Capítulo 25: El paso de los años...

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En multimedia: Reik - Lo Mejor Ya Va A Venir


"SGUNDA PARTE: SIEMPRE."

*ETHAN*

Recuerdo el día de la sentencia como si hubiese ocurrido hace solo horas. La voz del juez resuena aún en mi cabeza, y ese número, esos años. Setenta. Quise mantenerme firme al oír tal cosa por Blair, no quería que supiera lo mucho que me habían dolido esas putas palabras. Estaba a solo centímetros de ella y ni siquiera había podido averiguar cómo estaba.

Vamos que, ni siquiera he podido verla bien. No porque no quisiera, sino, porque estaba tan golpeado que me era casi imposible abrir del todo los ojos. Fue mi última oportunidad para grabarme bien su cara, para recordarla por el resto de mi vida e incluso a ese deseo había recibido una negativa.

Lo poco que logré apreciar me dejó más que claro que se miraba más delgada, un poco pálida y muy ojerosa, lo que me indicaba que no estaba alimentándose bien, tampoco durmiendo y algo no estaba funcionando en su organismo para tener ese tono blancuzco, sin sus acostumbradas mejillas rosadas. Quería gritarle ¡come! ¡Duerme! ¡Vive! Una puñalada enorme en el pecho fue lo que sentí al conseguir guardar ese último y corto recuerdo.

Sobre todo cuando gritó prácticamente que ella también formaba parte, escucharla decir que el juez estaba arrebatándole a su familia, que Nathan se había sacrificado por la libertad de todos, que no sabría vivir sin mí; me hizo sentir el tipo más miserable del jodido planeta, porque a pesar de que recién me habían informado que moriría en la cárcel, me destruía más saber que nunca, jamás podría tener ni la mínima oportunidad de estar con ella.

Me perdería de tanto; sí, de todo lo que había afuera, pero eso me importaba una mierda, me dolía, joder, me quemaba, me hacía pedazos pensar en ese preciso momento que jamás volvería a verla sonreír, que no me volvería a quedar embobado observándola mientras se cepillaba los dientes y tenía el pelo recogido, y su rostro estaba al natural y yo; mierda; yo no me podía creer que fuese tan hermosa.

Me di cuenta, en ese entonces, que no le dije suficientes veces que la amaba, que tampoco la abracé demasiado y no la besé tanto como hubiese querido. Me habría encantado hacerle el amor un millón de veces antes de que me encerraran para siempre, pero, lo que más me perfora el jodido corazón, es no haber tenido el valor de despedirme.

Ella quería verme, ¿cómo yo iba a verla a ella? Estaba hundido, todos lo estábamos sin más. Ya me odiaba lo suficiente como para quedarme con la culpa de verla llorar frente a mí pidiéndome que no perdiese la esperanza. ¿Cuál? No iba a poder ser... lo nuestro, el amor que tanto daño nos había hecho, la ilusión de una vida juntos solo provocó muertes, el destino del que por más intentos que hicimos para huir, nos terminó alcanzando.

El mundo se nos había derrumbado a ella, a mí, a mis amigos, a nuestras familias por amarnos y por muy absurdo que suene, ya se había perdido demasiado, ¿para qué alargar su agonía? Para qué llenarla de esperanzas que solo se marchitarían con el tiempo, si tenía la oportunidad de vivir libre, sin miedos y retomando su camino, que empezara de una vez... que me olvidara. Que olvidara todo y a todos. ¡Que fuese feliz!

Nunca había entendido tan bien esa frasecita sobre el verdadero amor, puede partirse tu alma entera al ver al otro continuar sin ti, pero, sin duda, al final, si tu amor es tan grande como dices, te llenarás de júbilo al darte cuenta de su futuro, uno lleno de paz, de alegría, de tranquilidad... felicidad que por mucho que te esforzaras no podías dar ni tampoco recibir.

Tomé la decisión más cobarde, ya lo sé, no verla, enviarle a decir que me olvidara cuando la sola idea de imaginármela con otro... quizás casada y feliz me revienta las pelotas. Porque aunque soy totalmente consciente de que sin mí en la ecuación el proceso es más fácil, el resultado es el correcto, no es sencillo.

Peligrosa Atracción III (Siempre)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora