capítulo 14

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Al día siguiente, Julia fue directamente
a preparar el picnic en su casa. El vuelo
había sido tranquilo y había llegado en
hora, y, antes de despedirse de todo el
mundo en el aeropuerto, Julia había
recaudado dinero para la cena.
Pensativa, se bajó de la bicicleta y se
dirigió a la entrada, cuando de repente
la despertó una alegre voz.
—Bueno, bueno. ¿Adónde vas tan
cargada?
Julia levantó la vista de las pesadas
bolsas que acababa de descargar del
manillar de la bicicleta y miró
directamente a los ojos azules de Thorsten. Su vecino observó con
curiosidad las bolsas del supermercado,
repletas de barras de pan y aperitivos.
—Ah, es para nuestro picnic de fin de
vacaciones —explicó—. ¿Quieres
venirte? Tenemos comida suficiente
para alimentar al barrio entero.
—Te creo —dijo entre risas mientras
Julia intentaba cargar con las tres bolsas
por su cuenta—. Espera, que te ayudo.
Los dos llevaron las bolsas a la mesa
del jardín, en la que Michael se ocupaba
de preparar un gran cuenco de
macedonia de frutas.
—Oye, gracias por ayudar a Julia, tío
—dijo cuando observó a Thorsten
cargar con dos bolsas—. La cabezota de
mi novia insistió en que podía encargarse de las compras ella sola.
Quería hacerlo por su cuenta porque
Michael aún no se encontraba del todo
bien tras su mareo en Londres el día
anterior. El joven le había ofrecido su
ayuda, pero la había rechazado porque
sabía que aún se encontraba mal.
Preparar la macedonia era la actividad
menos extenuante del día, así que le
había pedido que solo se encargara de
esa tarea.
—No hay de qué —respondió
Thorsten—. Me paso el día cargando
con cajas de verduras pesadas en el
supermercado. La madre de Julia es toda
una dictadora.
—Te he oído —entonó la señora
Gunther al salir al jardín—. Te vas a quedar sin prima, jovencito.
Justo en el momento en que Julia y su
madre terminaron de dejar toda la
comida en la mesa, llegaron Axel, Gaby
y Tamara en el coche de esta última.
—London calling —les gritó Tamara
desde el asiento del conductor antes de
aparcar junto a la entrada y bajarse del
vehículo con un paquete de seis latas de
cerveza Guinness que había comprado
en una de las tiendas sin impuestos del
aeropuerto esa misma mañana. Axel y
Gaby la siguieron, con bolsas repletas
de patatas fritas a la vinagreta.
—¿Más comida? —gritó Thorsten
fingiendo inquietud—. Menos mal que
estoy yo aquí para ayudaros a
acabárosla.
—Siempre es bueno que estés aquí —
le dijo Julia con una amable sonrisa.
Thorsten la miró por el rabillo del ojo,
a punto de ruborizarse.
—Oye, ¿traigo la guitarra? —dijo de
repente y echó a correr antes incluso de
que Julia pudiera asentir.
La joven parpadeó y se dirigió a
Michael, que la contemplaba pensativo a
pocos pasos de ella. De pronto se sintió
como una idiota por haberle dicho algo
así a Thorsten. No quería que sonase
como si estuviera coqueteando con él —
creía firmemente en todas y cada una de
las palabras que había dicho—, pero el
efecto que había causado en su vecino
era tan evidente que Michael lo habría
seguido notando aunque hubiese estado a kilómetros de distancia. Julia tan solo
esperaba que no se hubiera puesto
celoso, porque no tenía nada de lo que
preocuparse.
Con cautela, se acercó a él y lo besó
en los labios.
—Te quiero —susurró junto a su boca.
—Yo también te quiero —masculló el
joven, mirándola a los ojos con tanto
amor y ternura que Julia pensó que el
gesto de celos era solo parte de su
imaginación.
Cuando al fin llegaron Florian y
Moritz con un gran cuenco de ensalada
de patata casera, Thorsten volvió a
hacer acto de presencia. Después de la
cena, tocó varias canciones famosas con
la guitarra, de modo que todos pudieran cantarlas.
—Venga, ahora tócanos algo con
sentimiento —solicitó Tamara después
de que todos hubieran vociferado las
notas finales de Hey Jude.
Thorsten contempló el instrumento,
afinó las cuerdas superiores y comenzó
a tocar la canción que había compuesto.
No tardó en mirar inquisitivamente a
Julia, quien se ruborizó y negó con la
cabeza de forma casi imperceptible,
pero Michael ya la había incitado a
levantarse de su regazo.
—Canta —dijo con expectación.
El corazón de Julia le latía en la
garganta al sentarse junto a Thorsten:
estaba más nerviosa que cuando tuvo
que tocar su propia canción delante de
todos sus compañeros de clase en la
ceremonia de graduación. ¿Por qué le
resultaba tan difícil si se trataba de su
grupo de amigos de toda la vida?
Sus ojos pasaron de Michael a
Thorsten una y otra vez, hasta que, de
pronto, logró entender por qué la
situación era tan extraña: era la primera
vez que cantaría aquella canción para
los dos a la vez. Era el tema de Thorsten
con la letra de Michael, dos planetas a
punto de chocar sin que nada pudiera
evitar la fatal colisión.
—En el horizonte, casi tímidamente —
cantó con una voz alegre y dulce—, en
voz baja y suave te llamo. —El viento
mecía los árboles que rodeaban la casa
mientras su voz ganaba en fuerza y parecía hipnotizar al público. Julia
cantó y se dejó el alma en la música. Al
terminar la canción, todos la
contemplaron con admiración.
Thorsten la miró y le puso la mano en
el brazo.
—Gracias —dijo en voz baja—. Ha
sido precioso.
Julia se sonrojó: la última vez, su
agradecimiento había sido algo distinto.
Se quedó mirándolo con un interrogante
mudo en los ojos: «¿No podemos ser
solo amigos?».
Sus ojos azules parecían responderle
al mensaje: «Para mí siempre serás
especial».
Gaby rompió el silencio con un
aplauso, al que siguieron los demás. —¡Increíble! —dijo—. ¿La habéis
compuesto juntos?
Thorsten se encogió de hombros con
timidez.
—Algo así.
Mientras todos le preguntaban acerca
de su música, Julia se levantó
rápidamente y entró en casa a por un
vaso de agua de la cocina. Cuando se
dirigía de nuevo al jardín, Gaby la
estaba esperando en el vestíbulo.
—Jules —dijo—, no creo que invitar
a Thorsten haya sido la mejor de las
ideas.
Julia parpadeó.
—¿Por qué?
—Porque es muy evidente que sigue
enamorado de ti. Además, estás siendo demasiado amable con él y Michael se
está dando cuenta.
—Ah. —Julia se estremeció—. No.
¿Tú crees? Pero no es mi intención,
Gab. Me entiendes, ¿no?
Gaby se encogió de hombros de mala
gana.
—Sí, bueno. Pero lo que importa es si
ellos te entienden.
—No... no lo sé —dijo Julia con
tristeza. Después de todo, parecía que
no se había imaginado los celos de
Michael. A la joven no le gustaba nada
toda aquella situación y debía hablar
con él esa misma noche. Gaby tenía
razón: se estaba comportando como una
imbécil—. Se lo explicaré, te lo
prometo. —Vamos a jugar al póker —anunció
Florian a Julia y a Gaby cuando
regresaron a la mesa—. Jugáis, ¿no?
—Solo si voy en el equipo de Axel —
pidió Gaby.
—Claro que sí, su Oscuridad. Nadie
querría dejarte de lado —respondió
Florian mansamente. Axel le dio una
colleja a su amigo y sentó a su novia en
su regazo.
Estuvieron jugando durante horas,
hasta que la oscuridad hizo que no
lograran ver siquiera las cartas con la
luz de los faroles del jardín, así que
decidieron recoger. Gaby y Tamara se
encargaron de llevar los platos sucios a
la cocina, mientras que Julia introducía
las botellas vacías en una bolsa de plástico para guardarlas en el cobertizo
y que su madre pudiera llevárselas al
supermercado y reciclarlas.
De pronto, hizo un alto en su tarea
cuando escuchó dos voces tras el
cobertizo: eran Michael y Thorsten
charlando en privado. Nerviosa, se
inclinó hacia delante e intentó prestar
atención a lo que decían. No lograba
entender del todo las palabras de
Michael, pero parecía firme, mientras
que Thorsten sonaba disgustado.
—No te lo estoy pidiendo sin motivo
—oyó que Michael le decía a su vecino.
Thorsten suspiró con frustración.
—Perdona, pero ¿lo dices en serio?
¿Cómo te atreves a pedirme eso? Creo
que sabes... —Le tembló la voz—. Sabes lo que siento por ella.
—Y por eso te lo pido.
—¿Perdona? Mira, sé que no tienen
por qué importarte mis sentimientos,
pero...
—Espero que haya quedado claro —le
interrumpió Michael a mitad de frase.
Cuando se dio media vuelta y dobló la
esquina, Julia dio marcha atrás y trató de
escabullirse para pasar desapercibida,
pero era ya demasiado tarde: Michael se
topó directamente con ella.
—Ah, hola —balbuceó nerviosa
mientras pensaba en una excusa para su
presencia—. Tenía que... dejar las
botellas en el cobertizo, así que...
El joven miró primero la bolsa llena
de botellas de refresco y, a continuación, su rostro de culpabilidad.
—Me has visto hablar con Thorsten,
¿verdad? —preguntó con voz tranquila.
Julia se sonrojó.
—Sí, vale. Pero no os estaba
espiando.
—No te preocupes. Tenía que hablar
con él para pedirle una cosa relacionada
contigo.
Sí, aquello estaba claro: Michael le
había pedido a Thorsten que se alejara
de ella y por eso su vecino parecía tan
afligido. Su novio estaba celoso y lo
cierto era que tenía sus motivos.
—Lo siento —susurró—. No debí
haber... Ya sabes...
—No te culpo de nada —masculló.
Y entonces la besó. Con sus labios exploró los de Julia mientras le
acariciaba la espalda con las manos. El
mundo que los rodeaba pareció contener
la respiración, ya no soplaba el viento y,
en el azul cielo nocturno, moteado por el
rojo del crepúsculo en el horizonte,
había surgido la luna llena y titilaban las
estrellas. Julia sintió la respiración de
Michael en la mejilla tras el beso.
—Te quiero con toda mi alma —dijo.
—Yo también te quiero. —Julia
sonrió—. ¿Por qué estás tan serio esta
noche?
—Porque sí. Solo quiero que sepas
que todo lo que digo es verdad.
Regresaron cogidos de la mano a la
mesa, donde sus amigos se estaban
tomando la última taza de café. Thorsten había desaparecido y Julia sabía por
qué. Quizá debía pasarse por su casa al
día siguiente para enfriar los ánimos.
—Nos vamos dentro de unos minutos
—dijo Tamara—. Algunos tenemos que
trabajar mañana.
Gaby arrugó el gesto.
—¿Pero por qué tuve que firmar un
contrato de dos meses con el establo?
Ya he estado en Londres, no necesito
más dinero.
—Pues ahorra para el próximo viaje
—sugirió Axel—. Podíamos irnos juntos
a algún lado.
A Gaby se le iluminó el rostro.
—¡Claro que sí! Vale, seguiré
limpiando las cuadras de los cojones
durante algunas semanas más. — Contempló a Axel con una apasionada
mirada de deseo. Julia no pudo evitar
girar la cabeza y observar a Michael del
mismo modo, y él, en respuesta, se
inclinó para besarla con dulzura.
Cuando se acabó el café, se fueron los
invitados. Michael fue el último en
partir y Julia se despidió de él en la
entrada mientras su novio tocaba el
claxon desde el coche de su madre.
Aún sentía sus labios en la boca
cuando subía las escaleras. Tarareando
una melodía, encendió la luz de su
habitación y, con poco entusiasmo, tocó
unas cuantas notas en el teclado del
rincón. La canción que tarareaba era el
tema que había compuesto justo antes
del viaje a Londres, la triste melodía  que había tocado en el piano de Michael
tras su tarde en el bosque y a la que
había llamado Despedida, porque en
ella parecía estar dejando algo atrás.
Julia se sentó y volvió a tocarla; la
melodía vagó a la deriva por la ventana
abierta, hacia el cielo en el que brillaba
la pálida luna, hasta el linde del bosque
en que se había despedido de tantas
cosas aquel verano y había aprendido
otras tantas nuevas lecciones. Se
encontraba en el umbral de un nuevo
episodio y era el momento de pasar
página.
Justo entonces oyó la tos de su madre,
que se encontraba junto a la puerta del
dormitorio.
—Qué canción tan bonita, cariño — observó—. ¿Es nueva?
Julia miró a su madre, pensativa, y
negó con la cabeza.
—No, no creo. Parece antigua. Se
llama Despedida.
La señora Gunther asintió.
—Creo que te entiendo.
Julia sonrió.
—Buenas noches, mamá.
Se levantó, apagó el teclado y se
preparó para meterse en la cama.
Mientras corría las cortinas y cerraba la
puerta de la habitación, oyó a su madre
cantar con dulzura la melodía en el
pasillo. Con un suspiro de satisfacción,
se arrastró hasta la cama y hojeó su
libro de recortes hasta que comenzaron a
pesarle los párpados. En ese momento
Apagó la luz y dejó paso a los sueños

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