El Capitán del "Ígneo's"

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De nuevo se veía entre muros y podredumbre. Entre tinieblas y dolor.

Enjaulado como una bestia peligrosa. Un esclavo más.

Sus brazos inmovilizados pendían de unos enorme y gruesos grilletes con cadenas de los muros de aquella mazmorra.

Su cuerpo, lucia herido por los incontables latigazos a su cuerpo y las marcas de la plata marcadas en su piel.

Apenas y se podía mantener consciente. Apenas y podía seguir. Lo único que podía hacer a su corazón seguir latiendo, era la imagen de Aída en su memoria. Sus dulces palabras y su hermoso rostro.

El recuerdo de su antigua vida, el regresar a ser un animal inconsciente y lleno de irá. Eso era lo que en verdad le asustaba mas que nada.

Olvidar su otra parte humana, y dejarse arrastrar por el instinto. Por el odio.

Escuchó los pasos de alguien  a la distancia. Cansado y débil levanto la mirada a la sombra parada frente a él, del otro lado de los barrotes.

Sus ropas brillaban, así que sabia bien quien era.

Su voz, masculina pero refinada, resonó como un zumbido en sus oídos.

—A si que... Tu eres él "mercenario" que envió Edgardo, para traer a su preciada hija, hasta mí. Impresionante. Un hombre, mitad bestia. Un hombre lobo. Pero no cualquiera... Él hijo de un "Alpha". De un reino conquistado por un miserable gusano. Un lobo guerrero, que en su cuerpo lleva las marcas de sus incontables batallas. Y en sus ojos, el odio hacia mí. Descuida... El sentimiento es mutuo. Solo quiero saber una cosa antes de degollarte. ¿Donde esta Aida y la perra de Amelía? Sé que esta viva y con ustedes. Sé que a pedido su ayuda para eliminarme. Así que, habla de una vez, "bestia".

La ultima frase salió tan ácida como la saliva de un ogro. Tan fría como la punta de Hytundell. Tan llena de odio, como el corazón de un demonio.

Viorel, le miró detenidamente.

Mojó sus labios resecos y partidos, saboreando el sabor metálico de su sangre.

Su estruendosa carcajada resonó por todo ese lugar subterráneo. Cada rincón del castillo se llenó de su risa desquiciada.

Sandor, apretó los puños clavando las uñas en sus palmas. Su mirada se agrando por la ira que estaba provocándole esa risa de bufón.

—¡DE QUE TE RÍES ESTÚPIDO!

Poco a poco, Viorel dejo de reír, hasta que su risa no era mas que un jadeo cansado y pausado.

Clavo sus ojos violáceos, que brillaron igual que dos gemas preciosas. Pero de una forma espectral y atemorizante.

—No eres mas que un niño "jugando" a ser rey. Has lastimado a gente inocente, y mis amigos. Por tu ambición. El mundo esta repleto de gusanos iguales a ti. Pero esta vez, voy a hacerle un favor haciéndote pedazos.

Sandor, con las aletas nasales dilatadas por la vergüenza y la irá, saco el enorme sable que colgaba de su cintura. La delgada y flexible hoja de plata, igual a un látigo. Corto el aire con el rápido y fuerte movimiento del rey de Jotunhydi.

La hoja, igual a una ráfaga, cruzo el pecho del hombre, provocándole una herida profunda y dolorosa. Su grito, se ahogó tan pronto salió de su garganta. Por mas que le arrancará la piel del hueso no le daría el gusto de verlo gritar por su vida.

—Eres un insolente. ¡Un estúpido con mucha suerte! O tal vez no... Sera mejor que esperes la muerte con paciencia, pues antes de mandarte al infierno, te haré probar el significado de tortura.

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora