Trampa Macabra.

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Sus dedos apretaban de forma dura e inmisericorde el costado del trono donde estaba sentado. El lugar estaba lúgubre y una atmósfera tensa podía palparse.

Su respiración era profunda y rápida. ¡No podía estar mas furioso! ¡Se sentía tan humillado por un fenómeno como ése maldito chucho!

¡Como odiaba a las criaturas sobrenaturales! De pronto, el sonido de pasos adentrándose hasta la enorme sala, le hicieron levantar la cabeza del suelo.

Las botas hacían un eco por todo el lugar. La capa detrás del hombre, se ondeaba al caminar. Su cabello, en ondas hasta su mejilla y sus ojos, tan rojos, brillaban con la luz del las antorchas.

Una amplia sonrisa se dibujo en su rostro al ver al joven monarca sobre su tronó. No sabia el por que, o el cómo. Pero ese chiquillo humano se le antojaba tan delicioso. Su forma tan soberbia y la frialdad con la que procedía. Importándole poco quien podría salir lastimado.

En ese aspecto, eran iguales. Totalmente, por mas que lo negara, por más que le desagradara la idea.

¿Como es que había aceptado servirle a sus más inmundos deseos? Por todo lo anterior. Le gustaba.

Se arrodilló a su diestra. Levantó la mirada, juguetona y una amplia sonrisa. Sandor, incómodo como siempre, recompuso su postura y carraspeo.

-¿Los has encontrado?

-Mis hombres han dejado al mago y a la perra en la punta de la montaña de Hytundell. ¡Estoy cerca de encontrar a la princesa!

Sandor hinchó el pecho, reteniendo la respiración. Su mano, en una ráfaga veloz le atravesó la mejilla de una bofetada. El rostro del vampiro se giró violentamente. Con la punta de la lengua sintió la comisura de sus labios, la sangre que había salido de la herida. Sus ojos se volvieron un negro brillante.

El mechón de cabello cubría su mirada.

-¡Le pido disculpas! Mi señor. ¡No fallaré esta vez!

Sandor se levantó y paso a su lado, indiferente. Más sin embargo el vampiro, sujetó con fuerza su brazo. El rey de Jotunhydi, se quedo estático. Nervioso. Ése hombre le ponía los pelos de punta. ¡Pero no podía permitirse doblegarse ni un poco!

-Sabes, de no ser tú. ¡Ya estarías muerto! Considerate afortunado, Sandor.

Con un jalón, lo atrajó hasta sus brazos. De cuerpo más pequeño y menudo, delgado pero esbelto. ¡Oh si, así era como debía estar! ¡Ése era su lugar!

Sus labios y miradas quedaron peligrosamente juntas.

-No olvides, que soy. ¡Ese desprecio por los míos, es lo que más me gusta de ti! ¡El poder domarte, doblegarté hasta que supliques! ¡Nada podría valer mas para mí!

Sandor, con los ojos temblorosos y el cuerpo mas tenso que un arco, trató inútilmente de safarse de tremendo agarre.

-¡Su-sueltame! ¡N-no me toques! ¡B-basta! No olvides quien soy. ¡Soy un rey! No una maldita marioneta que puedes tratar a tu antojo... Érgon.

Deleitado, abrió la boca en una mueca parecida mas una sonrisa torcida. Los colmillos, largos y afilados, asomaron fuera. Alargándose lentamente. Extrañamente el chico no pudo quitar la mirada de esas armas tan letales.

Se lo pensó mejor. Él era humano, y Érgon era un vampiro. Fuerte y veloz. Mortal y sádico. Mojó sus labios, y dejó de moverse. Giró un poco el rostro, evitando su mirada. ¡Esos malditos ojos que parecían atravesar todo lo que miraban! Incluso su alma.

¿Por que? ¿Por que lo confundía así? ¿Por que reaccionaba de esa manera en sus manos? ¡Su orgullo y odio eran fuertes, pero Érgon... Su presencia era demasiado abrumadora!

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora