Capítulo 25

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Margarita se puso de pie, se acomodó el vestido que tenía y se fijó en la vivienda que tenía delante, una casona de una arquitectura bastante tradicional y que se notaba que era más antigua que las casas que tenía a los costados. Al verla sintió un terror muy grande, el cual parecía estar relacionado con su miedo a los hombres, el cual en un punto de su estadía en el limbo ya conociendo a Joaquín y a Matías le llegó a parecer irracional, pero al ver esa casa tan familiar para ella, sintió que su miedo no era algo irracional, podía intuir que en esa casa no la había pasado bien. Deseaba poder recordar algo, pero no podía, lo único que recordó, fue la sensación cuando había aparecido por primera vez en limbo, luego de estar envuelta en la oscuridad, sintió que por fin estaba en paz, que por fin había descansado.

Debía admitir que una parte de ella tenía curiosidad de entrar a la casa, pero más grande aún era el miedo que le generaba la vivienda, tanto que no iba entrar en esta, pero sabía que si la habían llevado hasta allí, era porque querían que entrara, así que pensó que no le sería tan fácil evitar entrar.

Por lo pronto, nadie ni nada se encontraba en los alrededores para obligarla a entrar, así que no iba a perder tiempo e iba a continuar su camino para encontrarse nuevamente con Joaquín y los demás chicos, pero fue en ese instante que la puerta principal de la casa se abrió, apareciendo un pequeño niño como de la edad de Leti, este tenía el pelo castaño tendiendo a rubio, con un peinado que parecía que le lamieron el pelo hacia atrás, y una piel muy blanca. Iba vestido con una camisa blanca con algunos botones desabrochados dejando ver una pequeña camisilla blanca debajo, un pantalón corto color negro y con unos zapatos y medias del mismo color.

Margarita miró al niño sorprendida y confundida, estaba segura que lo conocía, pero como de costumbre no lo recordaba, pero estaba segura que a ese niño no lo odiaba, estaba segura que lo quería, tanto así que sin darse cuenta lágrimas brotaron de sus ojos.

El niño la miró por unos pocos segundos y luego corrió dentro de la casa. Margarita sintió un nudo en el pecho, porque algo le daba una mala espina, pero debía ir junto a ese niño, por si este, así como Leti, necesitara ayuda.

Dio un profundo suspiro y tragó saliva, para así luego adentrarse a la enorme casona que tenía delante. Era una casa que se notaba que a comparación de sus vecinas era más vieja en diseño, en arquitectura, y que dejaba ver que la gente que habitaba en ella era de buen vivir. Margarita entró en la casa cuidadosamente, se fijó por todos lados a ver si se encontraba al niño o a otra persona o cosa desagradable. Pudo ver que había entrado a una sala, con un juego de sofás de color blanco con dibujos de flores, una mesita entre estos de madera y frente al sofá más grande, también había una televisión de esas que eran cajas grandes que se veían en blanco y negro, colgado en la paredes habían cuadros de distintos paisajes, más atrás una mesa grande de madera lustrada para comer, con seis asientos alrededor y más al costado una escalera que llevaba a un segundo piso, todo allí, en esa sala a primera vista todo le parecía familiar, sensación que en esas circunstancias era desagradable sentir.

Fue entonces que el niño se asomó por otra puerta que se encontraba a un lado de la mesa del comedor y luego entró en la habitación a la que esa puerta llevaba.

—Espera niño, ven aquí—dijo Margarita, pero el niño no aparecía.

Miró nuevamente a su alrededor la poco iluminada sala en la que había entrado, le temblaban las piernas, sabía que no era una buena idea, pero iba a ir junto al niño.

Suspiró profundamente y fue hacia la dirección en la que había ido el niño, pero antes de llegar a la puerta donde este se asomó por última vez, se fijó en una mesa sobre la cual junto a un teléfono de estos con un disco para marcar, había algunas fotografías en blanco y negro puestas en portarretratos.

El limboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora