PARTE 34

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El agua salada me golpeó con gran fuerza el rostro y me obligó a mantener los ojos sumamente cerrados.

La temperatura de ésta era realmente baja, y ya empezaba a sentir cómo los huesos se volvían flácidos y perdían su calidez.

Miles de burbujas de todos los tamaños se escapaban de entre mis labios y resbalaban hacia la superficie, arrebatándome el poco e inútil oxígeno que me quedaba.

Los pulmones me ardían de tal manera, que no resultaría del todo extraño que de ellos manara un gran torreón de fuego ardiente.

Mis sentidos comenzaban a flaquear de sobremanera. Los sentía desfallecer a cada milésima de segundo que pasaba. Y ya a penas era capaz de escuchar el interior del océano, había sido reemplazado por un molesto y estridente pitido metálico que me provocaba un fuerte dolor intenso de cabeza.

Hice el amago de abrir los ojos, pero el agua salada no me permitió mantenerlos ni un solo instante más. A penas pude resistir tres segundos.

Notaba cómo mi cuerpo iba siendo arrastrado poco a poco, a una velocidad avanzada, hacia el fondo del océano.

Hasta podía atreverme a decir que me arrepentí en el último momento y quise avanzar a brazadas hacia la superficie, pero mi cuerpo ya había quedado prácticamente inmóvil, y mi pulmones a penas disponían ya de oxígeno que los animara a seguir en su procedimiento.

Arañé la capa de agua helada que me cubría, como si aquello me hubiera servido para aferrarme a algún tipo de objeto flotante que me enseñara el camino hacia la superficie, o simplemente agarrarme a una pared imaginaria sumergida bajo el océano y que ésta se presentara voluntaria para ser escalada por mis extremidades, hasta llegar al final por fin y poder respirar una bocanada de aire fresco...

Pero eso no iba a ser posible.

Vívidos flashes de momentos en distintas escenas ya saboreadas se me agolparon en la mente a una velocidad colosal, y mi corazón, que también estaba a punto de tragar agua salada, bombeó sangre demasiado rápido, provocando que mi cuerpo diera unas pequeñas pero dolorosas sacudidas nerviosas, y sufriera al fin de hipotermia.

Y ahí entendí a la gente que había estado también al borde de la muerte y, tras haber ganado la partida, decían: " Mi vida pasó por delante de mis ojos". Se referían a aquello, a los flashes. A los flashes que yo también fui víctima de experimentar cuando te encuentras nada más y nada menos que entre la vida y la muerte. A un paso de la vida y, a un paso de la muerte.

Sólo que yo ya estaba a un paso y medio de la muerte.

Y a diez pasos de la vida.


Entonces, mi cuerpo se precipitó varios metros más hacia el vacío, y perdí la consciencia.

Entre Dos Almas  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora