capítulo 3 (ultima parte)

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Bajo los árboles, hacía calor y humedad y todo estaba oscuro. Las hojas
silbaban en el viento mientras seguía
cayendo la lluvia y, de cuando en
cuando, los relámpagos iluminaban el
bosque. A cada paso, Julia dejaba
hondas huellas en el barro mientras
intentaba mantener el equilibrio y no
resbalarse.
Jadeante, Julia se frenó. Se apoyó en
un robusto castaño y, entre maldiciones,
se frotó el tobillo. Mierda: había estado
a punto de torcérselo por culpa del
resbaladizo barro. Salir a correr con
aquel tiempo horrible había sido una
pésima idea: si hubiera cogido el
autobús, en esos momentos habría
estado sentada en el sofá, con ropa seca,
bebiendo chocolate caliente en su taza favorita. Pero, en su lugar, estaba allí,
empapada, medio temblorosa e incluso
algo asustada por la fuerte tormenta. En
la opresiva oscuridad del temporal, los
árboles parecían rodearla como un
ejército hostil de sombras amenazantes.
De hecho, el bosque parecía estar a
punto de escupir un malvado krampus en
cualquier instante. Aquel habría sido el
momento perfecto para encontrarse con
una criatura mítica del bosque que, con
su varita mágica, la trasportara a casa,
pero, por desgracia, aquello no iba
suceder.
Julia se palpó los bolsillos de los
pantalones en busca del iPod de Gaby,
pues la música siempre le ahuyentaba
los malos pensamientos. Lo encendió y comenzó a correr con precaución en la
oscuridad cuando sonaron las primeras
tristes notas de A forest de The Cure. No
se trataba de la canción más alegre del
mundo, pero el hecho de que un tema
acerca de un bosque fuera el primero en
sonar en modo aleatorio era demasiada
coincidencia como para saltar a otra
canción.
Julia se enjugó las gotas de lluvia de
las mejillas y prosiguió con su difícil
camino. El ritmo de la canción la
espoleaba y la ayudaba a correr aún más
rápido mientras el corazón le latía de
forma salvaje en el pecho ante un miedo
desconocido.
En sus oídos zumbaba la voz del
cantante. «Estoy perdido, yo solo en un bosque. Corro hacia la nada una y otra
vez». Apretó los puños y entrecerró los
ojos para evitar la lluvia que caía del
cielo. Dentro de unos minutos estaría en
casa.
Entonces, algo le llamó la atención.
Julia se quedó inmóvil. Un relámpago
fulgurante incendió el bosque con un
fuego helado e iluminó una figura
tendida en el suelo, la mancha negra de
una persona junto al camino. Justo en
medio de la senda, había una
motocicleta.
Julia estaba paralizada y respiraba de
forma entrecortada. Con la torpeza de
sus dedos temblorosos y escurridizos,
apagó el reproductor de música. Se
encontraba junto a su roble favorito,
pero en la penumbra aquel lugar le
pareció siniestro. Se le secó la garganta
al ver la figura inconsciente en la senda
y arrastró los pies en su dirección, paso
a paso. Seguía con los ojos las marcas
de neumático que había dejado la moto
en el barro. A Julia se le paró el corazón
cuando se acercó lo bastante como para
reconocer la Honda.
No, aquello no podía estar
sucediendo. Julia recorrió a la carrera
los últimos metros que la separaban del
chico que yacía en el suelo, se arrodilló
junto al cuerpo sin vida y el horror se
apoderó de ella cuando le vio el lado
izquierdo de la cara cubierto de sangre:
se había golpeado la cabeza en una
piedra irregular y aquella herida tenía muy mala pinta.
—¿Michael? —susurró con ternura
mientras le acariciaba la frente con la
mano temblorosa—. ¿Me oyes?
Michael no se movía lo más mínimo y
sus labios parecían azules bajo la luz
macabra de los rayos de la tormenta.
Solo quería saber si respiraba, pues no
oía su aliento entre el estrépito de la
lluvia y el viento del bosque.
Temblando, se sacó el móvil del
bolsillo de la chaqueta y activó el flash
de la cámara. La intensa luz iluminó el
rostro de Michael y a Julia se le
llenaron los ojos de lágrimas. Tenía un
aspecto tan apagado, tan vulnerable...
Por un momento, se olvidó de lo mal que
la había tratado. Le había deseado todos los males del mundo menos este.
—Michael —dijo entre sollozos, con
la voz rota—. Por favor, despierta.
De pronto, el joven inspiró
bruscamente; a Julia le dio un vuelco el
corazón y le tomó la mano. Poco a poco,
fue abriendo los ojos, verdes como las
hojas sobre las que yacía, con las
pupilas dilatadas y negras como la
traicionera oscuridad que le había hecho
resbalar y caer en medio de la tormenta.
—Julia —susurró Michael con una
voz débil pero clara.
La joven tragó saliva.
¿Por qué sonaba diferente? Pronunció
su nombre con tal emoción que parecía
como si la estuviera viendo por vez
primera. Julia parpadeó con incredulidad.
—Voy a pedir ayuda —logró
balbucear antes de que Michael volviera
a cerrar los ojos con una leve sonrisa en
los labios.
Veinte minutos después, llegó una
ambulancia por el accidentado camino
que atravesaba el bosque, destellando
luz azul. Julia observó, casi en trance,
cómo los paramédicos colocaban a
Michael en la camilla.
—¿Podrías decirnos cómo ponernos
en contacto con su familia? —preguntó
uno de ellos.
—Eh... Sí —titubeó Julia y sacó el
teléfono para buscar el número de casa
de los Kolbe—. ¿Por qué? ¿Sigue
inconsciente?
El paramédico negó con la cabeza.
—No, puede hablar. —Miró la
ambulancia con el ceño fruncido y un
gesto de preocupación—. Pero parece
que ha perdido la memoria.

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