"El aceró fundido"

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—¡Mirad, las más hermosas telas y las más finas sedas del mundo! ¡Pasen y compruebenlo ustedes mismos!

El sonido de la música entre el mar de gente en el muelle y la plaza del puerto de Azílon llegó a oídos de los cuatro viajeros al pisar tierra.

Comerciantes de aves, de telas, de espadas y muchas cosas más vociferaban a la multitud su mercancía.

—¡Acércate fiero guerrero y comprueba el acero de mis espadas! ¡De doble filo y acero ligero perfecto para la batalla!

Viorel desvío la mirada a donde el hombrecillo mostraba el acero reluciente a sus ojos. Tomó la espada y probó su templanza.

Mientras tanto Alik y Aída se habían adelantado un poco al escuchar el sonido de cadenas siendo arrastradas y de una gran multitud de gente reunida.

Ágora por su parte, de reojo miró al lobo sólo. Ni tarda ni perezosa se acerco a él.

—Es buen acero... Pero no lo suficientemente bueno para ti.

Viorel devolvió el arma. Se giró a la pelinegra. Con esa expresión de pocos amigos.

—Tienes buen ojo para las armas.

—¿Que esperabas? No soy igual a tú princesa. Soy una guerrera.

—Es bueno no olvidarlo. Por lo tanto, no necesitas de mi protección.

Ágora estaba sujeta del ante brazo del lobo así que Viorel la alejó. La loba frunció el ceño.

Al ver de cerca, Alik de inmediato se dio cuenta de lo sucedía. Era una venta de esclavos.

Un hombre llevaba a rastras varias jóvencitas encadenadas de pies y manos.

—¡Damas y caballeros! La venta comenzará en breve. ¡Los mejores esclavos de la región! ¡Doncellas hermosas para fregar sus pisos, muchachos fuertes para servir en batallas! Admiren a este par de mellizos originarios de tierras orientales.

El criado de una mujer envuelta en ropas finas inspeccionaba a ambos mellizos. Tocaban sus órganos sexuales asegurándose que no fueran vírgenes o su costo se triplicaria.

Entre las jóvenes una de ellas miraba a la multitud con verdadero horror. Sus ojos verdes anegados en lágrimas retenidas observaban a todas las personas que las observaban como si fueran animales salvajes.

Su cabello negro enmarañado y sus andrajosas ropas eran deplorables.

Desesperada trató de huir. Las cadenas aprisionaban sus tobillos dejándolos amoratados y heridos.
El comerciante al ver lo que pasaba de inmediato arremetió contra la chica azotando en su espalda y piernas el látigo. Al sentir los golpes trató inútilmente de acallar sus gritos de dolor.

—¡Eso te enseñará maldita perra!

Aída, con el corazón encogido y acongojada por el vil maltrato que el hombre ese cometía contra la chica.
En su tierra no era diferente de eso estaba segura, pero jamás había tenido que verlo.

Siempre recluida entre las murallas del palacio.

Algo en su corazón la obligó a alejarse. Ensimismada en sus pensamientos, de pronto se vio sola en medio de la gente. No había nadie. Ni Alik ni Viorel. Sintió miedo.

De pronto una mano le aprisionó fuertemente el brazo.

El aliento nauseabundo de un tipo sopló en su oreja.

—¡Mira nada más lo que tengo aquí! Una hermosa mujer extranjera. ¡Ven conmigo a divertirme un rato!

—¡Sueltame! ¡No te atrevas a tocarme!

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora