El olor a mugre y metal hizo mella en cuanto empujé la pesada puerta de entrada a la cárcel.
Dos guardias, de mediana estatura y tercos rostros adornaban sus esquinas como si de unas estatuas inertes se trataran. Parecían mirar a un punto disuelto en el aire del que yo no era capaz de encontrar.Un grueso y alto cristal separaba la sala de espera con los presos que ya habían sido internados. Éstos esperaban su turno para hablar por el telefonillo con algún familiar o amigo cercano.
De manera instintiva, empecé a ponerme nerviosa : era la primera vez que había entrado en una cárcel, y esperaba que también fuera la última.
Fue fácil acceder a la sala de los telefonillos, pues cuando uno de los guardias me preguntó que qué hacía una niña tan joven como yo ahí dentro, solo tuve que decirle que era la hermana de uno de los internados. Por supuesto, me creyó. Posiblemente ya estarían acostumbrados a mantener la boca cerrada y aguardar la entrada del gran muro de cristal. Agradecí que no me hubiera hecho ninguna pregunta más, entonces no sabría qué responder.
Pensé en Derek, en lo preocupado que debía estar en aquellos momentos. Y, sobre todo en lo que diría mi hermano si por alguna circunstancia llegara a enterarse de que había visitado la cárcel precisamente para visitar a un psicópata que casi no conocía de nada, solo de vista en los pasillos, y algún que otro desagradable roce por su parte.
Más de una vez, se me pasó por la cabeza la idea de dar marcha atrás, sin decirle nada a aquellos serios e intimidantes guardias que fingían mirarte de reojo a cada paso que dabas, en busca de la mínima acción extraña para meterte entre rejas. Pero, con varias sacudidas de cabeza, me obligué a mi misma a volver a pisar la baldosa en la que había permanecido a los bordes de la modesta e incómoda silla de metal que te incitaba a agarrar el telefonillo.
Finalmente, me dejé caer sobre ella y esperé mi turno.
Observé detenidamente el entorno lúgubre que me rodeaba. No era especialmente agradable : una familia desorientada, de rostro cansado y vestidos con unos sencillos harapos marrones y visiblemente sucios, se agolpaban uno a uno frente al grueso cristal que les separaba de su familiar internado. La única mujer que había (supuse que se trataba de la madre de la familia), estaba sumida en un espeso mar de lágrimas. Murmuraba palabras inaudibles al chico que estaba al otro lado del cristal. Él también lloraba.
Aparté la mirada y repasé en mi mente la hora de llegada de mi hermano: aún le quedaban unas cuántas horas para llegar a casa, tal vez incluso un día, pero...¿y si se adelantaba?
Nerviosa, me llevé el dedo índice a la boca y comencé a mordisquearlo con las menos ansías que era capaz. A aquel paso, acabaría comiéndome el dedo.
Ni siquiera sé cómo, y mucho menos el motivo, pero comencé a reírme como una tarada mientras me imaginaba la cara de Derek al ver que me faltaba un dedo. Seguro que levantaría las cejas en ese gesto tan dulce y extraño a la vez y se pondría a gritar como un loco.
Con una última sonrisita imbécil, sacudí la cabeza y me obligué a mantener el cuello bien erguido, a la espera de la llegada del supuesto culpable del incendio del instituto.
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Entre Dos Almas
Romance¿Quién dijo que las criaturas del más allá no podrían llegar a encontrar el verdadero amor con un humano? ¿Cómo sería dormir al lado de alguien a quien tú solo puedes ver? ¿Y mirarlo con el fin de saber que nunca podrás llegar a to...