.
La señora Gunther se levantó y, con
una esponja, empezó a fregar con saña
todas las encimeras de la cocina.
—No puedo quedarme quieta,
esperando —explicó cuando se fijó en
que Julia la observaba—. Como me
ponga a pensar, me voy a volver loca. Julia esbozó una lánguida sonrisa,
salió de la cocina y se sentó en el primer
peldaño de las escaleras, con el móvil
en la mano. Lo primero que hizo fue
llamar a Axel para contarle lo acaecido.
—¿Qué? —exclamó incrédulo—.
Llegaré lo antes posible. Íbamos de
camino al ensayo de Moritz, así que ya
estamos en el autobús.
—¿«Estamos»? —repitió Julia.
—Sí, Gaby y yo. Llegaremos en nada y
menos, ¿vale?
Cuando sonó el timbre, tanto Julia
como su madre casi se tropezaron de
camino a la puerta, pero no era la
policía, sino Thorsten, acompañado de
Sabine, quien los miraba nerviosa.
—No sabía que estaba haciendo algo peligroso —dijo la joven vecina con la
voz entrecortada—. Siempre estaba feliz
cuando volvía del bosque y me decía
que no podía contarle a nadie su secreto.
La señora Gunther la consoló
acariciándole la cabeza.
—No podías hacer nada, cariño. ¿Por
qué no nos lo cuentas ahora? Dinos todo
lo que sabes de Anne y del lugar al que
iba.
—Pues me dijo que si me encontraba
con algún tipo de puerta en el bosque, no
debía entrar, porque el príncipe se
enfadaría.
—¿Una puerta? —Julia pensó en la
entrada de la que Anne hablaba en su
diario.
—Sí, eso es lo que dijo. Pensé que era raro, porque las puertas están en las
casas, no en el bosque, así que creía que
me estaba hablando del cuento que
estaba escribiendo y dibujando.
—¿Es posible que haya una cabaña
abandonada en el bosque o algo así? —
sugirió Thorsten.
—Ni idea —respondió Julia—. Nunca
me he encontrado con nada parecido,
pero la verdad es que no me suelo salir
de la senda cuando corro o voy en
bicicleta.
—¿Por qué no vamos a buscarla? —
Sabine miró al círculo de adultos que la
rodeaban, con el labio tembloroso.
Thorsten asintió.
—Eso haremos, pero tú te vas a casa.
Hoy no pienso perder a más niñas en el bosque.
Sabine le suplicó a su hermano, pero
le resultó inútil. Enfurruñada, lo siguió
hasta su casa.
Axel y Gaby no tardaron en aparecer
en el umbral. Gaby corrió hacia su
mejor amiga y la abrazó con fuerza
mientras Julia, sin decir nada, escondía
el rostro en el cabello oscuro de Gaby.
—Madre mía, Gab, hoy está siendo
una pesadilla —dijo en voz baja tras
sorberse la nariz.
Axel abrazó a su tía y durante algunos
segundos reinó el silencio. Entonces
Julia acompañó a Gaby y a Axel a la
cocina para mostrarles los dibujos y el
diario, mientras su madre les preparaba
té. —Puto enfermo —espetó Axel
mientras apartaba el diario tras terminar
de leerlo—. ¿Sabes? Espero que lo
encierren durante los próximos treinta
años. Gente así debería pasarse la vida
en la cárcel. —Entonces se calló, con el
rostro pálido como la luna. Gaby le
tomó la mano con ternura y se la apretó
en un gesto alentador, lo que hizo que
Axel se apoyara en su hombro y le
dirigiera una leve sonrisa.
Julia observó a sus dos amigos desde
el otro lado de la mesa y notó que el
fantasma de una sonrisa le cruzaba el
rostro: parecía que la película de la
noche anterior les había venido bien.
Volvió a sonar el timbre y, en aquella
ocasión, se trataba del inspector Spitzer, que había visitado la casa del joven en
Eichet, seguido de Thorsten. El hombre
entró en la cocina con gesto adusto.
—¿Y bien? —La señora Gunther lo
miró con inquietud.
—No hemos encontrado a Anne. —
Tomó una silla y se sentó, cansado—.
Hemos registrado toda la casa, pero no
hemos descubierto nada sospechoso, o
no mucho. Sí que hemos encontrado
setas alucinógenas en el dormitorio del
chico; se llama Andreas Mittelmayer y
lo hemos detenido para interrogarlo en
comisaría, así que las mantendremos
informadas y las llamaremos más tarde.
—El agente pausó para darle un trago a
la taza de té que Julia le había servido y
continuó en voz suave—: Dicho esto, hemos encontrado otros objetos en la
casa que nos han hecho sospechar:
distintos tipos de cloroformo... Pero la
señora Mittelmayer es veterinaria, así
que a veces necesita narcóticos para
ejercer su profesión. Además, el
cloroformo no sirve para drogar a la
gente por sorpresa; es una leyenda
urbana.
Cuando se fue el inspector Spitzer, los
cinco siguieron sentados en la mesa de
la cocina, aturdidos. Si Anne no estaba
en casa de Andreas, ¿dónde se hallaba
entonces? ¿Era posible que siguiera en
el bosque?
—Vamos a buscarla —gritó Thorsten
—. A Anne o a la puerta misteriosa de
la que hablaba... Lo que sea. Tenemos que actuar.
—Voy a llamar a la abuela y a la tía
Verena —anunció la madre de Julia y
tomó de la mano a su hija—. No estéis
fuera mucho tiempo, ¿vale? Y haz el
favor de llevarte el móvil.
Julia asintió. Thorsten y ella se
montaron en sus respectivas bicicletas,
mientras que Gaby y Axel tomaron
prestada la de la señora Gunther: Gaby
se sentó en el portaequipaje y se agarró
bien fuerte a Axel, al mando del
vehículo.
Julia dejó de pedalear por un instante
al recordar su cita con Michael, que iría
a su casa aquella noche. Pensó que quizá
fuera mejor cancelar la cena, pero la
joven quería verlo, que la consolara y la abrazara, igual que había hecho
Thorsten. Seguro que encontraban a
Anne en el bosque y la pesadilla llegaría
a su fin antes de que apareciera Michael.
Cuando llegaron al bosque, siguieron
por la senda principal durante algunos
minutos hasta que Thorsten se bajó de la
bicicleta.
—Vamos a dejarlas aquí y seguimos a
pie. —Señaló una oscura arboleda a
través de la cual no veían nada—.
Sabine me ha contado dónde está la casa
del árbol que estaban construyendo, así
que podemos usarla como punto de
encuentro desde el que partir cada uno
en una dirección para buscar a Anne.
—Buena idea —coincidió Axel—. El
lugar donde se reunía Anne con ese asqueroso no puede estar muy lejos de
allí.
No tardaron en llegar a la cabaña y
dispersarse. Thorsten tomó la dirección
oeste, Julia fue al norte y Gaby y Axel se
dirigieron al este. Como procedían del
sur, donde se encontraban todas las
sendas ciclistas y de senderismo,
omitieron esa dirección. Todos llevaban
un reloj o un teléfono móvil para saber
siempre qué hora era: los cuatro habían
acordado caminar media hora y
regresar, para estar de vuelta en la casa
del árbol en cuestión de una hora.
Julia fue la primera en volver al punto
de encuentro después de ir al norte sin
encontrar nada. Había acelerado el
ritmo e incluso corrido en el último tramo, así que no le sorprendía que aún
no hubiera nadie más. Se enjugó el sudor
de la frente, se sentó en el tocón de un
árbol y miró el móvil en busca de
noticias de los otros componentes del
grupo.
Tenía dos mensajes nuevos. El
primero de ellos era de Michael:
«llegare a las 4:30. martin m dja salir
ants :) ¡¡asta aora!! bs».
El segundo era de Gaby: «jules, e
encontrado 1 horquilla q s parece a las d
anne. E markdo el lugar y stoy
volviendo. llama a la poli».
A Julia se le revolvió el estómago:
parecía que Anne sí que se había
adentrado en lo profundo del bosque.
Menos mal que Gaby y Axel habían encontrado una prueba que ayudara a la
policía a saber dónde buscar a su
hermana.
«michael, an pasado muxas cosas y
ninguna buena... mi hermana a
dsaparecido. pued q la ayan raptado.
ven lo ants posible. t rcojo en la parada
d autobus. bs, julia», le respondió antes
de llamar a Gaby.
Su amiga descolgó al primer tono.
—Hola, Jules —jadeó—. Llegamos
dentro de cinco minutos. La horquilla es
de Hello Kitty y Axel está seguro de que
es una de las que le regaló por Navidad.
—Me alegro de que hayáis encontrado
una pista —dijo Julia en voz ronca—.
Aquí os espero.
Nada más colgar, vio a Thorsten acercarse a lo lejos y sacudir la cabeza
para indicar que no había encontrado
nada.
—Gaby y Axel han descubierto algo
—le gritó.
El joven aceleró el paso y se sentó a
su lado, en el tocón.
—¿Sí? ¿El qué?
—Una horquilla de un juego que Anne
se pone mucho, pero no recuerdo si
llevaba horquillas esta mañana.
—Pues deberíamos llamar al
inspector. Lo mismo ese tal Andreas ha
confesado ya.
Gaby y Axel no tardaron en regresar a
la cabaña del árbol. En silencio, Axel le
entregó la horquilla a Julia, quien la
reconoció de inmediato. —Sí, es suya. Dios santo...
—Hemos dibujado un mapa de cómo
hemos llegado a ese lugar —dijo Gaby
mientras agitaba un recibo de compra,
en cuyo dorso había escrito las
indicaciones.
—Vámonos a casa. —Julia se puso en
pie—. Tenemos que llamar a la policía.
Los cuatro pedalearon lo más rápido
que pudieron. Cuando regresaron, la
señora Gunther se encontraba en el
jardín, hablando con la señora Ebner. La
madre de Julia palideció cuando su hija
le mostró la horquilla.
—Oh, no —susurró conmocionada—.
¿Qué...? ¿Dónde la habéis encontrado?
—En el bosque —respondió Axel—.
Pero no hemos visto a Anne.

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