Capítulo 5

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El muchacho no entendía que le estaba pasando, aunque esto ya no le sorprendía, observó al supuesto médico con una jeringa en su mano y una sonrisa diabólica que se le había dibujado en el rostro. Joaquín no reconocía ni le parecía familiar aquel sujeto y estar en esa situación le parecía muy extraño, ya que simplemente había entrado a la habitación de la posada.

El médico le señaló que se acostase en la camilla y que se sacase la bata, pero este no obedeció y le dijo que no necesitaba una punción. El doctor algo impaciente le dijo que no tenía mucho tiempo y le exigió casi como una orden que se acostase en la camilla para poder hacer su trabajo.

Mucho silencio hubo en aquel oscuro lugar. Joaquín se había quedado callado observando la oscuridad de la habitación, la camilla y al extraño "doctor" que tenía delante. Fue entonces que analizando la situación sonrió con un alivio que puso nervioso al hombre con bata blanca, que no entendía porque el chico estaba sonriendo; sonrisa que después se convirtió en una risa eufórica.

— ¿De qué te ríes niño? Me estás haciendo perder el tiempo—expresó el hombre sorprendido con la actitud del muchacho.

—Es que tú no eres real—dijo Joaquín dejando de reír.

— ¿A qué te refieres que no soy real?—dijo el doctor retrocediendo unos pasos sorprendido, dejando caer la jeringa.

—Vamos hombre. Hace unos minutos estaba afuera con una camarera y con Mila. No estoy enfermo, estoy muerto, no necesito un doctor—contestó el muchacho con mucha seguridad.

En ese momento la camilla y el doctor desaparecieron y el ambiente oscuro se esfumó, dejando al joven poder ver que se encontraba en una pequeña habitación, con una pequeña cama de una plaza bien puesta, con una sábana roja y una almohada que parecía poco cómoda. Había un estante con algunos libros viejos y un viejo placar muy ajado.

Joaquín se puso a mirar toda la habitación y pensó que no entendía porque ese tal Matías decía que podían salir locos de ahí; realmente le pareció la situación más absurda y patética desde que habían muerto y aparecido en aquel lugar. Aunque tampoco se quejaba, estaba aliviado, ya que no le había pasado nada. Luego pensó que Mila tal vez había tenido su misma suerte y quiso ir a buscarla, pero no pudo abrir la puerta del cuarto, cosa que lo alteró un poco.

Respiró hondo y comenzó a mirar por la habitación algo que le sirviese para abrir la puerta, pero observando por todos lados no encontró nada que le pareciera útil. Así que abrió el placar y vio un pantalón, tres camisas y unos zapatos. Celebró su hallazgo, ya que estaba cansado de que la gente se le estuviera burlando de su atuendo. Así se probó el pantalón, el cual le quedaba bien, pero los zapatos le apretaban un poco, igual se los quedó. Se probó las camisas; una le quedaba chica, la otra le quedaba bien pero estaba amarillenta y tenía un olor desagradable, así que se quedó con la tercera camisa la cual le quedaba grande, pero se remangó y se la metió en el pantalón, así ya no se notaba.

—No está mal—dijo Joaquín mirándose a sí mismo—Debo abrir esa puerta—expresó dando un profundo suspiro—y sí...

En ese momento el muchacho se apartó lo más posible de la puerta y luego corriendo lo más rápido posible fue a chocar contra la misma, para ver si podía tirarla, pero lo único que consiguió fue lastimarse mucho.

—Mala idea—dijo apenas, mientras se levantaba del piso.

De pronto escuchó que el cerrojo de la puerta se abría y retrocediendo, esperó algo nervioso que el sujeto extraño aparecería luego de haber intentado escapar. Para su tranquilidad solo se trataba de Matías cosa que hizo que se relajara bastante. El pelirrojo no entró en la habitación y se quedó en la entrada mirando con sorpresa a Joaquín, quien no entendía la actitud del muchacho.

El limboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora