Puerto de Ázilon

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Las estrellas cubrían el cielo bajo un manto de luces. La quietud del silencio era roto solo por el sonido de las olas chocando contra el casco de la inmensa nave.

Esa noche, no había motivo para ser feliz.

Sentada frente a ese espejo, Aida suspiraba, tratando de encontrar la lógica en todo esto. Pero le era imposible.

Viorel no sólo había regresado, sino que ahora lo hacia con compañía.
Y la de una mujer.

¿Por que había regresado? ¿Que no era más fácil dejarla a su suerte y no preocuparse más de todo esto? Rogaba a los dioses, el camino mágicamente se hiciera eterno. Sonaba a locura, pero... Deseaba naufragar y no llegar al castillo de Sandor jamás.

No lo amaba, no lo conocía. Y aun así, debía cumplir con su deber de princesa aún que eso le costará la felicidad eterna.

Era desdichada. No pudo evitar llorar amargamente. Sujetando el lado izquierdo de su corazón.

De golpe, la puerta del pequeño camarote se abrió. Viorel apareció como una sombra aterradora.

Sabía que esta vez la había liado. El guerrero debía estar furioso. Herido de orgullo.

Haber burlado así su autoridad. Debía doler.

Con pasos lentos entro en el lugar. Delicadamente cerro la puerta tras de sí.

Aida, asustada con cada paso del lobo retrocedía dos. Temía por su vida, Alik le había advertido de su verdadera forma. Salvaje y cruel. Había escuchado historias sobre lobos. Criaturas poderosas, con la habilidad para combatir. Territoriales y agresivas. Orgullosas y sin piedad.

Todas y cada uno de esas descripciones, encajaban a la perfección en ese hombre o lo que fuera.

—Tanta repugnancia te provoco princesa Aida que te has venido a cruzar el mar, con un bufón de la corté de tú padre — su voz era acero. Sus ojos, no podía verlos con claridad debido a las largas mechas de su cabello negro.

Aida, desconcertada, rehuía su penetrante mirada. No podía. Ese hombre ejercía un poder indescriptible sobre ella.

— ¡Contesta con un infierno! — su voz retumbo, haciendo a  la chica temblar.

A grandes zancadas la acorralo al fondo del camarote. Colocó ambos brazos a sus extremos, impidiendo que escapara.

Aida, podía oír el frenético ritmo de su corazón petrificado del miedo.

Viorel, lento paso su mano por su cuello. La piel era mas suave como jamás imagino. Caliente y perfumada.

— Se que soy abominable. ¡Un hijo de puta en verdad! Pero... — la rubia, intrigada, parecía temblar como una hoja en sus manos —. ¡Pero! ¡Aún así, voy a cuidarte con mi maldita vida! —
La voz salia resquebrajada.

¿Que era esa sensación que recorría cada poro de su cuerpo, como pequeñas ondas de energía haciéndole erizar los vellos de la piel? Debía sentir miedo, horror. Pero, esa sensación se lo impedía.

— Jamás me has parecido repulsivo. Es sólo miedo. Jamás conocí a alguien como tú — su voz apenas era un hilo.

Viorel acarició su mejilla, blanca y con diminutas y casi imperceptibles pecas. Aida, por instinto cerro los ojos, perdiéndose en la lentitud de sus movimientos.

Al chocar, las pieles, no pudo evitar recordar como la había protegido, como sin importarle nada, acabo con la vida de esa basura. Como la cogió en sus brazos cuidándola.

Y supo, que sin importar lo difícil que fuera tratar con ese hombre, jamás la lastimaría. Jamás.

Ya podía sentir su aliento chocando contra sus labios.

Por inercia, llevo su mano al pecho del guerrero. Envuelto en esa piel de oso, y debajo nada. Sólo la piel.

Era fuerte, como un tronco.

—Este hechizo... Esta consumiendome poco a poco. El tenerte tan cerca y a la vez tan lejos, esta volviendome  loco. Aida... — sin más reparos, tomó sus labios, con los propios.

¡Agua miel, ron o vino! Nada era comparado a esto. Podía quedarse ahí una eternidad y saciar su sed.

Abrió a más no poder los ojos. ¡Jamás nadie se había atrevido a semejante cosa! Cada parte de su cuerpo había permanecido intacta, hasta ahora.

Pasó su fuerte brazo por la diminuta cintura. La tela de encajes era delgada y podía sentir la calidez de su piel.

Aida, embriagada con el sabor de sus labios. No podía pensar si ceder o empujarlo con todas las fuerzas que tenia en sus brazos. ¡Lo cual seria imposible!

Ese hombre era una muralla. Fácilmente triplicaba su peso.

No podría moverlo ni un ápice.

De pronto, la puerta se abrió con brusquedad.

Ágora, con una visible sonrisa burlona y ficticio asombro entro en el pequeño cubículo.

—¿Acaso interrumpo algo importante? ¡Oye gran alfa necesito de tu ayuda acá arriba — molesto y exasperado, se alejó de la princesa. Avergonzada, Aida lo empujo con fuerza saliendo a toda prisa y dejando a los dos atrás. No deseaba ver la cara de ambos.

¡Ya la sola presencia de esa mujer la hacia incomodar bastante!

Y el sentirse así la confundía mucho.

(****)

—¡Mire majestad! El puerto de Jotunhydi... Ázilon. ¡Hemos llegado al fin! — Alik entusiasmado apuntaba a aquella pequeña pero bella playa. El puerto, era grande y repleto de comerciantes. Un sin fin de naves ancladas en las orillas, las personas iba y venían. Parecía un lugar agradable.

Aida, creyó jamás llegar hasta ese lugar pero ahí estaba. Apreto con fuerza sus manos. Nerviosa.

Sólo era cuestión de días para que pudiera llegar a donde su prometido. El príncipe Sandor.

— Mmm... Un lugar lleno de ratas y de ladrones. ¡Creó que sobreviviremos! — Ágora cruzada de brazos miraba de mala gana el lugar.

— ¡Pero que dices mujer! ¡Esta a punto de ser el centro del comercio de esclavos y telas finas de todas partes de mundo. No sólo tiene ladrones ni escoria. Es un lugar antiquísimo —

Ágora rodó los ojos.

— Sabes, ¡eres exasperante niño!

Alik, ofendido acomodó sus ropas.

— ¡Niño dices! ¡Soy el aprendiz de un mago poderoso! ¡Podría lanzarte una maldición y no volverías a convertirte en tu grotesca forma!

Ágora saco su espada, amenazante.

— Intentalo y te castro — su voz era igual al filo de esa espada.

— Ya basta de ustedes... ¡O los lanzó por la borda de una maldita vez estúpidos! — Viorel, miraba a el puerto, mientras sujetaba sus armas y ceñía su hacha.

Sus cabellos, se ondeaban con el viento. Y el sol, cálido le daba de lleno en la cara.

Aida noto, que sus ojos eran de un extraño color violáceo. Tal era ese motivo por el cual los ocultaba frente a humanos.

Eran llamativos y extraños.
Lo cual lo delataban como una criatura sobrenatural.

— Para mi es impresionante... Guarda secretos. Pero aun así, no dejo de considerarlo como una enorme jaula. De la cuál no podré salir — la voz de Aida, era baja y parecía quebrarse.

Viorel la miro de reojo, se miraba triste y nerviosa.

¿Que podría detener ahora el curso de este viaje? Sólo sabía que llegado el momento, no podría dejar ir a esa mujer.

No podría permitir que así sin mas, se desposara con ese hombre.

¡Primero hacía arder todo ese maldito reino!


El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora