capítulo 8 (parte 2)

238 8 0
                                    

Se sentaron bajo un enorme castaño y
se pasaron toda la tarde en la hierba,
hablando, besándose, acariciándose y
leyendo poemas de los nuevos libros de
Julia. Michael se había llevado las
raquetas de bádminton, pero hacía
demasiado viento como para poder
jugar. El joven fue el primero en tirar la
toalla.
—Esto cansa más de lo que parece —
resopló tras cinco minutos de partido
con el viento de cara—. Pensaba que era
fácil jugar, por eso de que la pluma es
tan ligera.
—Y por eso mismo tienes que golpearla con mucha fuerza —dijo Julia
entre risas—. Pobrecito. —Le enjugó el
sudor de la frente y se sentó bajo el
castaño, seguida de Michael. La brisa
acariciaba las hojas sobre ellos.
—¿Sabes una cosa? El lugar de tu
accidente siempre ha sido muy especial
para mí. —Le tomó la mano—. Ese
roble cerca del punto en el que te caíste
de la moto... era mi refugio, bajo cuyas
ramas me cobijaba, no de la lluvia, sino
de la vida. Era mi árbol de los abrazos.
Michael le apretó la mano.
—¿Por qué en pasado? —preguntó—.
¿Ya no sientes lo mismo en ese lugar?
Julia se encogió ligeramente de
hombros.
—Creo que mi árbol está enfermo: las hojas se han puesto amarillas. Y,
además, ya no quiero huir al bosque
cada vez que me sienta triste. Solo... —
Se mordió el labio y pausó durante un
segundo—. Solo quiero vivir una vida
real, no perderme en fantasías.
Michael la miró por el rabillo del ojo
y, por un instante, parecía melancólico.
—Las fantasías pueden formar parte
de la vida real —objetó—. Así la vida
es más aún más bella, ¿no?
Julia sacudió la cabeza.
—Claro que sí, pero no es eso lo que
quiero decir.
—¿Y qué quieres decir?
—Pues, por ejemplo, te veía de forma
distinta porque vivía inmersa en mis
propios sueños.
Michael no dijo nada, pero su curiosa
mirada impacientó a Julia.
La joven respiró hondo.
—¿Sabes lo que es eso? Durante dos
años, creí estar enamorada de ti. En mis
sueños, eras el protagonista de un cuento
mágico, pero no eras más que eso: no
era de ti de quien estaba encaprichada,
sino del personaje de mi propia obra.
Julia temblaba con cada palabra que
pronunciaba. ¿De verdad estaba
confesándoselo? ¿Se había atrevido a
revelar sus sentimientos? Eso parecía.
Aquella revelación era para estar muerta
de miedo, pero no lo estaba; en realidad,
le parecía lo más adecuado.
—No sabía quién eras —concluyó con
timidez—. Y, cuando descubrí que no eras el príncipe azul que imaginé que
serías, te culpé por ello.
Michael se ruborizó, avergonzado.
—Lo siento —masculló—. Sé que te
hizo... te hice daño.
Julia se acercó aún más a él y le puso
las manos en el torso.
—Tranquilo —susurró. En ese
momento se desvanecieron los últimos
restos de inseguridad y rabia: ya no lo
culpaba—. Toda esta situación es nueva
para mí. Para serte sincera, estoy
enamorada de ti por primera vez. Lo
haces todo más fácil: eres más amable,
más simpático, todo por el accidente. O,
no sé...
Titubeó. El iris de los ojos de Michael
era más verde que nunca y su mirada estaba llena de un ansia de vida de la
que no se había percatado en todos los
años que hacía desde que lo conocía. Y,
de pronto, tuvo la seguridad de que no
estaba hablando con Michael, sino que
estaba sentada al lado de otra persona
que no era él.
Pero aquello no tenía sentido. ¿Por
qué pensaba cosas tan raras? Ya había
culpado al casi fatal accidente de su
actual mejor carácter, así que, si le
hablaba a Michael de la absurda idea
que acababa de tener, probablemente
pensaría que estaba loca.
Michael le interrumpió los
pensamientos con un abrazo y un tierno
beso.
—No tienes idea de todo lo que significan para mí tus palabras —
susurró junto a sus labios.
Aturdida, Julia le devolvió el beso.
—¿De verdad? —masculló.
Michael asintió.
—Me has despertado, Julia —cerró
los ojos—, del sueño de la muerte.
La forma en que lo describía daba a
entender que no solo lo había salvado de
una muerte prematura, sino que también
lo había despertado para que pudiera ser
él mismo. Jamás se habría imaginado
que Michael pudiera concebir la vida de
una manera tan poética.
—¿Dónde quedamos mañana? —
preguntó mientras se dirigían a la salida
del parque al final de la tarde. Julia no
trabajaba los miércoles, pero Michael estaría todo el día ocupado.
—¿Puedes estar en mi casa a las seis?
—sugirió Julia—. Si coges la línea 5 de
autobús y te bajas en la última parada,
me llamas y bajo a buscarte.
—Me parece bien. Aún no sé cómo
llegar a tu casa, así que... —Michael la
abrazó por última vez y le susurró al
oído—: Te echaré de menos esta noche.
—Lo mismo digo. Pásatelo bien en
casa de tus tíos. —Michael y sus padres
iban a cenar con ellos. Había invitado a
Julia, pero aún no estaba preparada para
conocer a su familia, así que rechazó la
invitación.
En cuanto perdió de vista a Michael,
se sentó en la parada de autobús frente
al parque. El vehículo no tardaría en llegar. Su teléfono móvil reflejaba una
llamada perdida de Gaby, así que le
devolvió la llamada, pero saltó el buzón
de voz. Una alegre sonrisa le cruzó el
rostro cuando colgó y contempló la
pantalla del móvil: había puesto como
fondo de pantalla una foto de Michael.
Después se pasaría por casa de su
abuela, de modo que podría contarle
todo lo que había sucedido en su vida
desde que hablaron por última vez.
Cuando se subió al autobús, le sonó el
móvil:
«¿Puedes ir a recoger a Anne a
Eichet? Yo salgo a las 9». Era su madre:
¡qué coincidencia! Así podría hablar
con su abuela incluso antes de lo que
pensaba. En cuanto llegara a casa, calentaría unas sobras en el microondas
y cogería un autobús al pueblo de al
lado para recoger a Anne y hablarle a su
abuela acerca de su nuevo novio.
En cuanto Julia respondió a su madre,
Gaby le volvió a llamar.
—Hola, Jules —gorjeó—. Axel nos ha
invitado a ver una película en su casa
esta noche. ¿Tienes plan?
Julia se rio.
—¿Estás segura de que Axel nos ha
invitado a las dos? —bromeó.
—Pues claro —replicó Gaby con
desdén—. ¿No pensarás que te estoy
pidiendo que me acompañes porque me
da miedo ir sola?
—¡Qué va!
—Ja, ja, qué graciosa. ¿Te vienes? —¿Qué película vamos a ver?
—Una de miedo, me ha dicho. Ya
sabes, una de esas versiones de
películas de terror asiáticas.
—Ah, tiene mucho sentido. Seguro que
espera que lo cojas de la mano o que te
lances a sus brazos muerta de miedo.
Julia se apeó del autobús y escuchó,
paciente, las objeciones de Gaby.
—¿A qué hora nos espera? —
interrumpió antes de que a su amiga le
diera otro ataque de histeria.
—A las ocho y media.
—Vale, allí estaré. Mañana no
trabajo.
—Genial. —Gaby parecía aliviada—.
¡Hasta luego!
Julia colgó con una amplia sonrisa Dobló la esquina de su calle y notó
cómo le rugían las tripas cuando olfateó
el aroma de salchichas a la parrilla
procedente de la barbacoa de algún
vecino. El rastro de humo que se alzaba
en espiral hacia el cielo parecía venir
del jardín de enfrente de su casa.
—Hola, vecina —gritó una voz
familiar. Entonces, junto a la puerta
apareció Thorsten, que la saludaba con
un par de pinzas de barbacoa en la mano
—. ¿Tienes hambre?
Julia asintió con vacilación.
—Un poco —reconoció.
—¿Quieres cenar con nosotros?
Sabine se ha ido a la piscina con mi
padre, así que estamos solos mi madre y
yo.
A Julia le dio un vuelco el corazón.
Debía decir que no, pues, al fin y al
cabo, había prometido alejarse de
Thorsten; pero, por otro lado, no le haría
ningún daño cenar con él, ya que su
madre estaría presente como carabina.
Además, sería la oportunidad perfecta
para hablarle de su romántica tarde con
Michael y aclararle la situación en la
que se encontraba. No tenía sentido ir a
casa y comer sobras cuando podía
pasárselo bien con los vecinos y cenar
comida recién hecha.
—Me encantaría —respondió—.
Espera un momento, que voy a dejar el
bolso en mi habitación y ahora vuelvo.
Julia entró en casa y subió a su
dormitorio para dejar el bolso en la mesa y cepillarse el pelo. Se miró al
espejo; su aspecto era el de una
enamorada: le brillaban los ojos y tenía
las mejillas sonrosadas.
Al día siguiente, su madre conocería a
Michael, así que tenía que planificar una
estrategia. No sería buena idea comentar
que ya habían salido antes y peor aún
sería revelar que habían pasado una
noche juntos, pues su madre aún creía
que, aquel día, su hija se había quedado
a dormir en casa de Florian después de
una fiesta.
Julia se dirigió al pasillo y vio que la
puerta de la habitación de Anne estaba
abierta. Su hermana no había cerrado
bien la ventana y el viento había volado
algunos de sus bocetos, que estaban esparcidos por el suelo de la habitación.
Rápidamente, Julia entró en la estancia
para recogerlos y volver a dejarlos en la
mesa.
Los dibujos eran impresionantes. Anne
había dibujado dos bocetos de árboles
en el bosque y un retrato de un chico de
pelo largo y rubio, como Legolas, y ojos
azules, como Thorsten. Anne estaba
inmersa en su propio cuento, estaba
claro. Julia se obligó a no mirar los
demás cuadernos de dibujo que había en
el escritorio, así que dejó las hojas en la
silla de Anne, cerró la ventana y salió
del dormitorio.
Cuando pisó el jardín delantero de la
familia Ebner, la madre de Thorsten
estaba sentada en la terraza, con una copa de vino en la mano.
—Así que eres la hermana de Anne —
dijo con amabilidad—. Encantada de
conocerte.
Julia cogió otra tumbona y,
agradecida, aceptó la lata de Coca Cola
que le ofrecía la señora Ebner.
—Gracias por invitarme.
—No hay de qué. ¡Me alegro de
conocerte al fin! La verdad es que
Thorsten me ha hablado mucho de ti.
¿No eres la chica a la que le gusta salir
a correr cuando hay lluvias torrenciales?
Julia se rio.
—Bueno, veo que te he causado una
buena primera impresión.
Thorsten se acercó a la terraza con una
fuente de salchichas y escuchó las últimas palabras que acababa de
pronunciar la joven.
—Le he contado a mi madre que te
admiro mucho. —Sonrió con alegría.
Julia se ruborizó.
—¿Ah, sí?
Thorsten la miró a los ojos.
—Sí —respondió con seriedad.
Aprisa, apartó la vista y casi se
atraganta con la Coca Cola, que bebía a
grandes tragos. ¿Por qué la seguía
poniendo nerviosa? Quizá no había sido
tan buena idea, al fin y al cabo.
—Me muero de hambre —anunció en
el silencio que los rodeaba—. Y no sé
por qué, la verdad. He estado comiendo
con Michael en el parque toda la tarde,
así que debería estar llena.

El Chico Del Bosque Donde viven las historias. Descúbrelo ahora