capítulo 4 (parte 5 )

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Las hojas sobre su cabeza
susurraban sin descanso, pero había
cierta tranquilidad a su alrededor que no
podía explicar. Era casi como si el bosque contuviera el aliento, esperando
la llegada de algo.
Julia apoyó la cabeza contra el
gigantesco tronco y oyó su propia
circulación en los oídos.
—Hola, señor Roble —dijo en voz
baja, acariciando las raíces bajo sus
pies.
No sucedió nada. Las hojas de los
árboles habían dejado de crujir y la
rodeaba un sobrecogedor silencio. El
roble no le respondió.
Julia no pudo contener un gesto de
incredulidad hacia su absurdo
comportamiento. Había decidido
despedirse de los cuentos de los que se
rodeaba para alejarse de la realidad,
pero allí estaba, pensando que podía comunicarse con un árbol. Estaba
chalada.
Con una mueca en el rostro, Julia se
levantó. El bosque no le daba la paz que
necesitaba y la energía matinal se había
disipado por completo.
Aceleró la marcha, aún confusa. Hasta
el momento, siempre había conseguido
relajarse y olvidarse de las
preocupaciones en este lugar, pero aquel
día era diferente. El bosque había
cambiado, o quizá era ella la que lo
había hecho. No lo sabía decir.
Sin aliento, llegó a casa de su abuela,
quien se encontraba en el jardín
delantero, podando los setos mientras
silbaba. La anciana saludó a su nieta y
se acercó a la entrada.
—Estás jadeando —apuntó—.
¿Desentrenada?
—No —resopló Julia con indignación
—. Sigo teniendo la misma resistencia,
pero... he apretado demasiado. Estaba
intentando quitarme de encima el estrés.
—Se dejó caer sobre el banco y se quitó
la mochila.
—¿Y has conseguido dejar atrás tus
fantasmas? —Su abuela dejó en el suelo
las tijeras de podar y entró en la casa en
busca de algo para beber, así que Julia
tuvo un minuto para reflexionar sobre la
pregunta que le acababa de formular.
—Ha vuelto un fantasma —reconoció
cuando su abuela se sentó junto a ella
con dos vasos de agua. Con ansiedad, se
bebió de un trago el suyo.
—Es ese chico —dijo su abuela sin un
solo matiz interrogante en la voz.
Julia no respondió.
—Tu madre me he dicho que salvaste
a un compañero de clase en el bosque
—continuó—. ¿Es ese Michael?
—Sí y no —espetó Julia sin pensar.
Su abuela la miraba con curiosidad—.
Sí, el del bosque era Michael Kolbe,
pero no, ya no es ese Michael. —Cuanto
más lo decía, más se lo creía.
—¿Por qué lo piensas? —preguntó su
abuela con total tranquilidad. Si estaba
sorprendida, no lo mostraba en absoluto.
Julia dejó escapar un largo suspiro.
—No puedo explicarlo, pero sí
sentirlo. Lo sé. El accidente lo ha
cambiado, pero tengo que andarme con cuidado. Gaby está todo el rato encima
de mí y piensa que debo alejarme de él.
Y la verdad es que estoy totalmente de
acuerdo con ella.
—Deja que las cosas sigan su curso
—dijo su abuela en voz baja—. Aléjate
de él, pero permítele que se acerque a ti
si él quiere. ¿Cómo se dice hoy en día?
Tu casa, tus normas.
Julia bufó:
—Abuela, déjalo. Ni siquiera sé
cuáles son las normas. Créeme, quiero
ser fuerte e independiente, pero, por este
chico, soy capaz de romper todas las
reglas. Y me revienta, porque no quiero
que siga afectándome.
—Solo te puede afectar si tú quieres
que lo haga —dijo la anciana, impasible. Julia estaba a punto de
rechinar los dientes de frustración,
porque su abuela tenía razón. Quería que
la afectara. Seguía queriéndolo.
—Me voy a la ducha —afirmó tras el
silencio.
Se levantó y, a duras penas, subió al
baño. Mientras el agua tibia le caía
sobre la cabeza, pensó en las palabras
de su abuela. Tenía razón: debía dejar
que todo siguiera su curso y hacer caso a
su corazón. El sentido común le decía
que debía alejarse de Michael, pero el
deseo de su corazón superaba a la lógica
y a la razón. Algo le sucedía y estaba
decidida a descubrir qué era.
Ya en la planta baja, Julia tocó unos
cuantos temas al piano mientras su abuela limpiaba la cocina. A
continuación, ambas cogieron unas
tijeras de podar y se pusieron con los
arbustos del jardín trasero. A las dos en
punto se dirigieron al supermercado.
Julia era la encargada de llevar el
«carrito de señora mayor» por los
pasillos: así es como su abuela llamaba
al anticuado carro de la compra de
cuadros escoceses que se llevaba al
supermercado.
—¿A qué hora llegará tu madre? —
preguntó su abuela.
—Ni idea. Dijo que después de
trabajar.
—Pues voy a preguntárselo. —La
anciana caminó hasta el fondo de la
tienda, donde una puerta roja daba acceso a la zona de almacén y a las
oficinas.
Julia se paró ante unos cajones de
mandarinas y examinó la selección de
frutas y verduras en busca de mangos
frescos. Distraída, cogió tres
mandarinas del cajón que tenía enfrente
y se quedó mirándolas, indecisa. La
verdad es que no quería mandarinas,
pero no encontraba los mangos.
Una tos la sobresaltó.
—¿Puedo ayudarte en algo? —
preguntó una voz que le resultaba
familiar.
Julia levantó la vista y se encontró con
los ojos azules de Thorsten. Estaba junto
a ella, llevaba el uniforme del
supermercado y una alegre sonrisa adornaba su rostro.
—Eh... Hola —titubeó—. No tenía ni
idea de que trabajabas aquí.
—Desde ayer. Sabine me dijo que tu
madre trabajaba en este supermercado,
así que pensé en hacerle la pelota e
intentarlo.
—Pues ha funcionado —dijo Julia con
una sonrisa—. ¿Y te gusta de momento?
—No está mal. —Dirigió la mirada a
las tres mandarinas que la joven llevaba
en la mano—. Llevo un rato
observándote y empezaba a tener la
esperanza de que te pusieras a hacer
malabares con ellas. —Sonrió de forma
burlona y Julia soltó una carcajada.
—Ah, ¿y eso es con lo que querías
ayudarme? —preguntó, haciéndose la desconcertada—. Quizá deberías dejar
este trabajo y unirte al circo.
A Thorsten se le ensombreció el gesto.
—Por favor, no te rías de mí porque
tenga la nariz roja y los pies enormes.
Me hace daño, ¿sabes? Me esperaba
más de ti.
—No, me has malinterpretado. ¡No me
estoy riendo de ti! Es bueno saber tus
puntos fuertes, ¿no?
—Es verdad. —Reparó en el carro de
la compra—. Qué carrito tan mono —
continuó, guiñándole un ojo—. ¿Te lo
traes siempre al supermercado?
—He venido con mi abuela, ¿vale? —
replicó Julia a la defensiva,
atravesándolo con la mirada.
—Lo sé. —Le dedicó una media sonrisa—. Os he visto entrar a las dos.
Julia se mordió el labio y empezó a
preguntarse cuánto tiempo llevaba
mirándola Thorsten. Para tomarse un
respiro, se dio la vuelta y cogió unos
cuantos pimientos de uno de los cajones
de las verduras.
—¿Tienes planes para el fin de
semana? —preguntó el joven mientras
recolocaba los pepinos, sin motivo
aparente. No la miraba y Julia se dio
cuenta de que parecía algo nervioso. A
la joven se le encogió el estómago y giró
sobre sí misma para dejar en su sitio las
mandarinas de malabarista y ocultar el
rubor de sus mejillas.
—Sí, tengo trabajo: mañana empiezo
en la librería. Mola. —Mientras tanto, pensaba en la sugerencia de Gaby. Podía
invitar a Thorsten a que la acompañara a
Shamrock la noche siguiente y se
adaptaría bien al grupo de amigos, pero
se sentía culpable por invitarlo solo con
el fin de olvidarse de Michael. Era
demasiado amable como para hacerle
eso. Por otro lado, ¿qué había de malo
en presentarle gente nueva? Al fin y al
cabo, era nuevo en la ciudad—. ¿Ya has
hecho algunos amigos de nuestra edad en
Salzburgo? —preguntó, intentando
recomponerse. Thorsten negó con la
cabeza y la miró expectante—. Pues, si
te apetece, puede venirte conmigo al bar
Shamrock mañana por la noche y así
conoces a mis amigos y nos lo pasamos
bien.
—Claro que me apetece —respondió
con entusiasmo—. ¿Dónde está
Shamrock?
Mientras le decía qué autobús tenía
que tomar para ir al bar, Julia observó
por el rabillo del ojo cómo su abuela se
acercaba a ellos, pero sin querer
interrumpir su conversación.
—Vale, nos vemos mañana entonces
—dijo Thorsten tras guardar su número
de teléfono en la agenda.
—Hasta mañana y que te sea leve. —
Julia se despidió del joven, que se
dirigía a reponer algunas estanterías del
pasillo de los cereales.
—¿Quién era ese chico? —Su abuela
le acababa de formular la pregunta
inevitable.
—Thorsten, el hermano de Sabine. Ya
sabes, la nueva mejor amiga de Anne.
Su abuela asintió pensativa.
—Ya veo. —Miró hacia el pasillo de
los cereales—. ¿Y él? ¿Va a ser tu
nuevo mejor amigo?
Julia se ruborizó.
—Jopé, abuela, no lo sé. Solo quiero
saber... No puedo dejar que Michael...
No sé si estoy lista para... Aunque es
muy majo. —Cuánta coherencia. Julia
suspiró con frustración.
—Bueno, tú a él le gustas —dijo su
abuela sin darle importancia, mientras
trotaba hacia las cajas con el carrito de
la compra.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso? ¿Ya está
otra vez dando la lata tu sexto sentido?
—Vamos, no se necesitan poderes
mentales para darse cuenta. Sus ojos lo
dicen todo.
Julia se quedó en silencio. ¿Sus ojos?
Pensaba que los ojos de Michael
también lo decían todo, pero estaba
equivocada.
—Da igual.
—Pero ¿por qué te molestas? Era solo
una observación que puedes ignorar si
quieres.
Julia empezó a reírse.
—Lo siento, abuela. Olvídalo.
Julia y su abuela pasaron el resto de la
tarde arreglando el jardín, bebiendo té y
jugando a las cartas.
—Será mejor que me vaya —murmuró
Julia cuando su abuela sacó un comodín
por tercera vez en la misma partida de
mau mau.

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