Noches eternas, una maldición

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"¡Como se sobrevive a una tortura así, a cada maldito segundo, su mera presencia me esta haciendo perder la poca cordura que me queda!"

•••

El día paso rápido, la noche llegó tibia entre aquellos bosques encantados. Ningún lugar es seguro si no eres lo suficientemente diestro para defenderte.

Los caballos, exhaustos pararon su andar, exigiendo un poco de agua y reposó.

—Dormiremos aquí esta noche. Da de beber a los caballos, mientras busco leña y comida — la mujer, confundida con esfuerzo bajos del inmenso corcel.

—Pero ¡¿como se supone que haga eso?! Además este lugar es horrible, ¿donde dormiré? No hay una cama o sabanas. ¡Es imposible! Mis ropas se arruinarían — dijo cruzándose de brazos. Definitivamente no dormiría sobre el musgo.

Viorel, achicó los ojos, se acerco a ella. Si que era detestable.

— Hay un río por allá, bajando la colina, no te preocupes por las sabanas el musgo calienta a la perfección. ¡Oh! y para que tus encantadoras ropas no se vean arruinadas, permiteme darles un ajusté — con fuerza arranco la tela delicada y llena de encajes. Hasta medio muslo. La chica, asustada gritó por la sorpresiva acción del guerrero.

Avergonzada a mas no poder, trató inútilmente de esconder la desnudes de su piel. Sus piernas estaban expuestas.

— ¡Eres un bruto! ¡Como te atreves! ¡Es seda de Egipto, vale mas de lo que podrías llegar a ganar en toda tu vida!

Molesto Viorel se acercó y sujetó a la chica fuertemente del brazo. Esta se quejo pero aún así no la soltó.

—¡Me importa un cuerno la maldita tela! ¡Has lo que te ordeno! Ya no estas en tu reino así que. ¡Obedece! — siseo, sus ojos eran como dos carbones encendidos.

Asustada, autómata tomo las riendas y comenzó a bajar por la escabrosa colina. Trataba inútilmente de limpiar las lágrimas que salían de sus hermosos ojos.

Al llegar, el suave arrullo de las aguas inundo al quietud del bosque. Era una vista de lo más espectacular. Sin necesidad de empujarlos al agua, estos mismos sedientos buscaron el mejor lugar para beber.

Se dejó caer en la hierva húmeda. Aún no acababa de entender por que su padre había confiado tanto en un mercenario como ése para llevarla hasta su destinó. No hacía más que humillarla. ¡Y ella era una princesa! No una plebeya cualquiera.

¡Lo odiaba! ¡Jamas creyó poder sentir eso en su vida! Odio. Pero ese salvaje sacaba los peores sentimientos de su ser.

Miro sus ropas, hechas girones. Arruinadas por completo. ¿Acaso llegaría así a Jotunhydi? ¡Que vergüenza!

Ensimismada en sus pensamientos no noto la sombra que la vigilaba desde las sombras. Con ojos brillantes.

De pronto, sintió el frío metal en su cuello haciendo presión. Un brazo sujetando su cuerpo.

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora