capitolio 4( parte 3)

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Julia sofocó un sollozo y lo apartó: no
quería que viera sus lágrimas. ¿Cómo se
atrevía a volver a invadir su vida tras
haberla plantado sin piedad hacía tan
solo unos días?
—Adiós —dijo con la voz ahogada
antes de, furiosa, salir de la habitación y
bajar las escaleras. Sin mirar atrás,
abrió la puerta principal y echó a correr
por Giselakai. Le había cedido a
Michael la noble tarea de explicarle a su
madre por qué se daba a la fuga. Iba a
ser la última vez que pisaba aquel lugar:
Michael era demasiado peligroso como
para quedar con él, porque aún tenía
acceso a su corazón.
Sentada en el banco de la parada de
autobús, Julia se fijó en que tenía dos nuevos mensajes en el teléfono móvil y
los abrió.
«felicidads x el nuevo trabajo, wapa!
bs Gab».
«no queria hacert daño. lo siento. bs
mick».
Se quedó mirando el segundo mensaje
con los ojos rojos y se fijó en la hora en
que se lo había enviado: nada más salir
por la puerta. Parecía preocuparse de
verdad por sus sentimientos, pero ¿por
qué entonces y no antes?
Julia suspiró y, con decisión, guardó
el teléfono. Si pudiera apartar sus
sentimientos por Michael con la misma
decisión, su vida sería mucho más fácil.
Aquella noche, Julia llegó al bar con
un vestido nuevo. No había ni rastro del mal tiempo del día anterior, era una
cálida noche de verano y toda la
juventud de Salzburgo parecía haberse
reunido en O’Malley’s. Julia podría no
haber tenido ni una sola preocupación
de no ser porque aún seguía pensando en
su visita a Michael.
—¡Hola, chicos! —gritó con
entusiasmo mientras se dirigía a la mesa
en la que estaban sentados Axel, Florian
y Moritz—. ¿Aún no han llegado las
chicas?
—Las hemos mandado a que nos
traigan unas bebidas. —Axel sonrió.
Julia levantó una ceja.
—Ya veo. La caballerosidad ha
muerto.
Florian puso los ojos en blanco.
—Axel está de coña; Tam y Gab aún
no han llegado. ¿Os apetece tomar algo?
—Tiró de la cresta morada de Moritz y
ambos se dirigieron a la barra, cogidos
de la mano y dirigiéndose tiernas
sonrisas.
—Dime, ¿cómo estás? —preguntó
Axel con seriedad cuando Julia se sentó
en el taburete junto a él. La joven había
hablado con su primo por Facebook
después del accidente acerca de la
operación de rescate en el bosque, pero
aún no habían charlado acerca de cómo
la había afectado toda esta situación.
—Estoy bien. —Se encogió de
hombros—. ¿Qué quieres que te diga?
El mundo es un pañuelo.
—Un pañuelo muy extraño —añadió
Axel con el ceño fruncido—. Que, de
toda la ciudad, fueras tú la que llegara
en su rescate... Además, Kolbe está
teniendo un comportamiento muy raro
últimamente. De hecho, no podría ser
más raro.
Julia parpadeó con incredulidad.
—¿Qué... qué quieres decir? —
balbuceó y miró hacia la barra. Entonces
se le revolvió el estómago al observar
unos rizos castaños que le resultaban
muy familiares—. ¿Qué? ¿Está aquí?
—Ya lo ves —respondió Axel con
ironía—. Y, como te he dicho, con un
comportamiento muy raro. Qué bien.
Julia apretó los dientes y miró a
Michael consternada. Todo esto era
absurdo. ¿Por qué no podía desaparecer
de su vida para siempre? ¿Y qué pintaba
allí justo después de un accidente casi
fatal? El día antes había yacido,
sangrando, en su regazo: debería
habérselo tomado con calma, haberse
quedado en casa y haberse ido a la cama
en cuanto hubiese acabado Barrio
Sésamo. Julia tuvo que contenerse las
ganas de acercarse a él para ofrecerle
asesoramiento médico no solicitado.
—Cuando llegué hace media hora,
estaba jugando a los dardos con dos
amigos —continuó Axel, sin darse
cuenta de la confusión que sentía Julia
—. Me saludó y me quiso invitar a una
copa y a que jugara con ellos. En serio,
ha sido como en La dimensión
desconocida. De hecho, incluso he estado hablando con ellos hasta hace
cinco minutos, que es cuando llegaron
Florian y Moritz.
—Pensaba que solo se relacionaba
con otros tíos guais.
Axel sonrió con satisfacción.
—Sí, lo sé. A ver, me gusta cómo soy,
pero entiendo perfectamente que su
alteza real Kolbe no considere guais a
los que leen libros, arreglan
ordenadores y construyen maquetas de
aviones. —Señaló a Michael con el
pulgar—. Hasta ahora, parece.
—¿Y cómo lo has visto? —preguntó
Julia casi en un susurro—. ¿Te ha dicho
algo?
Axel bajó la cabeza y miró con el
ceño fruncido el posavasos de papel que
estaba haciendo trizas con los dedos.
—Sí, claro que hemos hablado. Puede
que te suene extraño, pero me ha dado la
impresión de que estaba distinto. —
Levantó la vista y miró a su prima—.
¿Crees que ha podido causárselo el
golpe en la cabeza?
Julia tomó aire: Axel también se había
dado cuenta de que Michael tenía un
comportamiento extraño. ¿Qué podría
significar?
En ese momento, Florian y Moritz
regresaron a la mesa y, para su
inquietud, vio cómo Michael los seguía
y la miraba directamente a los ojos.
Hasta que llegó a la mesa.
—Hola —dijo mientras apoyaba los
brazos en la madera de la mesa del bar y
le acariciaba los dedos con los suyos—.
¿Qué tal?
Julia rezó para que no mencionara su
visita vespertina, porque eso supondría
tener que explicarles demasiadas cosas
a sus amigos, por no mencionar qué
pasaría si se enterase Gaby.
—Bien —respondió, esquivando su
mirada. Temía ruborizarse si lo miraba
a los ojos demasiado tiempo, pues
Michael estaba demasiado atractivo
aquella noche. Tenía esa inconfundible
sonrisa irresistible en los labios y su
mirada era limpia y amable. Cuando
Julia al fin se atrevió a observarlo, él le
tomó la mano.
—¿Te apetece jugar a los dardos? —
preguntó.
Julia sintió en su mano el calor de los
dedos de Michael.
—No sé jugar a los dardos —
murmuró.
El joven sonrió.
—Pues te enseño.
Julia negó con insistencia.
—No, te lo digo en serio, no sé jugar.
Soy un desastre total. Podrías ser el
mismísimo campeón del mundo de
dardos y ni aun así lograrías enseñarme.
—Yo puedo confirmarlo —asintió
Axel—. La última vez que jugué con
Julia, uno de los dardos acabó en mi
zapato en vez de en la diana.
—Puesto que ya te has escapado por
los pelos de la muerte una vez esta
semana, yo de ti no me arriesgaría —
añadió Florian guiñándole el ojo.
—Por cierto, ¿qué tal la cabeza? —
preguntó Axel con curiosidad—. ¿Te
dejan salir de casa? ¿Al médico le
parece bien?
Michael asintió.
—Sí. Ya casi se me ha curado la
herida. En el hospital lo consideran un
milagro y por eso esta mañana me
dieron el alta.
En el silencio que se produjo a
continuación, el grupo al completo lo
miraba boquiabierto. Axel se aclaró la
garganta, como si fuera a proseguir con
su interrogatorio, pero Michael se dio la
vuelta y se dirigió hacia el tablero de
dardos.
—Vuelvo a la partida —dijo con prisas repentinas y miró a Julia por el
rabillo del ojo—. ¿Seguro que no
quieres venir?
La joven negó con la cabeza y Axel,
Florian y Moritz lo vieron dirigirse al
otro extremo del bar, aún boquiabiertos.
—¿Que ya casi se le ha curado? —
repitió Julia—. Eso es imposible. Vi
cómo era esa herida.
—Algo que me desconcierta incluso
más que la milagrosa curación de su
herida en la cabeza es que se comporte
como un niño bueno —dijo Florian
aturdido—. Imagínate mi sorpresa
cuando aparece a mi lado en la barra y
empieza a hablarme porque sí. ¡Hasta
me ha felicitado por mi nuevo novio!
¡Kolbe, el homófobo!
—Ah. ¿De verdad odia a los gais? —
Florian nunca se lo había dicho y Julia
estaba empezando a descubrir todo tipo
de cosas sobre Michael, que no le
gustaban ni un pelo. De nuevo, parecía
tener una nueva cara que había surgido
de manera repentina.
—Bueno, nunca me ha amenazado o
vejado de forma evidente. —Florian se
encogió de hombros—. Solo me miraba
con gesto despectivo cuando empezó a
ser evidente que era de la otra acera. Ya
sabes, con su habitual actitud
condescendiente.
—Por lo que lo conozco, parece un tío
majo —protestó Moritz—. No veo que
sea nada arrogante.
—¡Ya! Eso es lo que digo —exclamó
Florian—. Está distinto. Ha cambiado.
—Dio un trago de cerveza y cogió un
puñado de cacahuetes del plato.
—¿Qué crees que ha podido pasarle?
—preguntó Axel, pensativo.
—¿Quién sabe? —masculló Julia—.
Ha vivido una experiencia cercana a la
muerte y le debe de haber afectado.
Florian abrió los ojos en un gesto de
sorpresa.
—Eso es, Jules. —Le dio un puñetazo
a la mesa con la mano llena de
cacahuetes—. Ha estado a las puertas
del cielo.
—¿Eh? ¿Tú crees? —bufó Axel.
—Sí. Y ha conocido a san Pedro o a
algún otro santo que le ha dicho que solo
podía seguir vivo en la tierra si prometía ser mejor persona.
Axel sonrió.
—Claro que sí, Flo. Debe de ser eso:
le ha chantajeado un apóstol. Mierda, no
me puedo creer que no se me ocurriera
antes.
Julia se rio, pero intentó parar cuando
vio el gesto de ofensa en el rostro de
Florian. No debía burlarse de él por su
teoría, pues ella pensaba algo similar,
aunque Axel consiguió que pareciera
algo gracioso.
—Hay muchas historias sobre
personas que regresaron de entre los
muertos. —Moritz apoyó a su novio—.
Afirman que vieron a sus familiares
fallecidos o una luz brillante y
tranquilizadora. Sea lo que sea con lo que ese tal Michael se haya encontrado,
parece haberlo cambiado.

El Chico Del Bosque Donde viven las historias. Descúbrelo ahora