Cautiverio

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¿Cuánto tiempo había pasado ya?

Desperezó su cuerpo, sus músculos se estiraron.

Miró a su alrededor. La caverna, estaban detrás de la cascada.

Ya no estaba bajo los efectos de la luna ni del celó. Ahora podía pensar mas claramente.

Se levanto y vistió con sus ropas. Miró a la hermosa rubia enredada entre las pieles que le servían en los helados inviernos. Su cuerpo brillaba de forma irreal y hermosa. Como una géma.

Sea lo que fueran a enfrentarse en territorio hostil, deseaba alejar a su hermosa mujer de todo ese mar de sangré.

Amaba a su hermana, pero. Aída ahora era suya. Y nada ni nadie la arrebataría de sus brazos. Y para eso. Necesitaba matar a ese rey y a todos los chupasangre que estaban aliados a él.

Tomó la espada y la ciñó detrás de su espalda.

Sé arrodillo a los pies de la chica. Delicadamente tomo su pié, besándolo. Tan suave y tibia.

-Duerme. Regresaré muy pronto. Aída. ¡Te amo!

Su voz se había convertido en un susurro. De angustia y temor.

¿Un lobo de sus magnitudes, con una agonizante angustia en el pecho? ¡Patético! Seguro su padre se avergonzaría.

Tanto tiempo, preparando su cuerpo para ser prácticamente invencible. Y ahora. ¡El aroma de una mujer lo tenía a su merced!

Bueno, era justo. Después de ser un maldito mujeriego, tenía que redimirse. Pagar por sus pecados.
Aída tenía más poder de lo se imaginaba.

Con aprensión, le dio la ultima mirada y salió a toda prisa de la caverna. Pasando por la cortina de agua.

Ambas mujeres, escondidas entre las rocas, pudieron ver la escena mucho mejor.

Alik, ese tonto, estaba en manos de vampiros.

Lo habían rodeado hasta dejarlo sin salida ni ninguna forma de escapar.

Ágora, apretó la empuñadura de la espada en sus manos.

¡Como odiaba a esas malditas sanguijuelas!

Si no se apresuraba, podían matar a Alik en ese mismo instante.

-Escuchame bien Amelía. ¡No te muevas de aquí! ¡Pase lo que pase!

-¡¿Que?! ¡No! ¡Yo voy contigo!

-¡Harás lo que he dicho! Si estas cerca o en peligro, no podré concentrarme.

Sujeto su rostro, esos ojos hermosos se clavaron en la loba.

Pasó su pulgar por sus labios. Era tan preciosa, pero frágil.

-Amelía. No salgas. Pase lo que pase. Tu eres muy importante. ¡No podría soportar que salieras lastimada!

Amelía estaba por responder, pero Ágora acalló sus palabras con un besó.

Sin más, no le dio tiempo a seguirla.

Amelía, con el corazón en la mano, se quedo como piedra en el mismo lugar.

Mientras tanto, Alik trataba de salir de ese aprieto.

-¡Te he dicho que hables! ¡Donde están los otros!

Alik, con una soga apretando su cuello no podía respirar bien.

Si halaban mas de esta, moriría asfixiado. ¡Eran demasiado poderosos! Ni el siendo un mago podría contra criaturas como ellos.

Sólo alguien podía hacerles frente como su igual. Viorel.

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora