"Noche Celtica"

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Alik caminaba despacio por entre los arboles, miraba detenidamente a su alrededor. Pues aún que la luna había dejado de brillar en el cielo, el miedo de encontrarse con esos lobos era paralizante.

Temía mucho por la princesa Aida, inútilmente no había podido protegerla de los peligros de la noche y ahora, estaba perdida y sola a mitad de la nada en tierras hostiles. Aún no podía entender por que motivo el príncipe de Jotunhydi, futuro heredero de la corona en las tierras medias y limitantes de toda la nación, había decidido vender a su propia hermana y tomar para sí, a Aida como esposa para luego hacerla prisionera.

¿Vampiros siendo aliados de los humanos? ¡Eso no tenia sentido! Despreciaban todo lo que era inferior a ellos. Estaba seguro que sus motivos no eran precisamente formar alianzas.

Esto era algo muy extraño, debía averiguar que tramaban esas despreciables criaturas.

¡Genial! No solo había que cuidarse de Viorel en su forma de licántropo, sino de Vampiros chupa-sangre también.

¿Como habían llegado a ser el ojo de la tormenta? Esto sería una misión suicida.

Divagando en sus pensamientos, entre unos cetos pudo notar la silueta de una persona tendida en el suelo. Pudo reconocer las ropas hechas pedazos de Ágora.

Corrió a su encuentro, su hombro y brazo derechos estaban cubiertos de sangre. Se arrodilló a su lado y reviso la herida. Esta estaba cicatrizando lento.

< ¡Pero que diablos te pasó! > se preguntaba.

De entre sus ropas saco un pequeño frasco con un liquido amarillento.
Sujetó su nuca y la hizo beber la pócima, tosió como el demonio pero al final la bebió toda.

Ésta, inconsciente se removía. Su ceño estaba tenso.

- ¡Descuida, te pondrás bien! - miro a todos lados. No, no había señales del guerrero ni de la princesa.

Esto estaba preocupandolo mucho.

El cielo se había nublado con oscuros nubarrones que presagiaban una tormenta. El clima, paso de ser agradable a ser hostil y cargado de un viento frío.

Estas tierras eran de climas impredecibles. Por algo eran terribles.
Un ligar inhóspito al que pocos se atrevían a cruzar. El enorme y fortificado castillo del príncipe Sandor era una magnifica arma contra intrusos para los pocos que habían podido cruzarla.

El enorme salón, donde infinidad de cortesanos y de nobles de reinos lejanos disfrutaban de la agradable musica y del aroma de la comida.

Y al fondo, en ese enorme y cubierto de joyas preciosas, estaba el trono real que ocupará en tiempos pasados el Rey Galder, padre de Sandor y Amelía. Ahora lo ocupaba su oscuro señor.

Su vista, de ojos azules paseaban por todo alrededor. No perdía detalle de cada suceso.

Su piel, perfectamente cuidada y suave era como el alabastro mas blanco. Su cabello, en comparación era de un castaño clarísimo impresionante.

Un hombre extremadamente atractivo. De rasgos suaves y masculinos, que ocultaba esos hermosos y esplendorosos ojos tras de esa mascara de baile.

Sostenía con firmeza aquel cetro hecho del oro mas puro.

— ¡Su majestad! Estamos aquí para honrarlo esta noche, por supuesto, darles vuestro más sentido pésame por vuestra amaba princesa Amelía — uno de los tantos cortesanos de la noche que se ondeaban con sus trajes pomposos y llenos de ilustre magnificencia, se acercó al joven príncipe, con aquellas palabras cargadas del más deplorable cinismo.

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora